El Sol y La Luna en Mesoamérica: Ensayo

Los juegos de Sol y Luna 

Alfredo López Austin  

Dicen los sabios -dicen- que el Universo no tiene arriba ni abajo, ni derecha ni izquierda, ni enfrente ni atrás.  

Pero conocí a una niña que cada mañana, al despertar, echaba una maroma; giraba entonces el Universo entero 360 justos en tomo a ella, y volvía a quedar todo, milagrosamente, el arriba arriba y el abajo abajo. 

No sé si ahora aquella niña crea en el descomunal giro.  

La vida debe de haberle enseñado otras realidades y, entre ellas, la aseveración de los sabios: «el Universo no tiene arriba ni abajo».  

Sin embargo, aunque poseedora de esta verdad, la niña no podrá prescindir de sus presupuestos de verticalidad, y tal vez hoy, si su imaginación y su cuerpo se lo permiten, siga haciendo girar el Universo. 

Hubo una época en la cual toda la humanidad imaginaba que había existido un periodo primigenio y numinoso. Se creía entonces que el tiempo estaba dividido en dos grandes partes: en la primera Dios o los dioses habían concebido el mundo y, en un momento maravilloso, lo habían creado; la segunda parte correspondía al tiempo de las criaturas.  

Con el paso de los siglos se diversificó considerablemente el pensamiento.  

Un amplio sector de los hombres, guiado por el rigor de los criterios científicos, abandonó la concepción de la inmutabilidad de las criaturas para adoptar la de la transformación de las especies. 

Formamos parte de este sector escindido que concibe el existir del hombre y de su entorno como el producto de un proceso evolutivo.  

Pero somos, como el resto de la humanidad, herederos de un pasado forjador de mitos.  

Somos como me imagino que será hoy la niña del cuento: poseedores de nuevos conocimientos, pero con la nostalgia y las huellas de los viejos ensueños. 

En efecto, nuestras tradiciones se alimentan de flujos heterogéneos.  

Cambia la idea del mundo con el desarrollo del conocimiento; pero seguimos condicionados por nuestra naturaleza física y por nuestras creaciones culturales, que atemperan en la vida cotidiana la más moderna concepción de la realidad.  

Para efectos prácticos fingimos creer.  

Pese a nuestras ideas sobre la redondez de la tierra, las órbitas del sistema solar y la naturaleza de los planetas, nos imaginamos día a día sobre una superficie plana y cubierta por una bóveda celeste; contarnos cada mañana con la «salida» del Sol y vemos en las noches de plenilunio un «dibujo» en el rostro brillante de la Luna. Aún más: seguimos pensando poéticamente en el Sol y la Luna, y sumamos el mito a la poesía. 

Sin embargo, en otras épocas el mito no fue mera literatura. Fue mucho más, y es preciso aquilatarlo en el contexto de las sociedades que le dieron vida. O que le dan vida hoy en día, porque no han muerto todos los mitopoetas, y existen en el presente muchos pueblos que construyen culturas fincadas en el pensamiento mítico. 

Hay culturas que entrelazan firmemente sus ámbitos, y las hay de articulaciones más laxas. Las primeras se caracterizan por su concepción unitaria del universo; las segundas, por su compartamentalización y especialización.  

El mito pertenece a las culturas del primer grupo; nuestra cultura, en cambio, es del segundo.  

En nuestra forma de vida moderna y urbana, por ejemplo, distribuimos nuestras acciones en campos drásticamente segmentados.  

Poco tiene que ver el campo de los negocios con el de la solidaridad, o el campo de la ciencia con el de la religión, o el de la política con el de la moral, o el del arte con el de la utilidad.  

En cambio para el campesino, y sobre todo para el campesino indígena, los entrelaces que existen entre todos los ámbitos de la existencia cargan de sentido global cada uno de sus actos.  

Cuando en una cultura los distintos ámbitos del pensar y del hacer están estrechamente vinculados, no es ajena la salud a la moral; no es diferente el saber sobre las cosas divinas al que toca a la materia del taller, ni son distintas las leyes que rigen el cielo a las que gobiernan sobre la vegetación y la vida humana.  

En dicha globalidad del pensar y del hacer, el mito es una de las síntesis del conocimiento; cada mito es un esquema que encierra un pedazo de la razón del mundo. 

El relato mítico se refiere al periodo de la creación. Su saber compete al tiempo primigenio. A la pregunta ¿por qué los sapos tienen la piel rugosa?, el relato mítico responderá que allá en el principio de los tiempos la Abuela Caníbal pagó sus crueldades con el fuego, y que sus cenizas fueron cuidadosamente recogidas; dirá que después se encomendó al sapo (al original) que arrojara al agua las cenizas de la Abuela; pero que el animal, curioso, abrió la caja, y que las cenizas escaparon convertidas en insectos ponzoñosos; agregará que los bichos atacaron al sapo y dejaron su piel (para siempre, la piel de todos los sapos) en muy lamentable estado.  

En efecto, el pensamiento mítico del mundo se funda en la perennidad de las esencias.  

Quien acepta el mito niega la evolución de la realidad mundana: las cosas son como son, como lo determina su esencia, como fueron creadas en el origen del tiempo mundano. El sapo es sapo, así como es, desde que el mundo es mundo. 

El mito habla de las violentas aventuras de los dioses.  

El mundo empezó a funcionar cuando terminaron los juegos divinos.  

En un momento dado se produjo la primera aurora, salió por vez primera el Sol sobre el horizonte, y toda la agitación divina, todos los ejercicios de los dioses, quedaron paralizados, cristalizados en las formas que el hombre puede conocer ahora. Pongamos como ejemplo un relato mítico que tiene el sabor de un cuento infantil.  

