Un Corazón indócil; Amor y Extranjería…4/4

Los poemas amorosos hasta aquí citados podrían dar la impresión de que hay una contradicción entre lo que Rius plantea en el poema «Acta de extranjería» y el resto de su producción poética.

 

 Pero no la hay. En varios de sus poemas amorosos logra expresar -«fue camino el amor»- esa armonía tan deseada. Armonía que proyecta hacia todo lo que le rodea y que condensa al ser en plenitud, en continuidad perfecta con el mundo, superando al tiempo y a la muerte:

 

            Fugaz, eterno;                  

            relámpago de amor;                    

            todo ya es día sin deseo                        

            de anochecer jamás;                  

            la luz total; el mundo por fin cielo                   

 

 

             

 

 

También en los poemas que podrían calificarse más precisamente como eróticos se da esta situación, pero con características especiales:

 

El reconocimiento de sí mismo llega a través de la anulación del yo en el otro: no se encuentra propiamente descubriendo su lugar en el mundo ni superando la problemática del desconocimiento de su origen; tampoco supera el sentimiento de no pertenencia y extrañamiento, sino que olvida todo eso en favor de la entrega total y absoluta al ser amado, que tiene como condición, como en la mística, la propia anulación.

 

 

Este camino -que, como habíamos dicho, se manifiesta con la actitud diferente del yo lírico- lo lleva a encontrar en el ser amado ese camino largamente buscado: el que lo saca de su ensimismamiento y lo funde con el otro.

 

Ya no parece necesario el camino de regreso: el yo es por fin el otro.

 

Un ejemplo extremo se encuentra en un poema en el que el yo lírico, lejos de continuar ensimismado y encerrado en el círculo

 

Vicioso de su identidad, toma el papel de la mujer amada, su voz se vuelve femenina: él es el otro:

           

Árbol soy de una flor, de una flor sola,                     

            y para ti es la flor, mi enamorado.                   

 

            Nada es la vida ya,                       

            nada el mañana, amor, nada el pasado.                   

 

            Llega, ven, entra, rompe, gime, entrega…                 

                                  

            Todo era ya silencio desmayado                    

 

           

 

 

En los poemas de Cifra de danza la anulación del yo se da por otro camino: a través del embeleso.

 

En varios de estos poemas el yo lírico prácticamente desaparece en aras de la contemplación: la danza contemplada permite que el yo poético se sienta fundido en el ritmo de un mundo en armonía:

 

 

            Como si el aire pudiera              

            ser visto y ser invisibles            

            los cuerpos;

 

           como si oyera                    

            sólo el sonido

           inaudibles               

 

 

            ritmos de un son sin sonido,                

            los sonoros no sonando;                     

           

          y ya las flores, volando,               

            vieran el vuelo abatido               

 

 

            de las aves voladoras;               

            así mientras bailadoras              

            tus manos y tu cintura                

            vuelven aire tu figura,                 

 

 

            el mundo real se desmiente                  

            para hacerse a tu manera,                     

            cual si en ti se descubriera                   

            por fin verdaderamente              

 

             

 

 

Como se ha visto, la problemática se plantea y se resuelve alrededor del papel que juega el yo lírico en los poemas: a veces sintiéndose imposibilitado de reconocerse a sí mismo y al mundo y en ocasiones integrándose por completo, en armonía, a su entorno.

 

 La poesía, el trabajo poético, también toma parte de esta reconciliación, de la aspiración de armonía y de la ardua tarea de construir un mundo habitable.

 

Concluyamos con las palabras que Rius dice acerca de la búsqueda vital en que está implicada, para el poeta, la poesía:

 

La poesía es la posibilidad de expresión que el hombre tiene para revelarse a si mismo su propia esencia, y de este modo salvarse de su existir encadenado a una realidad que lo disminuye, ya que en su misma esencia está   implícito el camino que, al revelársele, lo salvará.

 

Esencia humana que no puede definirse con palabras objetivas, puesto que éstas no alcanzan más que a designar lo genérico del hombre (…) y no lo individual, sino que ha de ser revelada sólo a través de la metáfora, pues pertenece a un ser esencialmente poético que, al vivir en un mundo que no lo es, aspira enardecidamente a destruirlo para rehacerlo infundiéndole una sustancia idéntica a la suya.

