La cultura Serrana queretana

La cultura serrana

Margarita Velasco

INAH

El poblamiento de la Sierra Gorda se produjo hacia finales del Preclásico por agricultores mesoamericanos procedentes de la Costa del Golfo y del Altiplano, aunque, al parecer, la mayor parte provenía de las tierras bajas de la planicie costera, como resultado de un movimiento poblacional que emigró de la planicie costera y se replegó hacia las laderas y montañas de la Sierra Madre Oriental, desde el sur de Tamaulipas hasta el norte de Hidalgo. Esos agricultores colonizaron la sierra, se adaptaron a las condiciones ambientales y aprovecharon los recursos de la región.

La topografía montañosa obligó a los agricultores a cultivar los valles intermontanos, los planes y las laderas de los cerros, y desmontaron el bosque para aprovechar la tierra. El relieve montañoso también los obligó a buscar fuentes de agua para asegurar el abasto de la población. Los ríos corren por cañadas profundas y estrechas, que dificultan su aprovechamiento, no así los manantiales y los pequeños cuerpos de agua y lagunetas, que fueron las fuentes más aprovechadas para el consumo diario.

Entre los siglos VI al X d.C. se produjo el apogeo de la Sierra Gorda. Para esta época, la población serrana se había incrementado y el gran número de asentamientos a lo largo de la sierra dan cuenta de un desarrollo exitoso, sustentado en una economía basada en la agricultura y la minería. Es el momento en el que surgen ciudades como Ranas y Toluquilla.

Un desarrollo agrícola eficiente permitió cubrir las necesidades de la población, que contaba para esa época con un complejo sistema de terrazas de cultivo sobre las laderas y en los pliegues de las montañas, construidas por medio de muros de lajas y lodo, conocidos como “pretiles”, usados hoy día por los campesinos, ya que controlan la erosión y retienen la humedad del suelo.

Otro factor importante de la economía serrana fue la minería. Ésta llegó a la Sierra Gorda durante el Preclásico Superior, introducida por mineros conocedores del oficio, que desarrollaron y perfeccionaron la técnica de explotación de los yacimientos, de acuerdo con las características geológicas de la región, donde el cinabrio (sulfuro de mercurio), entre otros minerales, desempeñó un papel importante. Debe destacarse que la minería, es decir, la actividad de detectar, excavar y extraer los minerales, incluía una compleja cadena de tareas debidamente organizadas por el grupo en el poder, que, en una sociedad jerarquizada, era el que programaba las distintas etapas de trabajo: designaba el sitio de explotación, asignaba tareas, abastecía suministros y, lo más importante, recolectaba el producto de la jornada para tasarlo, empacarlo y almacenarlo para su traslado de la mina a los almacenes, para, posteriormente, disponer del valioso producto en el intercambio de bienes suntuarios mediante las complejas redes de comercio local o a larga distancia. La Sierra Gorda debió cubrir buena parte de la demanda de pigmento rojo de cinabrio en el mercado mesoamericano.

El patrón de asentamiento en la Sierra Gorda estuvo determinado por la topografía; los asentamientos se encuentran en la parte alta de los cerros, en las laderas o en puntos estratégicos como puertos, planes, cañadas o divisaderos, que permitían el control de la región.

Es claro que también hubo una jerarquía en los asentamientos, de acuerdo con su función. Así, había desde los grandes centros de poder como Ranas y Toluquilla, con una estructura urbana bien planificada, hasta pequeñas unidades de población asociadas a las labores agrícolas, los campamentos mineros, la vigilancia (atalayas) y las garitas.