Allá en el tiempo divino, primigenio, estaban la armadilla y la tepezcuintla originales haciendo sus camisas. La tepezcuintla, diligente, ya había bordado las flores. La armadilla, en cambio, no había concluido la tela.  

Llegó el momento en que todo quedaría fijo para que empezara a existir el mundo. Salió el Sol, y la tepezcuintla se puso su camisa nueva, por lo que quedó con las bellas flores pintadas sobre la piel del dorso.  

En cambio la armadilla apenas alcanzó a cubrirse con el telar, con todo y sus palos, y cuando la luz solar fijó las realidades quedó con los palos del telar sobre su espalda. 

Si se cree en la inmutabilidad de las esencias, y si el relato mítico explica la realidad actual por medio de la referencia al remoto principio, es de suponer que todo buen relato concluye con una fundación, aunque ésta sea tan sencilla como los tolondrones de la piel del sapo o las placas dorsales de los armadillos.  

Quien pretenda analizar el relato mítico deberá tomar en cuenta su final. A partir del final, esto es, de la consecuencia, de la incoación, podrá el estudioso reconstruir la lógica de las aventuras, pues éstas forman una vía causal.  

El relato mítico se debe leer de atrás para adelante. 

En la tradición mesoamericana no hay personajes míticos que puedan igualar a Sol y Luna. Sus aventuras, siempre presentes, han ocupado el primer lugar de las narraciones literarias desde las épocas más antiguas.   

Forman textos orales o escritos de muy diversas características.  

Por lo que concierne a importancia y extensión, no olvidemos que es astral el más hermoso de lodos los mitos mesoamericanos que se es: el de Hunahpú e Ixbalanqué.  

El relato del Popol vuh es una larga historia que incluye las andanzas de los padres Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú en Xibalbá (el tenebroso mundo subterráneo). Los dos personajes son retados por los señores del inframundo y se enfrentan a ellos.  

Hun-Hunahpú y Vu- cub-Hunahpú son derrotados y perecen a manos de sus enemigos; pero sus cuerpos generan nueva vida.  

Cuenta el Popol vuh la forma milagrosa por la que Hun-Hunahpú, convertida su cabeza en fruto del árbol del jícaro allá en el inframundo, empreñó con un chisguete de saliva a la doncella Ixquic.  

La joven embarazada subió a la superficie de la tierra y ahí parió a los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, réplica del primer par de héroes.  

Estos seguirán los pasos de Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú.  

El documento quiché nos describe el nuevo descenso al inframundo, cómo los gemelos derrotan a los señores de Xibalbá, y cómo por fin los héroes-hijos ascienden, victoriosos, al cielo: Así fue su despedida, cuando ya habían vencido a todos los de Xibalbá. 

Luego subieron en medio de la luz y al instante se elevaron al cielo. Al uno le tocó el Sol y al otro la Luna. Entonces se iluminó la bóveda del cielo y la faz de la tierra. Y ellos moraron en el cielo. 

Entonces subieron también los cuatrocientos muchachos a quienes mató Zipacná, y así se volvieron compañeros de aquéllos y se convirtieron en estrellas del cielo.(1) 

(1)Popol vuh. Las antiguas historias del Quiché, trad. de Adrián Recinos, 7a. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1964 (Colección Popular, II), p. 102. 

El acervo de los mitos es muy heterogéneo. En contraste con el largo relato del Popol vuh, entre las múltiples historias de Sol y Luna hay algunas tan pequeñas, tan sencillas, que difícilmente pueden ser consideradas textos míticos.  

Señalo un ejemplo: en 1945 George M. Foster publicó una interesante colección de relatos popolucas, y entre ellos un mito astral verdaderamente breve.  

Cuenta que una pareja tuvo primero un hijo, al que llamaron Hama, y años más tarde una hija muy bella, a la que dieron por nombre Poya. Los padres murieron, y Dios, compadecido por la orfandad de los niños, los envió al cielo con la tarea de iluminar la tierra, uno de día y otro de noche.(2) Este es todo el mito. No hay más. La única aproximación a la aventura es el gran sufrimiento de los huérfanos, que se dice fue suficiente para mover la piedad divina. 

(2)»El Sol y la Luna«, narrado por José Rodríguez. George M. Foster, Sierra Popoluca Folklore and Beliefs, Berkeley-Los Angeles, University of California Press, 1945 (University Of California Publications in American Archaeology and Ethnology, v. 42, n. 2, p. 177-250), p. 217. 

La diversidad de los mitos causa desconcierto a quienes se aproximan por primera vez a los textos mitológicos.  

¿Cómo es posible que en una misma tradición -en este caso la mesoamericana- existan textos tan diferentes sobre un mismo hecho cósmico?  

La pregunta es de difícil respuesta, y creo que aún estamos alejados de la posibilidad de dar una contestación satisfactoria.  

En efecto, son muchas las diferencias que existen entre los distintos mitos astrales, y las diferencias son de diversos órdenes. Por ejemplo ya puede percibirse la complejidad del problema a partir únicamente de los dos textos citados.  

La diferencia entre ellos no es sólo de extensión, sino que las aventuras y los personajes varían considerablemente. En el caso del Popol vuh, para tocar sólo el aspecto de los personajes, los héroes son dos gemelos varones; en cambio, en el mito opoluca se nos habla de dos hermanos, niño y niña. 

Como es grande la complejidad de los problemas que surgen al estudiar los juegos míticos de Sol y Luna, abordaré en este trabajo sólo unos cuantos temas y fundaré sintéticamente mis argumentos explicativos.  