 

  

Colectivo Sinaia. (Juan Antonio Díaz Gutiérrez – Gonzalo Enguita González y Cristina Sánchez López). Toledo

 

Nace Luis Rius el lo de noviembre de 1930 en Tarancón, villa manchega situada en el extremo occidental de la provincia de Cuenca, muy cerca del límite con las de Madrid y Toledo, en una casona de estilo colonial situada junto a un convento

 

Su padre, Luis Rius Zunón, fue Alcalde de Tarancón (1933), Diputado Provincial y Presidente de la Diputación de Cuenca (1934) y Gobernador Civil de Soria y Jaén (1935-36). Militó en el Partido Radical Socialista de Marcelino Domingo.

 

En octubre de 1936, como consecuencia de la guerra civil y después de un corto periodo en Jaén y Barcelona, es evacuado junto a su hermana Elisa y su madre a Normandía (Francia), donde permanece el resto de la contienda bélica, subsistiendo gracias al sueldo que tenía su padre como Tesorero de CAMPSA en París.

 

De niño no fue Luis Rius especialmente travieso. Le gustaba mucho leer, tenía buenas cualidades y sensibilidad y un gran apego a su madre. A los cuatro años ya leía de manera espontánea.

 

El 5 de abril de 1939, la familia Rius viajó rumbo a Nueva York a bordo del Queen Mary, trasladándose dos meses después a México.

 

A finales de los años cuarenta, y por sugerencia de su padre, marcha Luis Rius a Cuba para ingresar en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, pero su fuerte vocación por la literatura le hizo desistir del empeño sin concluir la carrera.

 

No queriendo contrariar a su padre, le envía una carta haciéndole saber su decisión, a la que éste, hombre culto, que también había escrito en su juventud poesía y recopilaciones de romances y canciones tradicionales, no se opone y ayuda más que nadie a que su hijo desarrolle su verdadera vocación.

 

Termina la carrera de Letras Españolas a los 21 años, obteniendo el grado de Maestro por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México en 1954 con la tesis sobre «El mundo amoroso de Cervantes y sus personajes».

 

En 1968 conseguiría el Doctorado con la tesis titulada «León Felipe, poeta de barro», que fue recibida con Mención Honorífica.

 

En 1948 dirigió la revista de literatura Clavileño y dos años más tarde participó en la edición de Segrel, donde fueron publicados sus primeros versos junto a una breve recensión crítica de su primer título Canciones de Vela, realizada por Arturo Souto Alabarce.

 

En torno a este inicio de obra, se cuenta que Juan José Domenchina, uno de los más conspicuos críticos de literatura y poeta excepcional, que realizó la mayor parte de su obra en el exilio, recibió cierto día en su casa a un audaz y casi imberbe Luis Rius con ese primer libro de poemas bajo el brazo.

 

Deseaba conocer la opinión de Domenchina y su esposa, la también poetisa Ernestina de Champourcin, quienes al preguntar al novel escritor sobre el contenido de su libro, recibieron la sorprendente respuesta de que estaba cargado de nostalgia; «¿nostalgia siendo Vd. tan joven?», fue la inmediata contestación de quien precisamente moriría tiempo después desesperado de nostalgia.

 

En 1950 fue miembro de la mesa directiva de la Sección de Literatura del Ateneo Español de México.

 

Entre 1952 y 1956 fue profesor jefe del Departamento de Letras y secretario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, profesor invitado de la de San Luis de Potosí, del México City College y de la Universidad Iberoamericana, becario del Centro Mexicano de Escritores de 1956 a 1957, maestro de tiempo completo (engrosando una larga lista de profesores de origen español que contribuyeron de manera decisiva al crecimiento intelectual de México) y, por fin, secretario académico y jefe de la División de Estudios de Postgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

Colaborador habitual en diversas publicaciones literarias como Cuadernos Americanos, Revista Mexicana de Literatura, Anuario de Letras de la UNAM, Las Españas, Ínsula y suplementos culturales de los periódicos Excélsior, Novedades, El Nacional, Siempre y El Metropolitano de El Heraldo de México.

