Volveré ¡y volveré crecido!

A Salvador Alcocer 

Yo me voy a crecer con los muertos.

Volveré mañana, en el corcel del viento.

Volveré ¡y volveré crecido!

No hay oficio de poeta

“Mi poesía no es más que una larga fila de ofrendas dolorosas y de lágrimas recogidas por todos los caminos y para aquí ahora en la puerta oscura de la prisión y en el ámbito mismo del infierno para el rescate orgulloso de la Esclava”.

“Esta es mi estética, vieja y perdurable aún. Vieja porque fue escrita antes de la tragedia actual del mundo, y perdurable porque dentro de las tinieblas de esta tragedia me sigue pareciendo la única: la estética de un barco perdido entre la niebla.

Hoy más que nunca es para mí la poesía fuego organizado, señal, llamada y llamarada de naufragio. Y ‘todo buen combustible es material poético excelente’. Todo hasta la prosa.”18

El poeta se marcha. Me voy porque la tierra ya no es mía, porque la espiga y la aurora ya no son mías, porque la luz tampoco es mía, porque la tierra y el pan y la luz ya no son míos.

Se marcha a un nuevo peregrinaje, para volver por el naciente como el tercer hijo: Yo me voy a crecer con los muertos. Volveré mañana en el corcel del viento. Volveré ¡y volveré crecido!19

El poeta se va a crecer con los muertos.

Como las semillas de centeno, para ir abriendo la tierra hasta alcanzar la luz. Pero todavía al hombre le restaba un largo trayecto.

Desde aquel marzo de 1938 en que fue lanzado al exilio León Felipe hizo posada en México durante siete años.

En 1945 emprende otra aventura itinerante y andariega. Juglar y Quijote se va de país en país, como antes de pueblo en pueblo, llevando sus señales.

Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, son puertos para él. Orillas de donde partir de nuevo.

Vivió en manicomios y hospitales, estuvo en un leprosario, junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo, durmió sobre el estiércol de las cuadras, en los bancos municipales y una prostituta callejera llegó a darle una limosna.

Iba el poeta sin rocín ni escudero, con solo su voz para despertar al hombre, para ahuyentar al lobo, para alertar a las ovejas. Oficio de diáspora.

La conciencia de la injusticia, la certeza de que quienes ayer sacaron a los mercaderes del templo, hoy se sientan en los mismos templos a negociar las mismas cosas, lo lleva a los límites del grito y la blasfemia.

 “¿Y qué otra cosa puede hacer el hombre más que enloquecer?” exclama. “!Quitadme los galones de un habitante de la tierra, rasgadme el uniforme de los seres humanos…! ¡Yo soy el loco de la pista!”

Son los sepultureros sembrando de sombras los mediodías del hombre. Desde esa noche del mundo emerge su estética. Tan difícil y terrible como mantener una lumbre encendida en una galería subterránea.

 “La poesía de esta hora para ganar u lugar en las avanzadas del conocimiento, no ha de ser música ni medida, sino fuego.” 

“No hay oficio de poeta”.  “Hay más que mineros y navegantes”. . “Cuando el hombre doméstico, egoísta y tramposo, degrada el mundo y todo lo rebaja; cuando las cosas no son lo que deben ser, el mecanismo metafórico del poeta es el primer signo revolucionario. Y antes denuncia nuestras miserias el poeta que el moralista.”

El poeta está solo. Lo había estado desde su nacimiento, desde más allá de su tiempo. Lo había estado en el campo de batalla que vio dividir al hombre en mil fragmentos. Y lo estuvo cuando debió tomar el camino del destierro para prolongar el peregrinaje.

Estuvo solo cuando se vistió de juglar para ir de pueblo en pueblo.

Lo estaba ahora que hasta su compañera Berta se le había ido.

Solo, en ese tránsito de irse a crecer con los muertos, y todavía sobre la tierra, entre sombras mucho más oscuras, viendo aún a los mercaderes negociarlo todo, y a precios más costosos, más terribles aún.

“Soy un viejo pobre y un pobre viejo” exclama León Felipe al dedicar su libro a Lucero Carral: “no tengo otra cosa mejor que poner en tus manos que este libro herético y desesperado.”