Empezaré por un aspecto interesante: la naturaleza y la caracterización de los personajes míticos. Cuando escuchamos o leemos un relato mítico nos llama la atención un buen número de datos que tienen el aspecto de noticias secundarias, circunstanciales e intrascendentes. Por ejemplo, en muchos relatos de la tradición mesoamericana se dice que el padre del personaje principal es un músico o aparece en la narración tocando un instrumento.  

Esto puede pasar inadvertido al investigador cuando conoce las primeras dos o tres versiones del mito; pero cuando el detalle se repite, enunciado incluso en versiones de grupos indígenas muy distantes entre sí, el investigador puede sospechar que aquel informe, aparentemente baladí, es en realidad un mensaje dirigido a los oyentes para que capten de manera más clara el sentido de la aventura.  

Así se percata el estudioso de que ciertas características de los personajes míticos pueden ser claves que conducen al significado del mito, y reúne los casos de aparición de estas señales para encontrar las razones de su presencia. 

Detengámonos en el ejemplo dado.  

¿Quién es ese músico? 

¿Qué otras formas adquiere el personaje en versiones diferentes de relatos semejantes?  

En muchos mitos astrales o en los que hablan del origen del maíz, este personaje aparece en dos variantes principales: es un músico o es su equivalente animal, un pajarito. 

 ¿Cuál es su papel?  

Es el padre de Sol, o de Sol y Luna, o del Espíritu del Maíz.  

Si profundizamos en su significado encontraremos que se trata de un ser divino de altísima jerarquía: es el Cielo. Esto da pie para buscar a su contraparte mítico.  

La madre de Sol, de Luna y del Espíritu del Maíz aparece como una joven salvaje, enemiga de los varones.  

De oficio es tejedora. Se conoce la clave: la tejedora es la diosa Tierra, la gran madre.  

En consecuencia, Sol y Luna son producto de la cópula del músico y la tejedora, de la unión del Cielo y la Tierra. 

Veamos un ejemplo de lo anterior:  

En una colección de textos mixes que recogió Walter S. Miller entre los años treinta y los cincuenta, se encuentra la historia de una tejedora llamada María. La joven tejía cuando un pajarito descendió sobre el telar. El pajarito defecó, manchando la labor de la muchacha. María, indignada, le dio un manotazo, y el ave cayó muerta. La joven, arrepentida, recogió al pajarito y se lo puso en el seno.  

El calor corporal revivió al pájaro, que empezó a jugar entre los pechos de la doncella, y tras su regocijo huyó en el vuelo. María quedó embarazada, y el producto de su concepción fueron dos hijos, niño y niña, de cuyas aventuras se ocupa el relato hasta que se convierten en Sol y Luna.(3) 

(3)Walter S. Miller, Cuentos mixes, notas de Alfonso Villa Rojas, dibujos de Alberto Beltrán, México, Instituto Nacional Indigenista, 1956, p. 86-87. 

Los juegos de estos personajes míticos mixes han de sonar sobradamente familiares en el Templo Mayor de México- Tenochtitlan. El mito mixe recuerda, sin duda, el muy conocido mito mexica de Coatlicue y el nacimiento de Huitzilopochtli. Según este relato, la diosa de la tierra, Coatlicue, estaba barriendo cuando cayó del cielo un plumón blanco. La diosa guardó el plumón bajo su camisa. El plumón desapareció y la diosa se sintió embarazada. Hasta aquí el relato es claro: se refiere al milagroso connubio del Cielo y la Tierra, representado por el descenso del semen celeste y su introducción en el fértil seno terrestre. 

De la cópula portentosa nació el dios solar, Huitzilopochtli. Comparemos el relato mixe de nuestra época con la antigua historia de Coatlicue y Huitzilopochtli: María, la Tierra, es Coatlicue. El pájaro que revolotea en el seno de María es el plumón blanco que cae del cielo y que penetra en el cuerpo de Coatlicue. Los efectos del regocijo celeste son los embarazos de María y de Coatlicue, y el producto son dos cuerpos celestes: Sol y Luna, en la versión de los mixes, y el dios solar Huitzilopochtli en la versión de los mexicas. 

Los oficios de los dioses, él músico y ella tejedora, nos llevan a otro importante tema de la tradición mitológica mesoamericana: la réplica de los dioses.  

En efecto, encontramos en algunas relaciones míticas que los padres divinos se reproducen de manera demasiado exacta en sus hijos, y no sólo les transmiten algunas de sus características, sino que trasladan a ellos su propia naturaleza, como si los convirtieran en sus dobles, como si revivieran en sus hijos para ocupar otro nivel del cosmos.  

La liga de la transmisión es tan fuerte que en ciertos pasajes padres e hijos llegan a confundirse. El paso de la generación paterna a la generación filial puede verse en el milo astral de los quichés.  

Ya se dijo hace un momento que Hun-Hunahpú fue el padre de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué; pero en el fondo no hay sólo un padre, sino dos: es una reproducción del primer par de personajes en el segundo par. Tanto Hun-Hunahpú como Vucub-Hunahpú van a nacer de nuevo.  

Detengámonos en el texto. El Popol vuh dice que la joven Ixquic quedó embarazada debido a un escupitajo que la cabeza de Hun-Hunahpú, convertida en fruto de jícaro, le lanzó en la palma de la mano derecha; pero el texto desliza un dato fundamental: que aquella cabeza no es sólo de Hun-Hunahpú; también pertenece a su hermano Vucub-Hunahpú, cuyo cuerpo quedó enterrado en el mismo sitio. El pasaje aclaratorio se refiere al discurso que el fruto dirigió a Ixquic: 

En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia. Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da hermosa apariencia. Y cuando mueren, espántanse los hombres a causa de los huesos.  

Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan a sus hijas y a los hijos que engendran.  

Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra, que así será, dijo la cabeza de Hun-Hunahpú y de Vucub-Hunahpú.(4) 

(4)Popol vuh, p. 58-59. Subrayo las palabras pertinentes.  

Veamos los oficios de músico y tejedora en relación a estas réplicas. Los oficios se heredan. En la versión tepehua del Espíritu del Maíz, el padre del personaje, el mismo músico celeste del que hablamos, deja al morir su instrumento dañado.  

El hijo regresa a la casa paterna, toma el instrumento inservible, lo repara, lo tañe, y del instrumento salen milagrosamente dos voces simultáneas, la de la guitarra y la del violín, como si en él tocaran al mismo tiempo el hijo y el padre muerto.(5) En forma semejante, en los mitos astrales que ahora nos ocupan el Cielo hereda a Sol su oficio y la Tierra lo hereda a Luna. Esta es, como su madre, una hilandera.  

En su telar la bobina de la trama va y viene a través de la calada. El ir y venir se manifiesta también en el rostro luminoso de la diosa, pues la claridad lo invade y lo abandona con el ritmo del paso de la bobina. Eric Thompson, al estudiar las tradiciones de los mayas, nos dice: «El Sol era el patrón de la música y de la poesía, y era, al mismo tiempo, un cazador celebre; la Luna, por su lado, era la diosa del tejido y de los nacimientos».(6) A tal punto puede existir la confusión entre la madre y la hija, que en muchos relatos míticos de nuestros días Luna no es la hermana de Sol, sino su madre, pues se iguala a la figura de la Tierra.(7) 

(5)Roberto Williams García, Mitos tepehuas, México, Secretarí¬a de Educación Pública, 1972 (SEP/Setentas, 27), p. 89 

(6)J. Eric S. Thompson, Grandeza y decadencia de los mayas, trad. de Lauro José Zavala, 2a ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1964, p. 272. 

(7)Así sucede, por ejemplo, entre los tzotziles. Arthur J. Rubel, «Dos cuentos tzotziles de San Bartolomé de los Llanos (Venustiano Carranza), Chiapas», trad. de Ví¬ctor M. Esponda, Revista de la UNACH, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 2a. época, n. 1, abril de 1985, p. 77-83, p. 78.  

Pasemos a otras preguntas, derivadas de los planteamientos anteriores:  

¿Es posible que un solo hecho cósmico sea interpretado de varias maneras en los relatos míticos de un mismo pueblo?  

¿No supone esto una contradicción?  

¿Puede tener un mismo ser divino distintas personalidades para un mismo creyente?  

Son preguntas sin duda inquietantes, y a ellas hemos tenido que enfrentarnos los investigadores.  

Tal vez el mejor ejemplo de esta pluralidad mítica se encuentre en tres grandes mitos solares que conocemos por las fuentes documentales del Altiplano Central de México:  

El del Quinto Sol,

El del nacimiento de Sol y Luna a partir del sacrificio de los dioses en Teotihuacan

El ya mencionado de Coatlicue y Huitzilopochtli.  

Los tres fueron relatados por los mexicas y quedaron registrados en lengua náhuatl. 

Algunos autores, con el deseo de explicar esta coexistencía de mitos en un mismo pueblo, han sugerido que se debe a que en los mexicas confluyeron distintas tradiciones.  

Afirman que en el siglo XIV, cuando los mexicas llegaron a la cuenca lacustre, conservaron sus creencias y prácticas religiosas, pero al mismo tiempo copiaron costumbres, mitos e instituciones de los pueblos sedentarios de la región, a los que admiraban.  

De esta manera -explican estos autores- junto a los mitos solares de los antiguos pobladores de la cuenca, los mexicas colocaron el propio, que era el mito solar de Coatlicue y Huitzilopochtli.  

Así cumplieron su propósito de ir abriendo paso a su dios patrono para que ocupara un lugar importante en el viejo panteón de los pueblos de mayor prestigio. 

La solución de estos autores es fácil y no deja de ser atrayente; pero debo confesar que no me convence. Parte de la idea de que los mexicas empezaron a adquirir la cultura mesoamericana en el siglo XIV, ya que antes eran un pueblo de nómadas recolectores y cazadores.  

No creo que esto pueda seguirse sosteniendo. Sin duda los mexicas eran un pueblo pobre cuando arribaron a la cuenca; pero su cultura no era la de los nómadas; eran sedentarios mesoamericanos, conocedores de las difíciles técnicas de la agricultura de pantano. Sólo así pudieron construir y establecerse en las chinampas.  

Por otra parte, no podemos suponer que el mito solar de Huitzilopochtli fuese desconocido en Mesoamérica cuando los mexicas llegaron a la cuenca lacustre. El personaje principal no se llamaría Huitzilopochtli, que era un nombre muy propio que los mexicas le daban a la divinidad solar; pero tendría otro u otros nombres equivalentes. No serían iguales las aventuras divinas, pero habría sus equivalentes. Lo más probable es que la historia fuese ya un mito mesoamericano muy antiguo.  

¿Por qué afirmo esto?  

En primer lugar, porque es poco verosímil que los mexicas hayan impuesto un mito propio a los pueblos dominados en el escaso siglo que duró su poder militar. De haber impuesto el mito de Huitzilopochtli por la fuerza de las armas, los dominados lo hubieran abandonado muy pronto o lo hubieran reproducido en la versión militarista de los vencedores.  

