El Rosario; zona arqueológica en Qro.

El sitio arqueológico El Rosario: una historia por descubrir

El pórtico de los cuchillos, principal hallazgo de la zona.

Foto Gybsan Villagómez.

Diario de Querétaro.

Fiorella Fenoglio, Enah Fonseca, Juan Carlos Saint Charles y Carlos Viramontes

Arqueólogos, Centro INAH-Querétaro

Al sumergirnos al territorio queretano podríamos suponer que las culturas propias de la región conformaron una historia heterogénea, disímil en algunos aspectos al resto de Mesoamérica; pero al mirar detalladamente, reconocemos que su singularidad no radica en que se desenvolvieran alejados o independientemente de los sucesos históricos mesoamericanos, sino todo lo contrario; al tener el Bajío una localización privilegiada por ser la zona intermedia entre el norte y el centro, se convirtió en un área receptora de intensos y constantes flujos culturales que se reflejan desde las primeras poblaciones agrícolas -entre el 500 a.C.- hasta 1521. Estos vaivenes poblacionales se correlacionan con diferentes momentos culturales en Mesoamérica; así, Querétaro se vio impregnado con la influencia de grupos relacionados con Chupícuaro y el Altiplano Central; con Teotihuacan y Tula. Esta mezcla de identidades locales y foráneas -aunado al contacto con los grupos chichimecas propios de la región- resultó en un enorme mosaico cultural que a veces se nos presenta como manifestaciones culturales locales, y otras, como enclaves de culturas lejanas. Tal es el caso del sitio arqueológico El Rosario, el cual es -hasta el momento- la manifestación más clara de la presencia teotihuacana en la región.

Diversos investigadores interesados en la arqueología del Centro Norte y regiones aledañas han propuesto que en determinado momento del Clásico (200-650 d.C.) la gran metrópoli teotihuacana se interesó por estas lejanas regiones. Sin embargo, la mayor parte de los sitios ligados con Teotihuacan -localizados dentro del estado de Querétaro- permitían suponer, únicamente, cierto grado de influencia, como es el caso de La Negreta, el Recodo o El Cerrito. La relevancia del sitio arqueológico El Rosario radica en que tanto los elementos pictóricos, como las técnicas constructivas y materiales cerámicos y líticos recuperados apuntan a que se trata de un sitio fundado por grupos teotihuacanos desde, probablemente, los primeros tiempos del auge de la metrópoli.

Espacio y tiempo de El Rosario

Las investigaciones desarrolladas hasta el momento indican que el sitio arqueológico de El Rosario fue fundado durante el período conocido como Clásico. El período Clásico (200-650 d. C.) se caracteriza por la hegemonía política, social, económica y cultural de Teotihuacan en la Cuenca de México y cuya influencia se diseminó sobre gran parte de Mesoamérica. En la región que nos ocupa han sido registrados algunos sitios que contienen evidencias arqueológicas que la ubican en el período Clásico, principalmente localizadas en las franjas sureñas de los valles queretanos y del Bajío guanajuatense. Varios de estos sitios presentan elementos cerámicos propios de la cultura teotihuacana, algunos de ellos traídos directamente de la metrópoli y otros elaborados con materias primas locales.

Teotihuacan anduvo por estas tierras, aunque todavía no conocemos claramente el porqué, no sabemos si fue con fines expansionistas, comerciales, tributarios, o para la apropiación de recursos estratégicos, lo que es claro es que la presencia teotihuacana motivó el reacomodo de la población, por lo que se observa un cambio en las preferencias de localización de los asentamientos, pues mientras en el período anterior se asentaban cerca de los ríos y fuentes de agua, en este período se trasladan, preferentemente, hacia las laderas bajas y medias sin abandonar completamente las zonas de valles y terrazas aluviales que les permitiría explotar los recursos agrícolas de las zonas inundables.

Los centros con influencia teotihuacana incluyen edificios destinados a diversas funciones, además de espacios abiertos para actividades rituales o de la vida cotidiana. A este tipo de centros corresponden San Bartolo Aguacaliente en el municipio de Apaseo El Alto, Guanajuato, y en Querétaro, El Rosario y posiblemente El Cerrito en sus primeras etapas de ocupación ya que el momento de auge de este último corresponde al periodo conocido como Posclásico Temprano. Otros sitios como Las Peñitas, en San Juan del Río, La Negreta en Corregidora y Santa María del Refugio en Celaya, Guanajuato, contienen elementos que los hacen potencialmente teotihuacanos, aunque sin la relevancia arquitectónica que la de los antes mencionados.

