Recordando a Sergio Méndez Arceo, un mexicano de época

Don Sergio Méndez Arceo:

un recuerdo en el centenario de su nacimiento

GERARDO SANCHEZ DIAZ

 

Una de las figuras más relevantes de la Iglesia católica mexicana del siglo XX es sin duda, el doctor Sergio Méndez Arceo, quien fuera obispo de Cuernavaca y se distinguiera además por su lucha en favor de la paz, la autodeterminación de los pueblos y el respeto a los derechos humanos. Se ha llegado a decir que en don Sergio Méndez Arceo numerosos hombres y mujeres de América Latina llegaron a tener voz en sus reclamos de justicia. Sus simpatías por la llamada Teología de la Liberación y su amistad con destacados personajes y luchadores latinoamericanos de izquierda, como Salvador Allende, Fidel Castro, los comandantes de la Revolución Sandinista, etcétera, propiciaron el recelo de los jerarcas conservadores de la alta clerecía mexicana. Miembro de una familia de profundas raíces michoacanas, originaria de Guarachita, hoy Villamar, nació en Tlalpan el 28 de octubre de 1907, hace exactamente un siglo.

 

En Guarachita aprendió las primeras letras, luego pasó a Guadalajara y más adelante a la ciudad de México en donde continuó sus estudios en el Colegio de Infantes, anexo al Seminario Regina. En 1921, ingresó al Seminario Conciliar de la Ciudad de México para cursar Humanidades Greco-Latinas y Filosofía. Unos años más tarde, en plena etapa del conflicto Estado-Iglesia, en 1927, el joven Méndez Arceo se trasladó a Roma para continuar su carrera eclesiástica en el Colegio Pío Latino Americano. En la Universidad Gregoriana de Roma, obtuvo una licenciatura en Teología y el doctorado en Filosofía. En la misma ciudad, el 28 de octubre de 1934 recibió las órdenes sacerdotales. En los años siguientes estudió Ciencias Históricas en la Universidad Gregoriana y obtuvo el doctorado en Historia Eclesiástica el 5 de enero de 1939, con la tesis: La política de la Santa Sede en la erección de los Obispados de las Indias Occidentales en el siglo XVI, investigación respaldada en una amplia base documental de repositorios españoles y vaticanos.

 

A su regreso a México, el Doctor Méndez Arceo se desempeñó como auxiliar del padre Julio Vértiz, en la dirección de una casa para estudiantes establecida en la ciudad de México y luego como director espiritual del Seminario Conciliar de la Ciudad de México, en donde también fue catedrático de Historia Eclesiástica.

 

Durante la década de los años 40 del siglo XX, don Sergio Méndez Arceo combinó su labor como asesor espiritual y profesor de seminaristas con la investigación histórica. A esta etapa de su vida corresponden varios artículos publicados en prestigiadas revistas mexicanas. Entre otros, son dignos de mencionar lo siguientes: “Contribución a la historia de Vasco de Quiroga. Nuevas aclaraciones y documentos”, publicado en 1941 en el número 5 de la revista Abside, que por ese tiempo dirigían los hermanos Méndez Plancarte. En ese artículo, Méndez Arceo hizo rectificaciones, aclaró errores y abrió el camino para el inicio de nuevas investigaciones sobre el primer obispo de Michoacán. En la misma revista dio a conocer un texto sobre “Dos libros sobre don Vasco de Quiroga”; en la revista Historia de América se difundió una contribución sobre “Documentos inéditos que ilustran los orígenes de los obispados Carolenses (1519), Tierra Florida (1520), Yucatán (1561)”. Estos trabajos, sin duda, se derivan de la información recabada para su tesis doctoral en historia eclesiástica.

 

Más adelante, se dedicó a preparar su famoso libro La Real y Pontificia Universidad de México. Antecedentes, tramitación y despacho de las Reales Cédulas de Erección, publicado en 1952 por el Consejo de Humanidades de la UNAM, dentro de las ediciones conmemorativas del IV Centenario de la Universidad de México. Dicha obra ha sido considerada como un estudio pionero de los que existen sobre el tema, tanto por su clara exposición como por la amplia base bibliográfica y documental en que se sustenta. El libro se compone por diez capítulos, en los que su autor dio un amplio panorama acerca de los proyectos educativos promovidos en el virreinato de la Nueva España durante la primera mitad del siglo XVI, tanto por parte de los franciscanos, los dominicos y los agustinos, además de aquellos que fueron promovidos por los primeros obispos, como es el caso de los colegios de San Juan de Letrán de la ciudad de México y el Real Colegio de San Nicolás en Michoacán, todos antecesores a la fundación de la Universidad de México. En el capítulo V, dedicado a la fundación y funcionamiento del Colegio de San Nicolás durante su primera década de vida, resaltó sus diferencias con otras instituciones contemporáneas semejantes, sobre todo por el Patronato Real que su fundador consiguió del monarca español, organismo que le permitió asegurar su existencia ante los vaivenes de la vida eclesiástica colonial.

 

También, llamó la atención acerca de la gran cantidad de clérigos formados en la institución nicolaita que sirvieron de base para afianzar la institución eclesiástica diocesana en la Nueva España. En el número de la revista Abside, correspondiente al trimestre octubre-diciembre de 1953, se publicó el texto de la célebre pieza oratoria que con el nombre de Oración por Hidalgo pronunciara Méndez Arceo el 8 de mayo de ese año en la Catedral de Cuernavaca, en ocasión de celebrarse el bicentenario del nacimiento del prócer de la Independencia de México.