 

Poeta y crítico de Literatura Española, publicó cinco libros de poesía: Canciones de Vela (1951), Canciones de Ausencia (1954), Canciones de Amor y Sombra (1965), Canciones a Pilar Rioja (1968) y la antología Cuestión de amor y otros poemas (1984), en edición póstuma que había sido encargada al poeta Ángel González y que corrigió el propio Rius desde la cama del hospital.

 

Además de las tesis de maestría y doctorado ya citadas, escribió los ensayos «Los grandes textos de la Literatura Española hasta 1700» (1966) y «La Poesía», opúsculo del Programa Nacional de Formación del Profesorado.

 

Especialista en poesía española contemporánea en el destierro y los grandes textos de la Literatura Española en la Edad Media y en el Siglo de Oro, tuvo también a su cargo desde 1963 a 1970 un programa de radio con el título de «Literatura Española», transmitido por Radio Universidad, repitiendo posteriormente otro parecido para el Canal 13 de la televisión mexicana.

 

 Su «Viaje alrededor de una  mesa» logró congregar, cada martes durante media hora y a lo largo de más de cien capítulos, a una fiel audiencia que gustaba de escuchar a un hombre que sólo hablaba de poesía y a veces, muchas también, de su pueblo de nacimiento.

 Con un tono de voz entrañable y un castellano perfecto dictaba lecciones de literatura española, descifrando a Góngora, doliéndose de España con León Felipe, sintiendo a Machado o haciendo de Quevedo un personaje de nuestros días.

 

No es exagerado decir que, pese a la temprana hora en que se emitía, el programa paralizaba hasta los mercados callejeros.

 

Luis Rius murió en la Ciudad de México el 10 de enero de 1984, víctima de un cáncer que le fue diagnosticado un año antes y en medio del silencio de sus amigos, estremecidos ante su lucidez, convertida por culpa de la enfermedad en sólo una mente clara sobre unos huesos sin carne, reflejo de su verso hondo y sin adornos.

 

Fumador y bebedor empedernido y con un enfisema pulmonar padecido desde muy joven, a Luis Rius le dieron entre uno y cuatro años de vida, pese a lo cual estaba convencido de que duraría el máximo tiempo pronosticado, mas el cáncer, en avanzado proceso metastático, no se lo permitió.

 

Se barajó incluso la posibilidad de que le fuera amputado un brazo, cosa que Luis aceptó con gran sentido del humor diciendo que así se reencarnaría en un nuevo Cervantes.

 

Extremadamente tímido y poco amigo de fanfarrias y homenajes, no pudo evitar tras su desaparición física, dos emotivos actos que tuvieron lugar en tiempos diferentes, pero en lugares tan entrañablemente cercanos para él, como México y Tarancón.

 

El primero de ellos tuvo lugar apenas dos meses después de su muerte, en el legendario Ateneo Español de México de la calle Morelos y con él se iban a cerrar definitivamente sus puertas, dando por finalizadas las actividades de tan histórico lugar.

 

Se recordó al maestro tanto por su extraordinaria calidad humana como por su magnífica dimensión de literato. Palabras llenas de cariño, de añoranza y de dolor, con lectura de algunos de sus poemas a cargo de dos actrices amigas y presencia espiritual, seguro que sí, de Luis Rius y su sempiterno cigarrillo Filtron.

 

Una curiosa anécdota animaría a la concurrencia: decía Enrique Loubet, uno de sus amigos, que siendo jóvenes acompañó a Luis a casa de Alberto Gironella, quien en aquel entonces tenía pretensiones de escritor.

 

Y ahí se sentaban a escuchar las páginas de una novela que nunca se imprimió: Tiburcio Esquirla (de la que aparecieron primeros bosquejos en Segrel). Un día de tantos, Loubet le dijo a Luis en la calle:

 

-Oye Luis, fíjate que no escribe mal Alberto… sobre todo esa parte de los versos.