No es así, pues las versiones que hoy se mantienen entre muchos de los herederos de los antiguos mesoamericanos no hablan del Huitzilopochtli que, armado desde que sale del vientre de su madre, se lanza en pie de lucha contra los guerreros estelares, aliados de su hermana, los derrota y les arrebata las divisas de combate. La versión que hoy encontramos tan extendida es la de la tejedora y el pajarito. Aunque el mito sea el mismo en el fondo, la tónica es muy diferente.  

Puede afirmarse que la versión de la tejedora tiene muy poco del valor ideológico que hubiera impulsado a los mexicas a imponer su versión. Es más aceptable suponer, en cambio, que el mito de Huitzilopochtli es la visión mexica, militar, hegemónica, de un viejo mito mesoamericano.  

En segundo lugar, hay una muy antigua representación maya, de cerámica, procedente de Jaina y considerada del Clásico Temprano, de la tejedora y el pajarito posado en el telar.(8) 

Y en tercer lugar, por si fuera poco lo anterior, el mito de la tejedora no se encuentra sólo en Mesoamérica, pues aparece también en el área andina. Allá se contaba que el dios Cuniyara Viracocha se transformó en ave, se posó en un árbol al pie del cual tejía la joven Cavillaca y la empreñó.(9)  

Esto nos indica que el mito es muy antiguo y que lo compartieron muchos pueblos, dentro y fuera de Mesoamérica. Evidentemente no se trata de la invención de unos nómadas recién llegados a una región de sedentarios. 

(8)Román Pula Chan, Jaina. La casa del agua, México, Instituto Nacional de Antropologí¬a e Historia, 1968, p. 63.  

(9)Dioses y hombres de Huarochirí¬, trad. y prólogo de José Marí¬a Arguedas, apéndice de Pierre Duviols, 2a. ed, México, Siglo XXI Editores, 1975, p. 26-27. 

¿A qué se debe, entonces, que un mismo pueblo pueda creer simultáneamente en varios mitos que explican un solo hecho cósmico?  

Replanteemos la pregunta. Es preferible que confirmemos si efectivamente los tres mitos se están refiriendo al mismo hecho cósmico o si cada uno de ellos tiende a fundaciones diferentes.  

Recordemos que en el estudio temático del relato mítico debemos dar prioridad a las incoaciones, esto es, a lo que los dioses, al final del mito, dejan fincado sobre la tierra. Si tomamos en cuenta lo anterior podremos ver que, aunque los tres mitos nahuas hablan del origen del Sol, los tres poseen diferentes incoaciones.  

Veámoslos muy sintéticamente para descubrir sus particulares sentidos fundacionales. 

El mito del Quinto Sol es el relato de las eras que existieron antes de la presente, la quinta. Esta última época surgió después de cuatro creaciones y cuatro destrucciones sucesivas.  

Las fuentes antiguas no están de acuerdo en la secuencia estricta de los acontecimientos; pero podemos aceptar, provisionalmente, uno de los órdenes.  

Cada una de las cinco eras llevó el nombre del dios dominante en ella.  

Así se dice que cuando el astro celeste fue Tezcatlipoca, la era se llamó Sol de Jaguar.  

Después presidió Quetzalcóatl, y la era se llamó Sol de Viento.  

Vino a gobernar Tláloc, y dio a su tiempo el nombre de Sol de Lluvia de Fuego.  

Cuando fue Chalchiuhtlicue, la diosa de las aguas, la que mandó en el cielo, su periodo se llamó Sol de Agua.  

Estos fueron los cuatro soles anteriores al actual. 

Entre una época y otra hubo terribles cataclismos.  

Tezcatlipoca terminó su mandato cuando fue derribado del cielo por Quetzalcóatl, y las fieras nocturnas devoraron entonces a los habitantes de la tierra, que en aquel tiempo eran gigantes.  

Tezcatlipoca se vengó en la siguiente etapa, pues con una terrible patada precipitó a Quetzalcóatl al abismo. Los vientos se desataron entonces sobre la tierra, y los seres que la habitaban se convirtieron en aves.  

Tezcatlipoca colocó a Tláloc en el poder.  

Quetzalcóatl se pagó la afrenta destronándolo, y cayó sobre la tierra una lluvia de fuego.  

Siguió entonces Chalchiuhtlicue, pero su dominio concluyó con una gran inundación. 

El último sol, el quinto, es el corolario de los anteriores.  

Es el Sol de Movimiento, resumen y consecuencia de los cuatro precedentes. 

¿Cuál es el sentido profundo del mito?  

La alternancia de los opuestos; la sucesión de las fuerzas que dominan el cosmos.  

Son todas transitorias; ninguna alcanza el triunfo definitivo.  

Pero estas fuerzas alternantes, además, tienen un sentido espacial que nos remite al plano de la tierra.  

El Códice Vaticano Latino 3738 caracteriza cada uno de los cuatro soles derrotados con un color.  

Los colores son el negro, el amarillo, el rojo y el blanco.  

Esta es una importante clave para alcanzar el significado mítico:  

Son los colores de cada uno de los cuatro árboles cósmicos que se encuentran en los cuatro extremos del mundo como postes que sostienen el cielo.  

La sucesión de cada uno en el dominio del mundo nos habla de una geometría que tiende hacia el equilibrio.  

El Quinto Sol correspondería así al quinto árbol, el más importante, pues es el central, el eje del mundo.  

El mito de los cinco soles se refiere al establecimiento del gran orden sobre la tierra, al inicio de la marcha del tiempo mundano, marcha que se establece por la alternancia del dominio de los dioses.  