Con la «caída» de Teotihuacan, la población local parece haber tomado fuerza y, al vincularse probablemente con las poblaciones que emigran de la gran ciudad, demarcan una nueva forma de organización territorial, política y social dentro de los Valles, dando paso al siguiente período histórico conocido como Epiclásico; período de mayor expansión poblacional dentro de la región evidenciado por el considerable aumento en la cantidad de sitios y por la reocupación de una vasta parte del territorio; periodo al que corresponde la última fase de ocupación de El Rosario.

Una mirada al sitio arqueológico El Rosario

El sitio arqueológico El Rosario se localiza en el municipio de San Juan del Río, Querétaro, aproximadamente a 7 km al noroeste de la cabecera municipal sobre una loma alargada cuyos lados este, norte y oeste se encuentran delimitados por las aguas de la Presa Constitución de 1917.

El sitio está conformado por un conjunto arquitectónico que ocupa una superficie de aproximadamente cuatro mil novecientos metros cuadrados y está compuesto por una estructura principal de corte piramidal y un pequeño patio adjunto, el cual está delimitado al norte y al oeste por montículos alargados que se encuentran en muy mal estado de conservación. El lado sur de la plaza se encuentra abierto, pero es posible que se deba a la extracción de piedra en la década de 1950. Al sur y suroeste del edificio principal se localizan dos montículos: uno de ellos de poco más de dos metros de altura y unos quince metros de largo, aproximadamente; mientras que el otro, tiene un poco más de treinta metros (Foto 1).

La estructura principal tiene una altura aproximada de diez metros, pero calculamos que su base debió medir cerca de cuarenta metros por lado. Aparentemente, el talud este es el mejor conservado, mientras que el oeste presenta una gran depresión, originada por la extracción de piedra y tierra con maquinaria pesada; esta depresión se adentra en el núcleo del edificio. En los cortes originados por el saqueo y la extracción de piedra en este mismo talud oeste, se puede apreciar la existencia de una serie de pisos de estuco en diferentes niveles que se corresponden con las distintas etapas constructivas del edificio. El conjunto arquitectónico se encuentra enmarcado -en sus lados norte y oeste- por una plataforma construida en un nivel más bajo con relación a los edificios. Al noreste del conjunto se localiza otro montículo muy destruido, y al este, ya más distanciado, se localiza otro más, también muy deteriorado y que, en épocas de gran captación, queda sumergido por las aguas de la Presa Hidalgo.

Exploraciones en El Rosario

Corría el año de 1958 cuando el arqueólogo Roberto Gallegos es informado de que en la Ex-Hacienda de La Estancia, del municipio de San Juan del Río, «con frecuencia, al cavar pozos o fosas, aparecían huesos y piezas arqueológicas». Así, inicia las excavaciones dentro de la Ex-Hacienda y algunos recorridos en las zonas aledañas. Es de esta manera como llega a una plaza delimitada por una serie de montículos. El sitio, hoy conocido como El Rosario, se encontraba sumamente destruido porque parte de las piedras que lo conformaban fueron utilizadas para la construcción de la Presa Hidalgo. Años más tarde, como parte del trabajo de campo para elaborar su tesis de licenciatura, el arqueólogo Enrique Nalda realiza -en 1975- una serie de recorridos dentro del Valle de San Juan del Río y analiza, clasifica y contextualiza temporalmente 118 sitios arqueológicos, entre ellos, El Rosario. De acuerdo con los reportes de Nalda, el material cerámico indicaba una ocupación durante los periodos mesoamericanos conocidos como Preclásico Superior y Clásico.

En la década de los 80, cuando se impulsa el proyecto Atlas Arqueológico Nacional, el cual tenía como objetivo hacer un reconocimiento y registro de todos los sitios arqueológicos dentro del país, El Rosario vuelve a escena. El grupo de arqueólogos encargados de la identificación de los sitios dentro de Querétaro realizan -en 1987- la cédula correspondiente con la cual se integraba El Rosario al Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos.