 

 

Y Luis, con su voz suave, le dijo:

-Enrique… son de Machado.

 

 

El otro homenaje al que hacíamos referencia tuvo lugar diez años más tarde en Tarancón, su lugar de nacimiento, el pueblo del que tanto presumía y que siempre permaneció vivo en su recuerdo.

 

Jamás decía «soy de Cuenca», sino que con la mayor naturalidad se aprestaba a decir: «soy de Tarancón».

 

Este pueblo le tributó un sencillo homenaje, extensivo a toda la familia Rius, en el que se quería destacar sobre todo a un hombre que no llegó a ser Rector de una de las Universidades más gigantescas de la lengua castellana en el mundo, como es la de México, porque no quiso nunca dejar de ser taranconero.

 

Hoy la Biblioteca Pública de Tarancón luce orgullosa en su fachada el nombre de Luis Rius.

 

            Ay, mi corazón tan triste,                       

            tan dulce tu desvarío.                 

            Corazón desarraigado, sol a la tarde nacido                      

            para correr horizontes               

            largos de ausencia y olvido.                 

            Ay, mi corazón doliente,            

            ¡qué hermoso tu desvarío!                    

            Oro y fuego, ciego lanzas                     

            -de tu pasión desprendidos-                

            rayos como de la aurora                        

            y eres ya sol consumido.                      

            Ay, mi corazón indócil,               

            sol de la tarde prendido,                        

            ¿qué lumbre, qué resplandores                      

            crea, inmenso, tu delirio,                       

            si va la tarde cansada                 

            arrastrándote consigo?             

            Ay, mi corazón, sol viejo                        

            de pasión estremecido;             

            en muerte tan lenta y tenue,                 

            qué morir tan encendido                       

            -aurora rota de luz-                      

            tu largo ocaso cautivo.               

 

 

 

 

Canciones de ausencia                     

 

 

Ese corazón cautivo, abandonado, vacío, desierto, calificativos todos ellos de la lírica tradicional, aparece tan sólo en este poema como un «corazón indócil», síntoma de rebeldía quizás por el desarraigo, la tristeza, un camino inacabable e inabarcable, sin principio ni fin, recorrido de su propia existencia sobre el que el poeta deja escapar su tiempo y sus espacios.

 

Y este corazón suyo, nunca dejó tras de sí un atisbo de cambio posible, siempre el desarraigo mantenido como una bandera representativa de sí mismo, un eterno errante convencido de que su destino es una fuente que brota de su empequeñecido corazón:

 

 

            Desterrado por siempre, desterrado              

            seguiré mi camino…                    

 

 

 

 

Canciones de Vela                 

 

 

Este desarraigo es común a toda una generación, esos «cachorros» del exilio se aglutinaron en torno a una misma actitud: «España como idea».

 

Sin embargo, Rius fue considerado por Marra-López como el más tradicional de todos, el más afecto a los viejos sueños.

 

Viejos sueños que se hacen más evidentes en la tradición literaria que Rius conocía tan bien y, asimismo, en esa España idealizada a la que nunca traicionó.

 

Sólo tres poemas en su obra reflejan el destierro, su destierro desconectado de la realidad como una actitud vital. Una realidad tangible que todos supieron aceptar menos él:

 

            Es una sierpe herida                   

            que se arrastra en la noche congelada                     

            de un invierno sin tierra.                        

            Ondula por los montes               

            su cuerpo ensangrentado, lento pasa                      

            por los llanos abiertos,               

            por los estrechos puentes se adelgaza.                   

            Andrajos y silencio. Ya no tienen                    

            los corazones llanto ni palabras.                    

            Nada hiere a la muerte. Sólo el filo                 

            del crudo invierno rasga                       

            la carne y la estremece. Apaga el viento                   

            el sordo martillar de las pisadas.                    

            Un tenue resplandor se enciende largo                   

            en las tinieblas de la noche helada;               

            yerta aurora fingida                     

            la roja luz que lame las miradas                      

            del hijo y de la esposa; el hombre lleva                    

            una antorcha en sus manos apretada.                     

            La noche sin estrellas.               

            El silencio sin lágrimas.             

