En Noruega la policía no tenía noticias de «Un Joven ejemplar»

El hombre que odiaba a muerte el Islam y el mestizaje cultural

Anders Behring Breivik, un joven educado y de clase media, noruego de pura cepa, destruye el paraíso de Noruega.- Perteneció al segundo mayor partido de Noruega y fue masón

RICARDO MARTÍNEZ DE RITUERTO

– Bruselas

El País

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Anders Behring Breivik, detenido como autor a sus 32 años de la mayor matanza en Europa desde la de marzo de 2004 en Madrid, dejó el pasado domingo un twitter con una cita atribuida a John Stuart Mill, una de las cumbres del pensamiento filosófico y político del siglo XIX: «Una persona con una creencia iguala la fuerza de 100.000 que solo tienen intereses». La cita está orientada, pero es errónea. «Una persona con una creencia es un poder social igual a 99 que solo tienen intereses», escribió en realidad Stuart Mill en Consideraciones sobre el gobierno representativo.

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El desajuste de las citas es revelador de la personalidad de Breivik, un hombre con formación, ambiciones y desmesura, que mal dirigidas han hecho saltar por los aires el universo paradisiaco y autocomplaciente en que vivían los noruegos, admirados en todas las latitudes por su equilibrio, contención, discreción y responsabilidad.

En su página de Facebook (que ha sido bloqueada) el asesino de Oslo presentaba como uno de sus libros favoritos otro de Stuart Mill, el titulado Sobre la libertad, donde el pensador inglés dejó escrito que «si toda la humanidad menos uno tuviera una opinión y una sola persona tuviera la opinión contraria, la humanidad no tendría justificación para silenciar a esa persona, del mismo modo que esa persona, si tuviera el poder, no tendría la justificación para silenciar la humanidad».

Breivik o no llegó a ese pasaje o cruzó por esas palabras sin que le dejaran huella.

La huella de sangre la ha dejado él, armado con una pistola y un fusil y decidido a silenciar para siempre a todos los jóvenes socialistas que pudiera, precisamente por no tener su misma opinión. Como también atacó, según las sospechas policiales, con una descomunal carga explosiva las dependencias del primer ministro, Jens Stoltenberg, otro aborrecido socialista.

Autodefinido como políticamente conservador y cristiano en Facebook, Anders Behring Breivik aparece en su página web como un hombre joven, soltero y ajeno a las estridencias.

Este director de una explotación agraria que desarrolla la línea bio realizó estudios en una escuela de Comercio, gusta del deporte de la caza y era hincha del FK Lyn, uno de los históricos equipos de fútbol de la liga noruega, recientemente desaparecido por problemas económicos pese a ser un club de la parte occidental de Oslo, la zona rica de la ciudad en la que él creció. Junto al desaprovechado Sobre la libertad, Breivik coloca 1984, de George Orwell, y El proceso, de Kafka, entre sus obras favoritas, dos clásicos de calado, mientras cede a las pulsiones violentas a la hora de identificar los juegos electrónicos que le interesan o las series de televisión que le atraen, incluida Dexter, protagonizada por un policía forense de Miami que en sus horas libres hace justicia personal sobre quienes cree que han escapado indebidamente a la justicia de los tribunales.

El perfil corresponde como un guante a un hombre con ambiciones e inclinaciones intelectuales. Entre sus actividades favoritas incluye la de fundar y desarrollar organizaciones, junto a las de leer y escribir. Como intereses fija los análisis político y bursátil, mientras que a la hora de escuchar música se inclina por la clásica o por ese cóctel de absoluta contemporaneidad que supone la llamada vocal trance.

Un hombre sin aristas que deja el impacto para más adelante, a la hora de repasar sus retratos de «noruego de pura cepa», en palabras de la policía, alto, rubio, con incipiente perilla, frente ancha y despejada, y ojos verdes, un perfecto ejemplar de atractivo nórdico que se desvanece a la hora de mostrarse vestido como el aburguesado masón que también es.