El Quinto Sol es la era presente, la de los hombres verdaderos, la del alimento verdadero -el maíz-, la del tiempo verdadero.  

El Quinto Sol es la única casa posible del ser humano. 

¿Cuál es la fundación cósmica del mito de Teotihuacan?  

Cuentan distintas versiones del mito que los dioses se reunieron en Teotihuacan para dar a la tierra un sol verdadero.  

Llamaron a un dios rico y sano, Tecuciztécatl, porque era el candidato más idóneo para gobernar desde el cielo; llamaron después a otro, Nanahuatzin, poco calificado por ser un pobre enfermo. 

El dios rico trató de lanzarse cuatro veces a la hoguera, pero fracasó por temor.  

El pobre se lanzó valientemente al primer intento.  

Tiempo después aparecieron en el horizonte dos luminarias. Los dioses no quisieron que ambos cuerpos brillaran igual y arrojaron a Tecuciztécatl un conejo que ensombreció su rostro. El conejo dejó su huella, para siempre, en el disco lunar. Por último, como el Sol no caminaba, todos los dioses fueron sacrificados. Sólo con la muerte de los dioses pudo el Sol iniciar su camino. 

Este mito es muy complejo, pues posee varias incoaciones importantes.  

Una de ellas se refiere a la diferencia de la luminosidad de los dos astros.  

A ella pertenece el episodio del conejo.  

Otra, más profunda, toca a una alternancia particular de poder: el cambio de valores entre el débil y el fuerte.  

Según este principio, originalmente dominaron sobre la tierra las fuerzas frías, acuosas, terrestres, oscuras y femeninas. Sin embargo, la suerte dio un vuelco, y sobre ellas se impusieron las fuerzas calientes, secas, celestes, luminosas y masculinas hasta alcanzar el mando sobre el mundo.  

El mito de Teotihuacan explica este principio cósmico, el enorme giro de la supremacía.  

Tecuciztécatl fue el privilegiado de origen. Su nombre lo hace marino, pues significa «El Originario del País del Caracol Grande». Pero lleva, además, el emblema del mundo acuático y subterráneo: la riqueza, que pertenece al inframundo, al gran cofre que encierra la potencialidad germinativa de las plantas, los valiosos minerales y las masas de agua.  

En cambio, Nanahuatzin es el originalmente inferior: es el pobre, el enfermo. Se da el vuelco. Nanahuatzin logra superar a su adversario con un valor diferente al de la riqueza: el valor de la gloria, el fundado en la valentía.  

El mito instaura la consagración del giro, a gran ley universal del cambio del poder. 

El análisis anterior se inspira en una inteligente interpretación de Gary H. Gossen.  

Cuando este autor estudió los mitos chamulas, en especial las creencias actuales sobre Sol y Luna, observó el giro en la metáfora de la relación madre/hijo.  

El dominio original está en la madre; pero llega el día en que lo adquiere el hijo. En el caso de los personajes astrales, Luna es la madre y Sol es su pequeño hijo. Luna manda primero; pero el hijo crece y alcanza la superioridad frente a su propia madre. Luna, siguiendo la costumbre tradicional tzotzil, tiene la obligación de ir cada día hasta el horizonte oriental a dejar a su hijo, ya adulto, un desayuno de atole de maíz.(10) Gossen resume: 

(10)Gary H. Gossen, Los chamulas en el mundo del Sol, trad. de Celia Paschero, México, Instituto Nacional Indigenista, 1979, p. 63-64. 

En la mitológica explicación del advenimiento del orden, primero hubo frialdad, feminidad y bajeza, y después vinieron el calor, la masculinidad y la altura. El masculinidad Sol nació del vientre de la femenina Luna y luego fue muerto por las fuerzas del mal y la oscuridad.(11) 

(11)Gossen, Los chamulas en el mundo del Sol, p. 60. 

Pero ni aun esta incoación, tan importante, es la principal del mito de Sol y Luna en Teotihuacan. La incoación principal se refiere al medio que lleva al Sol al dominio sobre el mundo. Este medio es la muerte de los dioses, y está relacionado con la existencia de todas las criaturas.  

Lo mundano (los hombres, los animales, las plantas, en fin, todo lo que hinche la superficie terrestre) está formado por materia divina; pero es ésta una esencia capturada, prisionera, sometida a las leyes mundanas de la muerte.  

Los dioses no sólo jugaron en la palestra mítica, sino que al final del juego entregaron parte de su propia esencia, la que se transformó en los seres mundanos. La metáfora es la muerte de los dioses. No desaparecen los dioses del cosmos, sino que dan una parte de su ser para que sirva de sustancia a las criaturas.  

Esa parte divina entregada quedó en un lugar del cosmos donde la muerte siempre está presente. Frecuentemente se expresa este proceso en los relatos míticos como la aceptación que los dioses hacen de su propio sacrificio.

En otros relatos simplemente se dice cómo la muerte de un dios genera un ser mundano. Señalo un ejemplo. Un dios, llamado Yappan, es en su aventura mítica un sacerdote que quebranta su castidad y tiene amores con una diosa; otro dios interviene y lo castiga, decapitándolo.  

En ese momento el dios muerto queda transformado en alacrán y da origen a todos los alacranes del mundo. Como esencia divina, Yappan será la especie de los alacranes que seguirá existiendo hasta el fin del mundo; pero como esencia capturada, estará sujeto, dentro de cada alacrán individual, a las leyes de la muerte.  