            Enorme y silenciosa,                  

            por los parajes últimos de España                 

            en la oscura serpiente del destierro               

            que en la noche se arrastra.                 

 

 

 

 

Canciones de amor y sombra               

 

 

Sus referencias al amor, al igual que ocurre con el destierro, no son excesivas, sobre todo si se trata de un amor feliz, positivo, mas lo que sí sabemos con certeza es que el amor es para él un valor absoluto.

 

El amor que Luis Rius profesó a las mujeres no se corresponde con esa expresión  absoluta de tan definitivo sentimiento.

 

El libro dedicado a Pilar Rioja lo pone de manifiesto, su amor es admiración, veneración, como quien contempla una estatua perfecta y es incapaz de abandonarla.

 

            Yo te sigo,               

            humo de amor blanquísimo y callado                       

            para nunca llegar a ti.                 

 

 

 

 

Canciones a Pilar Rioja                     

 

 

El poeta se olvida de lo etéreo, de la frialdad de estatua, para materializar su lírica en un cuerpo de mujer que se dibuja corpórea palmo a palmo, de sus pies a sus senos.

 

Rius nos regala una sensualidad de alto riesgo en la poesía:

 

            Quiero sembrarme en ti. No me conformo con                   

            tu piel, con tu risa, con tu aliento.                   

            No me bastan tus ojos ni tus labios.              

            Tu sangre quiero.             

            Tenderte junto a mí,                    

            desmadejar tu pelo,                     

            sobre el césped sentirlo embravecido                      

            como un torrente negro.                        

            Deslizar mi silencio por tu lengua.                 

            Beber de ti en tus pechos.                    

            Surcarte libre, único, infinito,               

            como el barco en el mar y el pájaro en el cielo.                  

            Enamorar tu entraña con mi entraña.                        

            Herir de paz tu cuerpo.               

            Yo callo triste, tú besas mis manos,               

            mientras gime de amor mi pensamiento.                  

 

 

 

 

Canciones de amor y sombra                       

 

 

El paso inevitable del tiempo, siempre tan ajeno, tan externo al poeta.

 Su corazón indócil se abandona en los silencios no obligados, las nostalgias desesperan entre recuerdos y olvidos confundidos.

 

 Ya ningún sentimiento le pertenece.

 

 La soledad es extrañeza que se hace compañera, sombra alargada que cubre sus pensamientos.

 

 La muerte fluye de sus manos, ya transformadas en versos definitivos:

 

            Ahora es, no al morir, cuando te pago                      

            a ti, muerte, tributo de zozobras                     

            y miedos y lamentos.

 

Ahora cobras,                    

            cuando eres sólo de ti misma amago.                       

           

Toma las donaciones que te hago;                

            la prisión que me diste y que recobras,                    

            las ausencias del bien, del mal las sobras;             

            para tu hacienda tómalo y tu halago.             

 

           

Así te compro el tiempo que me vendes,                  

           

tan mezquino, soborno tu violencia.             

           

De ti misma, amagando, me defiendes;                    

            y ni eso tendrás cuando mi ausencia                        

            definitiva dictes y no enmiendes,                   

            que sólo te es vasalla mi existencia.              

 

 

 

 

Cuestión de amor y otros poemas                            

 

 

Finalmente, no queremos dejar de agradecer las primeras palabras de apoyo y testimonio personal de Elisa Rius Azcoita y Manuela Rius Caso, hermana e hija del poeta respectivamente, quienes nos pusieron en el camino adecuado alentándonos con gran afecto;

 

Al poeta Ángel González y al cantaor Enrique Morente, que nos ofrecieron la opinión del amigo;

A Antonina Rodrigo su desinteresado envío de documentos; a Ernestina de Champourcin sus encantadores noventa años; a la poetisa toledana María Antonia Ricas su estimable apunte reflexivo sobre la obra de Rius y, finalmente de forma muy especial a Julio González-Laganá, paisano y amigo del poeta, que nos abrió de par en par su casa y su sabiduría, y a Eduardo Mateo por el valiosísimo aporte bibliográfico que puso a nuestra disposición.

 

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