Y la historia del Rosario permaneció en silencio hasta 1993, cuando decidió revelar un fragmento de los tesoros que en su interior guardaba. Una enorme oquedad (socavón) formada en la sección oeste de la estructura principal fue el primer indicio de los futuros problemas geológicos que pondrían en peligro la estabilidad del sitio (Foto 2). Poco tiempo después, a través de una pequeña ventana formada por el derrumbe de la parte superior del socavón quedó al descubierto una sección de un mural policromado en la que se apreciaban algunos dibujos, aparentemente, representaciones de plumas delineadas en color negro y rellenas con colores amarillo, rojo, azul, blanco, posiblemente, de un penacho. Dada la importancia del hallazgo, el arqueólogo Juan Carlos Saint-Charles inició tareas de conservación emergente, cubriendo el mural y rellenando el socavón.

Más tarde, en 1995, durante una inspección de rutina, se pudo observar que el mural había quedado expuesto nuevamente, aunque ahora de manera más amplia, ya que quedó a la vista la esquina sureste del pórtico que los contiene. Esta vez se pudieron apreciar otros elementos iconográficos entre los que destacaban una serie de dibujos que fueron interpretados como cuchillos curvos de obsidiana, elementos trilobulados (probables corazones sangrantes) y representaciones de plumas (Foto 3). Nuevamente, se realizó el registro correspondiente, la protección de la sección expuesta del mural y el relleno total del socavón. Desde entonces el mural quedó «sellado» hasta que en 2004 se observó que el relleno del socavón había sido removido de manera intencional, dejando al descubierto la parte superior del mural.

Las intensas lluvias que azotaron al estado de Querétaro en 2003 dejaron estragos irreparables en la estructura principal del sitio debido a la formación de otra enorme oquedad -de 5 m de diámetro por 7 m de profundidad- que atravesó el edificio verticalmente, llevándose consigo enormes porciones de los pisos que conforman sus cuatro etapas constructivas (Foto 4). Al inspeccionar el interior de este socavón, se descubrió que la estructura presentaba otra oquedad más que corría hacia la sección norte. Así, el Arqlgo. Saint-Charles se dio a la tarea de hacer el registro pertinente además de tomar muestras del carbón que se encontró en grandes cantidades en los rellenos y sobre los pisos de estuco que quedaron al descubierto.

Fue en el año de 2007 que nace el Proyecto Arqueológico El Rosario (PAR) dirigido por los arqueólogos Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Carlos Viramontes Anzures y Fiorella Fenoglio Limón, investigadores del Centro INAH Querétaro, apoyados por la Arqlga. Enah Fonseca Ibarra. El proyecto tiene como objetivo general conocer el carácter del sitio y el papel que jugó en el ámbito regional y mesoamericano durante el período Clásico, así como su relación con la gran urbe: Teotihuacan. Por otro lado, ante la problemática de los hundimientos registrados y el peligro inminente de colapso del edificio principal, se planteó la necesidad de realizar estudios y acciones encaminadas a la conservación del sitio (Foto 5). Con carácter interdisciplinario, el PAR está conformado por investigadores de diversas áreas, los cuáles -cada uno desde su trinchera- intentan rastrear las huellas dejadas por los pobladores que eligieron este lugar como morada. El enigma geológico quedó a cargo de la Dra. Dora Carreón y su equipo del Centro de Geociencias de la UNAM, campus Juriquilla, Querétaro (integrado por Joel Torices, Rodolfo Castellón y Kurt Heinrich Wogau Chong); la comprensión de la importancia de los astros para la construcción del sitio es analizada por el Mtro. Francisco Granados; y para delinear el medio ambiente que albergó a esta población contamos con el apoyo del Dr. Luis Gerardo Hernández Sandoval y Oliva Ramírez Segura por la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Autónoma de Querétaro. Sin embargo, conforme avance el proyecto de investigación, mayor cantidad de disciplinas y especialistas se irán sumando a este trabajo colectivo.

Los nuevos hallazgos

Cuando los arqueólogos excavamos, retiramos capa por capa; así, vamos descubriendo los vestigios de las culturas pasadas desde las más recientes hasta las más antiguas, que, por ende, son las últimas que localizamos al estar sepultadas por las ocupaciones que le preceden. Durante las recientes exploraciones arqueológicas realizadas por el PAR entre los meses de marzo, abril y mayo de 2009 -que han aportado una gran cantidad de información sobre la historia de los habitantes de El Rosario- descubrimos que la estructura principal del sitio está conformada por cuatro momentos de ocupación; tres de ellos correspondientes al período Clásico (200-650 d. C.) y uno al Epiclásico (650-900 d. C.). Cada una de las ocupaciones está compuesta por un piso de estuco -algunos pintados y pulidos- sobre los que desplantan los muros que conforman los cuartos de los recintos ceremoniales (Foto 6).