Como decía ayer alguien en Oslo, «todo el mundo sabe su nombre, pero nadie sabe realmente quién es». Ni siquiera los vecinos, que le recuerdan como alguien cortés y nada más. Poco a poco van emergiendo detalles de esa otra vida e ideas políticas que componen un retrato que se acomoda mejor al drama nacional en que vive Noruega. Son particular reveladoras sus contribuciones a la web document.no, creada para alertar contra la invasión de Europa, en general, y de Noruega, en particular de gentes venidas de otras tierras e imbuidas de Islam. «Dígame de un país donde los musulmanes hayan convivido pacíficamente con los no musulmanes», inquiría hace unos meses Breivik antes de responderse que esa implantación ha tenido «consecuencias catastróficas para los no musulmanes». En otro momento se preguntó: «¿Cuándo ha dejado de ser el multiculturalismo una ideología dirigida contra la cultura europea, las tradiciones, la identidad y las naciones Estado?».

Para él, determinadas asociaciones de derechos humanos defensoras de las minorías no son sino «violentas organizaciones marxistas» que hay que combatir por todos los medios. Y los socialistas constituyen, a su juicio, la deletérea encarnación de ese mal. «No podemos tolerar que los socialistas subvenciones a estos Stoltenberg-Jugend, que sistemáticamente aterrorizan a los conservadores», escribía el luchador antimulticulturalidad que vivía disfrazado de pacífico masón y de modesto agricultor ecologista.

Stoltenberg-Jugend en su diatriba es la versión noruega de las Hitlerjugend (Juventudes hitlerianas), las mismas juventudes socialistas que iban reunirse plácida y desenfadadamente durante este fin de semana en la isla de Utoya, vecina a Oslo. Breivik aborrecía a Stoltenberg, el jefe de Gobierno objetivo del primero de los ataques del viernes, como también a su antigua predecesora, Gro Harlem Brundtland, tan apreciada por los noruegos que algunos llegan a referirse a ella como landsmoder (madre de la patria). En algún escrito Breivik la etiqueta como landsmo(r)der, donde el añadido la convierte en «asesina de la patria».

A Utoya acudió disfrazado de policía, llevando hasta el final su camaleónica capacidad de camuflarse como un simple noruego fuera de toda sospecha. Su empresa agrícola era una tapadera para conseguir medios para un activismo político que estaba fuera del circuito convencional desde que abandonó hace alrededor de un lustro, al dejar de pagar su cuota y sin que nadie le echara de menos, el Partido del Progreso, en cuyas juventudes también militó, la derecha ultranacionalista y xenófoba de Noruega, que en las elecciones de 2009 obtuvo un 23% de sufragios y con 41 escaños se convirtió en la segunda fuerza política nacional. Timoneado por la carismática Siv Jensen, el Partido del Progreso arremete una y otra vez contra la permisividad y entreguismo de los socialistas, cómplices, dice Jensen, de la progresiva islamización de la sociedad.

Esa retórica le parecía insuficiente al cada vez más arrebatado Breivik, que en sus intervenciones en la web puso como ejemplo de auténtico líder conservador a Geert Wilders, azote del Islam y del multiculturalismo en Holanda. El joven noruego se había convertido en un Savonarola contra el pactismo, la corrección política y la tolerancia y creía que había que promocionar sus ideas en el más allá de los confines nórdicos, en especial entre británicos, alemanes, franceses y estadounidenses, como escribió en una de sus intervenciones. Jensen se manifestaba ayer sorprendida por la mortífera odisea de su antiguo correligionario, de quien decía que era casi un desconocido entre los militantes del partido, y hacía un llamamiento a la unidad nacional en esta hora traumática.

En la feliz Noruega ni la policía tenía noticia particular del ciudadano ejemplar Breivik. En un reciente informe los servicios secretos aseguraban que «los extremistas de derecha y de izquierda, no constituyen una amenaza seria en 2011 para la sociedad noruega».

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