Herético y desesperado como el mundo que no parece verse a sí mismo y se ha inventado luces de neón para espantar las sombras.

El poeta cansado y solitario, con su voz quebrada de juglar a quien le han cerrado los caminos, exclama su desazón:

El hombre es un poema mal hecho, una rata atrapada en el cepo, la semilla podrida de un sueño que nunca germinó. Y la casa un oscuro calabozo de un insomnio perpetuo a la que han cerrado todas las puertas y ventanas.

Pero el poeta, aún desesperado y herético, sabe que siempre hay una esperanza. Y lanza su pregunta al Arcipreste:

“¿No sería entonces conveniente que el huésped hiciese un horado en el muro y se escapase de la casa antes de que sonase la campana”?

” Sabemos que el Quijote se le escapó a los curas antes de que sonara la campana con que dieron sepultura a Alonso Quijano”.

Y sabemos que León Felipe se escapó porque horadó el muro con sus lágrimas y se fue a crecer con los muertos.

 “Soy hijo del agua y de la tierra / pero mi sepultura está en el viento”  “No fui el poeta de la luz. / Fui un poeta triste / que vivió oscuro bajo el maleficio del eclipse /” exclama.

“¿Y si yo fuese solo una flauta? / ¿Una flauta tan sólo, León Felipe? / Una flauta tocada por Dios -Dios el gran encantador- / para hacer bailar a la serpiente. / ¡Oh, todo el veneno verde y oscuro que se arrastra sobre la tierra / levantándose de pronto / retorciéndose / bailando en el aire / buscando la luz / ante la música encantada de mi flauta!”

León Felipe tiene ochenta años. Dice él que su violín está viejo y roto y que no vale la pena comprarse otro.

“Todo está hecho para que nadie llore. Hasta llorar de risa. Luego se da cuenta el espectador que está llorando de verdad… pero de esto ya no tiene culpa el empresario”.

 “Un día esa lágrima acabará taladrando el muro / duro, negro y macizo del misterio / por donde entre una luz extraña que no hemos visto nunca.”

A los 80 años esa lágrima particular de León Felipe ya viene taladrando. Sabemos que tuvo la fortaleza de horadar el muro de aquella casa de donde escapó antes de que sonara la campana.  

“El mundo es el que se quebrará y romperá / no mi voz: / porque en el último desastre que ya se anuncia / lo único que se salvará será la voz de poeta / el verso eterno con el que se originó el mundo / y con el que volverá a nacer / el mundo venidero.”

En 1968 volvió a marcharse.

 León Felipe es un Poeta Mayor.

Calificativo que poco le hubiese gustado a la humildad de su corazón y que él afirmaba de otra manera: Soy Poeta Prometeico.

Es decir, el poeta que contiene en sus mecanismos metafóricos y revolucionarios las claves para aprehender la poesía del mundo, la historia del mundo. Sus postulados, su programa, su estética no abordan las instancias formales del poema, su engranaje, su estructura, su ritmo. Emerge para instalarse en el centro del destino del hombre y se hace instrumento para labrarlo.

Profeta y visionario.

“Quién, / quién quiere apagar mi canto, / mi canto de música y de piedra -alarido y guijarro”.

 Sabía León Felipe también que como la voz de los antiguos profetas su canto de música y de piedra sería apagado.

¿qué ocurriría si comenzara a resonar en el corazón de los hombres, de los pueblos?

¿Qué ocurriría si en la asamblea de los mercaderes le dieran la palabra al poeta prometeico?

Whitman:

 “con dos advertencias al genio imaginativo de Occidente cuando se levante dignamente. Primera, lo que Herder enseñó al joven Goethe, a saber, que la poesía realmente grande es siempre como los cantos homéricos o bíblicos, el resultado del espíritu nacional, y no el privilegio de una minoría refinada y selecta; segunda, que las canciones más vigorosas están aún por cantarse.”

He aquí el reto mayor, el infinito compromiso.   Tomado partes de:

Leon Felipe: poeta de pólvora y barreno. Caracas, 1988  Walt Whitman, «Mirada retrospectiva a los caminos recorridos», “Hojas de hierba. 1956”.

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