Imaginemos que se trata de un edificio de cuatro plantas como los conocemos actualmente, la diferencia es que en época prehispánica no se ocuparon todas al mismo tiempo, al contrario. Se construía primero un recinto ceremonial que se utilizaba por cerca de 100 o 150 años y que, al cabo de los cuales -probablemente, por cuestiones rituales- entraba en desuso. Por lo tanto, se acostumbraba destruir parte de las paredes de los cuartos, se rellenaban y se construía, sobre los escombros, un nuevo recinto ceremonial. Describiremos, brevemente, cada una de las distintas ocupaciones como las encontramos durante el proceso de excavación: de la más reciente a la más antigua.

Al final de su vida, la estructura principal de El Rosario fue convertida, probablemente, en una pirámide con escalinata al frente, alfardas, y un altar en la cima; sin embargo, poco conocemos hasta el momento de esta fase. Las investigaciones próximas nos ayudarán a comprender mejor el sistema constructivo y las características de dicha pirámide. Esta construcción cubrió al último de los recintos ceremoniales; del cual sólo logramos conocer uno de los muros de adobe que desplantaban sobre un piso de estuco pintado en rojo (Piso 1). Lamentablemente, estas dos fases son las más deterioradas por ser las más expuestas a los derrumbes producto del socavón formado en la parte central de la estructura y a los caprichos del tiempo.

Debajo de estos vestigios, descubrimos el llamado Piso 2 (Foto 7), del cual se conservaron tres de los cuatro muros que conformaron el cuarto del recinto ceremonial. En este piso, finamente pulido, localizamos dos hoyos de poste y dos postes de madera bien conservados que, suponemos, sirvieron para sostener el techo. A lado de los hoyos de poste mencionados, se ubicaron dos pequeñas fosas -de poca profundidad- con un cuchillo de obsidiana y, en la otra, una punta de proyectil de obsidiana; materiales que podrían relacionarse con ofrendas y rituales de construcción. De igual modo, en la franja oeste de este espacio logramos identificar la huella de lo que pudo ser el pórtico que daba acceso al cuarto. Ahí, junto a un cuchillo curvo de obsidiana y cubriendo un tronco de madera, se recuperó un retazo de textil, en el cual se puede apreciar la urdimbre y la trama del tejido elaborado hace más de mil años.

Como parte de los rituales de terminación, techo y paredes fueron destruidos, cubiertos con maderos que sirvieron para incendiar y clausurar el espacio, con ello, dieron por culminada esta fase de ocupación. Su existencia queda sólo como rastros de hollín en paredes y pisos (Foto 8).

Una vez localizado y retirado el relleno, el Piso 3 quedó al descubierto. Del interior del recinto sólo quedaron algunos centímetros del piso pulido y pintado en negro, sobre el que se alzaban sus muros estucados. El pórtico cerrado y sus componentes fueron los que sobrevivieron un poco mejor a las inclemencias del tiempo. Dos muros de 50 cm de alto y separados por 2m aproximadamente son los testigos de la fachada que permitía el acceso al pórtico -denominado el «Pórtico de los Graffitis»-, un pasillo rectangular conformado por cuatro paredes estucadas; las cuales presentaban unas figuras diminutas esgrafiadas en formas de personajes, animales y diseños geométricos que conforman un mensaje en espera de ser descifrado (Foto 9).

Del relleno que da soporte al Piso 3 se levantan dos pares de postes de madera de más de 1.50 m de alto y separados entre sí alrededor de 2 m. Estos observadores serenos se colocaron en la pared este del pasillo a manera de jambas para dar soporte al techo y enmarcar la entrada al recinto ceremonial (Foto 10). Como parte de una probable ofrenda de construcción, se depositaron, cuidadosamente en el desplante de cada par de troncos, navajillas y puntas de obsidiana, cuentas de piedra verde y una importante cantidad de animales, al parecer de la misma especie, cuyos esqueletos fueron recuperados y serán analizados para su identificación.