Arquitectura

La arquitectura adquirió entonces características distintivas que se pueden observar en los centros urbanos mayores, donde la disposición de los basamentos piramidales y las estructuras de juego de pelota marcaban la pauta del desarrollo constructivo, y alrededor de las cuales se abrían las plazas y se disponían los edificios administrativos y habitacionales. Las estructuras de planta rectangular y circular se combinaban en el entramado urbano y se manejaban el talud rematado por la cornisa volada, las escaleras semicirculares y los afloramientos de la roca madre del cerro, que se integraban al paisaje urbano; todos éstos son elementos distintivos de la arquitectura regional. Los serranos edificaron sus estructuras bajo ciertos patrones constructivos: nivelado el terreno, se apilaban piedras y tierra para formar el núcleo del edificio y éste se revestía con un muro de lajas trabajadas burdamente, para finalmente colocar una cubierta de lajas calizas bien careadas, unidas con mortero de arcilla. Las piedras eran colocadas cuidadosamente y no hay evidencia de que tuvieran una cubierta de estuco, como es usual en otros lugares de Mesoamérica.

Sin embargo, sería un error pensar que lo que conocemos como Sierra Gorda, culturalmente hablando, sea una unidad homogénea. Gracias a las recientes exploraciones arqueológicas se identifican subregiones, donde se marcan con mayor o menor intensidad los vínculos con las regiones culturales vecinas, como la Huasteca, Río Verde, el Tunal Grande, o con algunos de los cazadores-recolectores del Altiplano norte, poblaciones con las que los agricultores-mineros de la Sierra Gorda mantuvieron relación a lo largo de su historia. Es interesante resaltar que la Sierra Gorda mantuvo vínculos más estrechos con sus vecinos del oeste, norte y este, que con los pueblos del Altiplano, con quienes parece distanciarse.

Nuestro amigo, el señor Sotero, agricultor
y minero de la Sierra Gorda queretana,
nos muestra una bocamina prehispánica.

Los afloramientos rocosos del cerro fueron aprovechados como parte del sistema constructivo.

Las vasijas eran parte de las ofrendas funerarias. Algunas contenían alimentos y otras, estaban asociadas al juego o contenían cinabrio.

Vaso de tecalli o alabastro que formaba parte de la ofrenda de un personaje de la jerarquía gobernante de Ranas.

Enterramientos

Poco hemos podido avanzar en el conocimiento del pensamiento mágico-religioso de la población serrana, pues no han llegado hasta nosotros los elementos iconográficos que permitan identificar cuáles eran sus deidades más importantes, su calendario religioso, sus festividades, etc. Sin embargo, se observa en el sistema funerario de los serranos el concepto de la vida más allá de la muerte. Algunos de los entierros se encuentran asociados a elementos constructivos: al interior de casas habitación, a los templos, como ofrenda a la construcción en los muros de contención de grandes plataformas, asociados a las estructuras de juego de pelota, etc. Los individuos, algunos de ellos sacrificados, eran amortajados en posición flexionada (fetal), con los brazos por debajo de las rodillas o cruzados sobre el pecho. Los bultos mortuorios eran depositados sobre el terreno acompañados por una vasija que posiblemente contenía algún alimento; después eran cubiertos de tierra y encima se colocaba una cubierta de piedras y más tierra, para sellar el piso. La mayor parte de los enterramientos localizados hasta ahora son entierros múltiples.

La fluctuación de la frontera norte de Mesoamérica

Hacia el siglo XI de nuestra era, la Sierra Gorda experimentó el colapso que puso fin al desarrollo serrano. En el desplome de la Sierra Gorda debió intervenir una acumulación de factores, que a lo largo de los siguientes 350 años afectó a todos los pueblos de la frontera norte. Pedro Armillas atribuye la contracción de la frontera a cambios climáticos al final del primer milenio, mientras que Enrique Nalda señala que se debió a fenómenos sociales por modificaciones en las estructuras internas de la sociedad, esto en la parte sur del Bajío. La Sierra Gorda sufrió el embate de los cambios y el efecto de ello fue el abandono de la región, lo que posiblemente ocurrió de forma gradual. Las evidencias arqueológicas en Ranas y Toluquilla muestran un abandono ordenado, sin violencia por parte de la elite gobernante, mientras que los agricultores y mineros estuvieron arraigados en la región algún tiempo más, hasta el avance de los pueblos cazadores-recolectores que merodeaban por la Sierra y que se adueñaron de las tierras de los antiguos agricultores y lograron desplazarlos. Se cierra así un capítulo de la historia serrana. A los nuevos pobladores de la Sierra Gorda y sus contornos se les conoce en las fuentes históricas coloniales como “chichimecas”, término genérico dado a los grupos de cazadores-recolectores del norte. En el caso de la población chichimeca de la Sierra Gorda, las fuentes mencionan a los ximpeces, pames y jonaces. Los pames y jonaces eran pueblos otomianos (quizá también los ximpeces) pertenecientes al tronco lingüístico otomangue; según los estudios lingüísticos, tanto la lengua pame y sus dialectos como el chichimeco-jonaz están estrechamen-te emparentados, aunque culturalmente presentaban diferencias. Para los siglos XVII y XVIII los pames ocupaban el sector oriental de la sierra y los jonaces se distribuían por la parte occidental.