En el mito de Nanahuatzin y Tecuciztécatl los dioses aceptan ser sacrificados para que el Sol recorra su diario camino de dominio sobre la tierra. Sólo uno de ellos, Xólotl, no acepta la muerte y huye; pero al final es alcanzado y sufre el destino de todos sus compañeros. 

Hoy en día los mitos indígenas siguen refiriéndose a la gran mortandad gracias a la cual nacieron las criaturas y se inició el mundo de los hombres. En un mito totonaco recogido por Guido Munch se dice que, al ocupar Sol y Luna sus posiciones en el cielo, murieron todos los antepasados, esto es, los generadores de las esencias de los seres mundanos: 

De inmediato todos los antepasados murieron. Sus espíritus fueron llevados por el perro al Sol, quien los juzgó de acuerdo a la fe tenida en él, como dios, y el respecto a las tradiciones. Para esto, después del juicio, empezó a salir la luz de la aurora. Los espí¬ritus buenos de los antepasados fueron mandados por Dios a repoblar el mundo como hombres y mujeres.(12) 

(12)Guido Munch, «Acercamiento al mito y sus creadores», Anales de Antropología, en prensa. 

Los mitos son cruentos. La explicación es violenta. En los relatos no son infrecuentes los episodios atroces. Los mitos no son modelos de conducta humana, sino interpretación de la dureza de la vida proyectada en el cosmos. No nos asombremos, que la crueldad de los mitos no es exclusiva de Mesoamérica. 

Volvamos al tercero de los mitos, el de Coatlicue y Huitzilopochtli. La incoación de este mito se refiere en términos generales a la traslación del dominio de la parte fría y húmeda del cosmos a la caliente y seca.  

Aquí, sin embargo, se hace énfasis en la sexualidad del cosmos, pues se marca claramente el carácter femenino de la noche frente al orden masculino del día. No es la riqueza de un varón frente a la gloria de otro varón, como en el caso de Tecuciztécatl y Nanahuatzin, sino la masculinidad de Huitzilopochtli frente a la feminidad de su hermana, Coyolxauhqui, la diosa lunar. La diosa de la nocturnidad quiere dominar a su madre, la Tierra, acusándola de haber cometido un acto fornicario: La Tierra pare a su nuevo hijo, y éste hace pedazos a su hermana, arrebatándole el poder y la luz. 

Podemos observar, tras exponer las incoaciones de los tres mitos, que la naturaleza de la incoación no sólo determina las aventuras y el orden de las aventuras, sino las características de sus personajes. Sol y Luna cambian en los distintos mitos. Pueden ser dos niños del mismo sexo; o pueden ser niño y niña; o dos hermanos gemelos, varones, aliados, como Hunahpú e Ixbalanqué; o dos varones que compiten y que expresan su diferencia oponiendo la riqueza al honor; o madre e hijo; o dios y diosa rivales. No repetiré en este trabajo el contenido de un pequeño artículo que entregue para el programa del X Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, artículo en el cual traté el tema de la variabilidad de los personajes del mito.(13) Pero sí aprovecho para tocar un aspecto importante relacionado con el sexo de Luna. 

(13)Alfredo López Austin, «De complicidad y rivalidades», Programa, 13 al 28 de abril de 1994, México, Festival del Centro Histórico, 1994, p. 57-58. 

Sol y Luna, como los grandes cuerpos celestes, rectores respectivamente de nuestros días y nuestras noches, son en la tradición mesoamericana los símbolos más importantes de la división del cosmos.  

La cosmovisión mesoamericana se caracteriza por la magnificación de las oposiciones duales. Como se ha venido repitiendo en esta plática, el cosmos se escinde en dos partes de seres opuestos y complementarios.  

Todo es alto o bajo, mayor o menor, superior o inferior, masculino o femenino, luminoso u oscuro, seco o húmedo…, la lista de pares de opuestos se alargaría interminablemente. Todo queda de uno o de otro lado.  

Por ejemplo, los principales alimentos del hombre se dividen por su origen, y hoy día se dice que el maíz pertenece y fue creado por el Sol (o por Cristo, que es su equivalente), mientras que el frijol o la calabaza fueron hechos por la Luna (o por la Virgen). 

Cada par de opuestos tiene validez por sí mismo. La ubicación de cada uno de los seres en el cosmos puede explicarse por distintos aspectos de oposición. Uno de ellos es la división de los sexos: los seres son masculinos o femeninos; pero otro se refiere a la propia sexualidad, y establece que la vida sexual queda del lado de lo bajo, lo húmedo, lo nocturno… y lo femenino.  

No debe extrañarnos. El mesoamericano consideraba que el varón era menos sexual que la mujer porque a él sólo correspondía la función de la cópula. La mujer, en cambio, vivía intensamente todo el proceso, iniciado con la menstruación, seguido por la cópula, la concepción, la preñez, el parto y, en lo más intenso del drama vital, por la muerte durante el parto.  

Esta muerte era la marca de las elegidas; de las mujeres que viajarían al cielo occidental para acompañar al Sol en su diario recorrido: de quienes lo depositarían a la hora del crepúsculo, ya muerto, al sangrante horizonte del oeste. 

Todo quedaba, repito, de uno o de otro lado. A la parte femenina del cosmos correspondía la germinación de las planes, la reproducción de las riquezas, el crecimiento de los seres vivos. A la masculina, en cambio, correspondía la terminación del crecimiento, la maduración, el envejecimiento.  

Hoy, condicionados por nuestros propios símbolos, puede parecernos extraño que en el mundo mesoamericano el agua y la germinación estuviesen ligadas a la vida subterránea y a la muerte; pero hay que tener presente que para el mesoamericano la muerte no era sino la mitad de la existencia en un proceso cíclico en el que plantas y animales alternaban sus estancias internas en la tierra con su renacer sobre la superficie.  