 

El 30 de abril de 1952 el doctor Sergio Méndez Arceo fue consagrado, por voluntad papal del pontífice Pío XII como obispo de la diócesis de Cuernavaca, en donde permaneció hasta su retiro en 1983 tras haber cumplido 75 años de vida. Durante su administración diocesana, don Sergio Méndez Arceo impulsó una serie de proyectos de transformación eclesiástica y litúrgica que se convirtieron en elementos de vanguardia en la historia de la iglesia contemporánea de México y América Latina.

 

Según afirma uno de sus biógrafos, “en el ministerio pastoral de Méndez Arceo se pueden distinguir tres etapas. La primera fue de sondeo: quiso darse cuenta de la situación de la diócesis, conocer el clero y dar atención preferente al seminario. La segunda fue de transición: comenzó en 1957 con el reacondicionamiento de la catedral, seis años antes de que la renovación litúrgica se extendiera a toda la Iglesia por el Concilio Vaticano Segundo. En ese periodo se buscó la participación del pueblo en la liturgia, empezaron a proclamarse las lecturas bíblicas en español y se insistió en el aprecio a la Sagrada Escritura…

 

“La tercera etapa se caracteriza por una orientación más permanente y profunda hacia los acontecimientos sociales y políticos de México, Latinoamérica y el mundo. En 1970 el obispo se declaró públicamente partidario del socialismo, por ser más acorde con los principios evangélicos y ratificó esta opción asistiendo en 1972 al Encuentro de Cristianos por el Socialismo celebrado en Chile. En la diócesis, muchos sacerdotes religiosos y laicos se comprometieron con las acciones liberadoras y el obispo multiplicó sus contactos con líderes y grupos progresistas, muchos de ellos del exilio, cristianos y no cristianos”.

 

A don Sergio Méndez lo conocí en Apatzingán el 19 de octubre de 1974 cuando, junto con Miguel Valencia, Ignacio Alvarez y Francisco Javier Ocaranza, estudiantes de la Escuela Preparatoria de Coalcomán, sostuvimos una conversación con él en la casa donde se hospedaba, antes de pronunciar su famoso discurso en homenaje al General Lázaro Cárdenas. Me impresionó su recia personalidad y la claridad de sus ideas.

 

En esa ocasión nos dijo: “ustedes, que hoy tienen la oportunidad de estudiar y que alguna vez serán profesionistas, tendrán el compromiso moral de transformar a México. Nunca se olviden del ejemplo que les han dejado los próceres de nuestra patria, sobre todo de estos dos grandes michoacanos, José María Morelos y Lázaro Cárdenas. Nunca rehúyan a los problemas, hay que estar en donde están los problemas y contribuir a resolverlos; ésa debe ser la meta de los futuros profesionistas de que tanto necesita el país”.

 

Años más tarde, en octubre de 1990, lo encontré nuevamente, coincidimos en el Aeropuerto de Río de Janeiro, esperando el vuelo que nos traería de regreso a México. Yo acababa de participar en un Congreso Latinoamericano de Historiadores celebrado en la Universidad de Sao Paulo. Don Sergio, acompañado de don Bartolomé Carrasco, arzobispo de Oaxaca, venía de “una reunión de reflexión cristiana” que habían sostenido con otros prelados latinoamericanos. Lo saludé y me reconoció: “con que tú eres el estudiante con quien platiqué aquella vez en Apatzingán”. Se alegró mucho cuando le comenté que había estudiado historia y que trabajaba en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana. Sonrió y me dijo: “por fin somos colegas, porque sabes que aparte de obispo jubilado también soy historiador. Me da mucho gusto que en Michoacán, en mi tierra, empiece a haber historiadores profesionales que tanto hacen falta para que investiguen cosas nuevas y corrijan los errores que se han cometido. Allí tienen una gran riqueza documental con la que pueden ustedes escribir la nueva historia de Michoacán y de México”.

 

La actitud de compromiso solidario con los perseguidos y los marginados, con los que no han tenido voz, llevó al obispo Sergio Méndez Arceo a ser agriamente criticado por los sectores conservadores de la jerarquía eclesiástica mexicana, incluso el propio nuncio apostólico Jerónimo Prigione llegó a calificar su voz profética “como una voz fuera del coro”. Sin embargo, su lucha por el respeto a la dignidad y los derechos humanos, al lado de otros obispos progresistas como don Samuel Ruiz, José Laguno, Arturo Lona y Bartolomé Carrasco, de México; Helder Cámara y Pedro Casaldáliga, de Brasil, y Oscar Arnulfo Romero, de El Salvador, fue ampliamente reconocida.

 

También se ganó el respeto y la admiración de muchas comunidades y organizaciones cristianas progresistas, además de luchadores revolucionarios latinoamericanos como el General Lázaro Cárdenas, Salvador Allende, Fidel Castro, Tomás Borge y los líderes de la Revolución Sandinista nicaragüense, quienes reconocieron su calidad moral en las luchas frente a la dominación neocolonial e imperialista.

 

Don Sergio Méndez Arceo formó parte de varios organismos internacionales como el Consejo Mundial para la Paz, el Tribunal Permanente de los Pueblos y la Organización para la Defensa de los Refugiados Latinoamericanos, y en más de alguna ocasión su voz profética fue escuchada en diversos foros internacionales en los que defendió con gran energía la autodeterminación de los pueblos frente a las agresiones imperialistas y su derecho a vivir en paz y con dignidad, pues decía que ésa era la esencia del mensaje liberador del cristianismo.

 

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