Conquista y evangelización

Luego del sometimiento de los pueblos del centro de México por los conquistadores hispanos, se desarrolló un creciente interés por conocer el potencial económico de las tierras del norte, vista como una promesa de fama y fortuna para las oleadas de nuevos colonos que arribaban a la Nueva España. Sin embargo, nunca se imaginaron el desgaste que significaría enfrentarse a las aguerridas “naciones” del norte, pueblos de cazadores-recolectores nómadas, las tribus chichimecas. Durante la segunda mitad del siglo XVI se forjó el “camino de la plata”, que conducía a las minas de plata de Zacatecas, y a la par se desarrolló el conflicto de la Guerra Chichimeca, la cual puso de manifiesto la capacidad guerrera de los norteños para defender su territorio, que significó 40 años de conflicto bélico. Al final se firmó la paz; el altiplano norte quedó en manos de los españoles y una parte de los chichimecas terminó sufriendo el yugo hispano y otra continuó defendiendo su libertad en las montañas.

Durante el siglo XVI la Sierra Gorda o “Cerro Gordo”, como también se le llama, era un territorio poco conocido; los poblados fundados en sus contornos formaban un cerco desde donde partían los colonos en busca de tierras para asentarse, metales que explotar y pastos para sus ganados; asimismo, los militares buscaban resguardar los intereses de la corona y los misioneros ejercer su labor evangelizadora. Todos tuvieron dificultades para llevar a cabo su propósito. Los chichimecas pames y jonaces darían la batalla para evitar ser sometidos y despojados de sus tierras desde la segunda mitad del siglo XVI hasta mediados del XVIII.

Los primeros intentos misionales por evangelizar la Sierra Gorda comenzaron con los franciscanos por la parte occidental y los agustinos por la oriental; para finales del siglo XVII franciscanos y dominicos continuaban tratando de establecerse en la región con la ayuda de escoltas militares, sin lograrlo. Para el siglo XVIII, los rebeldes chichimecas seguían alzados, defendiendo su territorio, sin embargo, el interés de los españoles establecidos en torno a la Sierra Gorda era mantener la guerra “ya que faltaban tierras y la guerra daba una ocupación, dinero y títulos”. La situación no podía continuar indefinidamente; el virreinato estaba decidido a terminar con ese “manchón de gentilidad” tan próximo a la capital. A partir de 1740, las fuerzas militares encabezadas por el coronel José de Escandón –quien un año después sería nombrado capitán general de la Sierra Gorda– y fray José Ortés de Velasco –del colegio de Propaganda Fide de San Fernando de México, nombrado comisario de las misiones para la “reconquista espiritual de la Sierra Gorda”– juntaron sus fuerzas para dar paso a una nueva etapa en la historia serrana: el control de la región y la sumisión de los pueblos pames y jonaces.

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Margarita Velasco Mireles. Pasante de la maestría en arqueología. Investigadora en la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH. Directora del Proyecto Arqueológico-Minero de Sierra Gorda.

En este mapa del siglo XVI se ejemplifican las tensas relaciones entre esos grupos nómadas y los colonizadores españoles. San Miguel y San Felipe de los Chichimecas.
Presidio de la provincia de Pánuco en Jalpan. Durante el siglo XVI, en las zonas de conflicto entre españoles y chichimecas se establecieron guarniciones defensivas, conocidas como “presidios”.