Chavela Vargas, lleva una Cruz de olvido…

 Chavela Vargas, dice:

Quiero morirme un martes para no estropearle el fin de semana a nadie*

 

Lo que me preocupa es que un niño muera porque no hay dinero para que sus padres lo curen.

Lo que está sosteniendo a México, asegura Chavela Vargas, «son sus indios, su gente fuerte. Y sus dioses están pendientes, van a volver a reinar, fíjate que así va a ser. El gigante dormido va a despertar. Volverán a reinar los grandes, los justos, los hombres de verdad. Lo que empobrece al país, lo que hace a su sociedad conservadora e hipócrita, es la pérdida de identidad».

Un ejemplo: «El saludo indígena que te pregunta ¿cómo está tu corazón hoy? se está perdiendo. Ahora te dicen, ¿qué pasó güey?»

Ella alberga, lleva sangre india en las venas. «No sé de dónde me viene, pero algo he de tener porque lo siento».

Por eso en sus conciertos, además del jorongo rojo, porta un medallón de chaquira que los huicholes le entregaron como símbolo de su reconocimiento como chamana. Por eso interpretó el papel de una indígena de la Patagonia en la película Grito de piedra, de Werner Herzog.

Por eso cada vez que se despide de un escenario ante un público que delira por ella, Chavela extiende los brazos, levanta la mirada y declama, histriónica: «¡México, creo en ti!»,  por eso recorre el mundo declarando su profundo amor por este país.

«Sí, me ha correspondido hasta donde puede, por el machismo. Aquí me quieren.

En España y en Argentina me adoran». De los grandes homenajes que recibió en Madrid, en el Teatro Olympia de París, en el Carnegie Hall de Nueva York, en el Teatro de la Opera de Buenos Aires, antes que en Bellas Artes, un poco de olvido, un poco de desdén.

Es la señora Vargas, leyenda viviente de la canción mexicana, pies en la tierra, dueña de una memoria que además de tener vivo el repertorio de su lírica guarda, intactos, decenas de poemas de Federico García Lorca y Pablo Neruda.

Platicando de indios y de raíces, de la cima de los 88 años desde donde contempla la vida, de sirenas y seres raros y de los tiempos idos, pasa la tarde tibia en un jardín de Guadalajara, al día siguiente de un concierto apoteósico, rodeada de amigas jóvenes, de niños que también son sus amigos y le llaman Chavelonga.

Confiesa que una mañana, después del concierto, al despertar, la depresión acechaba al pie de la cama. «Y le dije ¡mangos! Tú a mí no me vas a llevar, largo de aquí». Y se repuso.

-¿Qué necesita cada mañana para levantarse?

-Saber que ya amaneció y que tengo cosas que hacer. Pero si no me dan ganas, no las hago. A veces me canso de luchar contra muchas cosas del mundo que no puedo remediar. Pero cuando puedo remediarlas, lo hago. Busco una salida.

-Dicen que fue la primera mujer que le cantó una canción de amor a otra mujer.

¿Qué precio pagó por su forma de llamar al pan, pan? ¿Con la Macorina, por ejemplo?

-El arreglo de la Macorina es mío. Es una canción del siglo XVII; la prohibieron en tiempos de la Colonia, porque consideraban indecente decir ponme la mano aquí. A mí también me lo prohibieron. A los niños les apagaban el tocadiscos cuando llegaban a las casas.

-¿Fue revolucionario en su momento cantar sin eufemismos?

-Pues claro. Además, ¿a quién ofendo? ¿Quién se da por aludido?

Los hipócritas, pero esos están marcados, ya los conocemos.

Si hubiera habido Inquisición me mandan para allá.

Yo tenía un coche convertible que me pude comprar cuando empecé a trabajar, era una belleza, era un MG. Y me paseaba por el Paseo de la Reforma en mi MG negro, con mi cigarro, y me gritaban cosas espantosas: ¡puta, hija de la chingada, maricona! Me moría de la risa. Los saludaba con un gran gesto ¡salud!

-¿Nadie le puso la rienda jamás?