En la esquina sureste del pasillo, una gruesa capa blanca rompía con el patrón del resto del piso estucado. Al excavarla, descubrimos varias rocas rojas dispuestas en forma de círculo, formando un fogón, donde se cocieron huesos delgados, posiblemente de ave. Cuando llegó el momento de clausurar este espacio, además de rellenarlo con escombro, se puso especial cuidado en sellar con bloques de adobe tanto el acceso al pórtico, como al recinto ceremonial. Al parecer, este relleno sirvió como cimiento para construir sobre él una nueva estructura -probablemente un templo-, de la cual sólo localizamos una secuencia de lajas que formaban el talud y el desplante del tablero. El Piso 3 protegió celosamente durante miles de años la primera construcción de la estructura principal localizada hasta el momento, misma que se distingue porque incluye murales policromados de estilo teotihuacano entre sus elementos arquitectónicos y que desplantan sobre el denominado Piso 4.

Al igual que en las etapas anteriores, del Piso 4 del recinto ceremonial sólo sobrevivió un fragmento del piso, puesto que el socavón central arrasó con él y con las evidencias de las actividades que sobre él se realizaron. Hacia el exterior, se repite el patrón de pórtico; a diferencia del «Pórtico de los Graffitis» este parece haber sido un pórtico abierto porque no se localizaron las paredes oeste que lo cerrarían. Sin embargo, existe la posibilidad de que algunos fragmentos de dicha pared se encuentren ocultos bajo la sección de los rellenos del Piso 3 aún no excavada. Entre los rellenos se identificaron dos postes de madera, los cuales pudieron haber servido para sostener el techo del «Pórtico de los Cuchillos».

El Pórtico de los Cuchillos y sus evidencias

En el «Pórtico de los Cuchillos» se encuentran plasmados en vivos colores una serie de elementos iconográficos a la usanza teotihuacana. Los cuatro murales fueron localizados en el pórtico de acceso al recinto ceremonial; uno sobre la pared norte, otro sobre el muro sur, y otro sobre la pared este, dividido por el vano de acceso al cuarto principal. De acuerdo con el restaurador Rogelio Rivero Chong, dos técnicas distintas se emplearon para realizar la pintura mural. Por un lado, aplanados y enlucidos de barro y por otro, un aplanado de gravilla volcánica con barro lo que resulta en dos calidades disímiles de pintura. En la parte inferior de las paredes tenemos un guardapolvo ligeramente inclinado -típico de las habitaciones teotihuacanas- con pintura aplicada sobre el aplanado, sin enlucido de cal. Sobre éste se encuentran los restos de un muro recto con aplanado de barro sobre el que se pintó directamente.

Los diseños pictóricos fueron realizados con pigmentos de colores negro, amarillo, rojo, azul, verde y blanco, principalmente. Entre los elementos iconográficos destacan las representaciones de cuchillos curvos de obsidiana, vírgulas de música, corazones sangrantes, braseros, escudos y posibles personajes de frente con penachos de plumas y vírgulas de la palabra. Los elementos iconográficos de estilo teotihuacano son un ejemplo único de este tipo de expresión pictórica de la época clásica no sólo en Querétaro, sino en todo el Centro Norte de México, pero además el sistema constructivo y los materiales cerámicos y líticos encontrados podrían confirmar, en conjunto, la hipótesis de una estrecha relación entre los habitantes de El Rosario y Teotihuacan por lo que su investigación y conservación resultan fundamentales.

Todos los hallazgo del sitio arqueológico El Rosario resultan invaluables para el conocimiento de la época clásica en Mesoamérica; sin embargo, dos factores ponen en riesgo su sobrevivencia: las características geológicas particulares del sitio y el saqueo constante -fortuito y/o intencional-. Hasta el momento, conocemos una serie de pozos de saqueo que se han realizado, principalmente, en la Plaza Este, la sustracción fortuita de figurillas, vasijas, tepalcates, fragmentos de lítica -de las áreas de cultivo así como de las zonas que rodean el sitio- y la sustracción de un fragmento de dimensiones importantes del mural de la pared este; por lo que, su protección es indispensable.

El Rosario es el único sitio con vestigios que podrían ser identificados como plenamente teotihuacanos localizado hasta el momento no sólo en el estado de Querétaro, sino en el Centro Norte de Mesoamérica. Su estudio es primordial para conocer el impacto de Teotihuacan en el desarrollo de los pueblos prehispánicos de la región y la dinámica cultural prevaleciente durante el Clásico mesoamericano.