-Nadie, jamás. Y por eso, moriré muy orgullosa. Quiero morirme un martes, para no fregarle el fin de semana a nadie. Nada pasa en martes, son muy aburridos.

-Dios es una presencia muy fuerte en muchas de sus canciones…

-Dios está metido en muchas letras de la canción mexicana. Hay cosas en las que no creo, pero no las digo. Para que me meto en otra bronca más de las que ya estoy metida.

Estoy en paz y respeto mucho las cosas de la religión. Eso es privado.

«A veces me tocan la puerta de la casa y es una musa, o un ser raro. Cuando vivía a la orilla del mar, en Veracruz, amanecían escamas de pescado en el marco de la ventana. Me decía la criada: amaneció lleno de escamas. Yo le decía: son las sirenas que estuvieron aquí anoche. Llegaban y me contaban muchas cosas muy hermosas. Que sí conocían a Alfosina, que por ahí anduvo. Un día me invitaron a irme al fondo del mar a tomar una copa, pero no pude ir porque no bebo.»

-La barca…

-…en que me iré lleva una cruz de olvido. Es una canción de uno de los hermanos Sáizar, un compositor que era muy amigo mío. Esa canción se hizo en una cantina. Lleva una cruz de olvido, lleva una cruz de amor y en esa cruz, sin ti, me moriré de hastío. ¡Qué divina letra!

-¿Le llegó el momento, como al andariego, de sentir la calma y el sosiego?

-Ey, junto a mi cruz tan solo quiero paz. No sé si el momento de la cruz, pero si de las horas de sosiego. Llegará la hora de la cruz. Pero entre tanto, no voy a estar tranquila. Me falta mucho por hacer. Me falta ver filmar la última película de Pedro (Almodóvar). Por ahí hay una sorpresa para mí, con un premio, pero no lo puedo decir todavía.

-¿Cómo se siente tener 88 años…?

-…¡Ah, Chihuahua, de la chingada!

-…Tener 88 años, con tanta fuerza, tanta lucidez, estar en tantos proyectos.

-Sí tú, casi 90, creo que es una enfermedad nueva que no está de moda. Porque a esta edad la gente se mete a los cuartos a rezar. Yo todavía me aviento a hacer cosas locas. Si Herzog me invita a irme otra vez a la Patagonia, voy. Tengo muy bien puestas las hormonas.

-La soledad…

-Nací con ella. Libertad es soledad. Libertad es pobreza. Así que no me quejo. Prefiero estar sola y no tener dinero que estar atada.

-Los jóvenes van a sus conciertos…

-Eso es bellísimo. Yo hablo con jóvenes. Ellos sienten las mismas cosas que sentía yo a su edad. Claro, ellos sí saben porqué les pasan las cosas, yo no sabía nada. Se identifican mucho con La canción de las cosas simples, de César Acella.

Cuando yo digo: demórate aquí, con el sol mayor de este mediodía, lloran, pero con un llanto diferente al amor corriente. Es casi un sueño, una cosa rara.

La música no tiene frontera, sexo, edad. Es o no es, te toca el alma, te despierta cosas muy hermosas.

-¿Lamentas sus años de parranda?

-No, yo era una vieja borracha. Fueron años simpatiquísimos, con José Alfredo Jiménez, que era el enamorado de todas las mujeres del mundo y me llevaba a darles serenata y al final de la noche se le descomponía su coche y yo lo tenía que empujar. Pero me estaba diciendo el doctor la semana antepasada: qué hígado más perfecto tengo. No me lo explico, es un hígado que se tomó 40 mil copas.

-No habla mucho sobre cómo salió del alcohol, de cómo se rehabilitó…

-Con muchos ovarios. Esa fue la batalla más dura de mi vida. El primer día que dejé de beber y empecé a sudar (Chavela se pasa las manos por la cara, como si reviviera las sensaciones terribles de la abstinencia) me estaba muriendo, y sin un quinto para comprar una vitamina. Y yo decía: tengo que salir de esto. Sola. Sola me aventé la eterna cruda. ¡Y salí! Tengo 25 años sin probar copa. Y soy el ser más feliz.

* BLANCHE PETRICH

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