La muerte era el destino final de la vida; pero toda vida procedía de la muerte. El Sol moría en el horizonte; pero su cuerpo putrefacto, incendiado en el mundo de los muertos, volvía a ser joven en el oriente. La semilla quedaba enterrada bajo la tierra; allí se hinchaba, se corrompía, y de la corrupción asomaban los brotes tiernos que serían iluminados por los rayos solares. 

En la división estacional del año, por ejemplo, está la marca de la vida y de la muerte. El tiempo de la muerte es la temporada de las lluvias, pues los poderes húmedos y femeninos invaden las plantas y provocan su expansión. El tiempo de la vida, en cambio, es el de las secas, pues durante las secas los rayos solares convierten en oro el grano del maíz.  

Síntesis de lo femenino, Luna era la protectora de la sexualidad, la germinación y la reproducción. Velaba por los partos; marcaba los tiempos de las siembras y las cosechas; era el arquetipo de la menstruación; regía la caída de las aguas. Sin embargo, como hemos visto, en los relatos míticos Luna podía ser un personaje masculino. ¿Cómo se resuelve esta contradicción? Luna era varón; pero frente al otro varón, Sol, tenía atributos que lo colocaban en el lado húmedo, frío y oscuro del cosmos. Aquí surge otra concepción que nos es difícil aceptar debido a que se opone a nuestros propios símbolos: el atributo de la sexualidad intensa pertenece al lado femenino. Y todavía más: entre dos hombres, uno casto y otro lujurioso, será más viril el casto, pues el lujurioso estará contagiado por la feminidad de sus mujeres. Pero veamos estos enunciados difíciles de aceptar en casos míticos concretos. 

Cuando algunos mitos tratan de explicar el constante desfase de las marchas de Sol y Luna en el ciclo, enfatizan la regularidad de Sol frente a los avances y retrocesos de Luna. Sol tiene el mérito del paso de velocidad constante; Luna tiene la debilidad de alternar la velocidad y la lentitud, y por eso se aproxima y se aleja de Sol. Los personajes del mito que explica este contraste son dos varones; pero frente a la castidad, la soltería y la responsabilidad de uno destaca la lujuria del otro, preocupado siempre por estar al lado de su amante. Así diferencia un mito chatino el proceder de ambos hermanos: 

El Sol y la Luna no trabajan juntos. No trabajan al mismo tiempo. Esto se debe a que la Luna se atrasó por buscar a la mujer y el Sol se apuró, pasó para enfrente y la Luna se atrasó. Su hermano no lo alcanzó, y por eso hasta ahora viene atrasada la Luna. Van y vienen, y el Sol tiene instrucción de trabajar todos los días mientras que la Luna trabaja por el cielo a veces nomás en parte y a veces toda la noche. Quiere regresar a su mujer.(14) 

(14)Gabriel de Cicco y Fernando Horcasitas, «Los cuates: un mito chatino», Tlalocan, v. 4, n. 1, 1962, p. 74-79.  

La versión chatina del mito es clara si pensamos que la inclinación al sexo está del lado de la Luna. Pero hay otra versión, ésta totonaca, en la que se destaca más nítidamente que la feminidad contagia al lujurioso, y éste lleva las oscilaciones del proceder femenino. El mito fue recogido por Guido Munch, y lo repito textualmente: 

El gemelo flojo era fandanguero, jaranero y repentista,(15) buen bailador. Andaba de fiesta en fiesta. En esta vida fue bohemio y enamorado. Tenía muchas abandonadas y queridas en el pueblo. A todas ellas les habí¬a dicho que él iba a ser el Sol. 

(15)Improvisador en el canto y la música. 

Llegó el momento de la creación del mundo de la luz, el tiempo de cumplir con su destino a los gemelos. El primero subió a un cerro. Mandó a los animales que prendieran una gran hoguera. Cuando estaba en su punto se tiró en medio. Empezó a revolcarse; tomó la mayor parte de las brasas; se levantó con un fuerte viento y voló para el oriente… 

Al fandanguero le corrieron a avisar a la casa de una de sus queridas; salió de prisa. Llegó tarde y sólo pudo revolcarse en la ceniza incandescente. Toda la gente se burlaba de él… 

[El gemelo convertido en Sol surgió en el cielo.] Al final, al morir el Sol en la tarde, salió el fandanguero para dar su luz tenue en la noche, convertido en el dios Luna. Se llevó el espíritu de todas sus mujeres. Desde este momento empezó a ser el protector de todo lo femenino en el mundo. Cuida los ciclos del nacimiento, la vida y la muerte. Todo lo vuelve macizo, joven y viejo. Es el dios de la regeneración, del amor camal, el recreador de las generaciones, de las artes y la alegría de vivir.(16) 

(16)Guido Munch «Acercamiento al mito y sus creadores». El subrayado es mío. 

Luna, concebida desde los tiempos prehispánicos como un gran cántaro de agua, es también la dadora de la lluvia. Si su cara es plena, el recipiente está lleno y ávidas las tierras bajo su dominio. Cuando su cara se oscurece es que las aguas riegan la superficie de la tierra. 

Sol y Luna, en resumen, son los máximos símbolos de la oposición en el cosmos, el fuego y el agua. Pero, al mismo tiempo son los dos grandes seres complementarios. Como dijera Thompson al referirse a los mayas, son la primera pareja que cohabitó en el mundo.(17) 

(17)Thompson, Grandeza y decadencia de los mayas, p. 272. 

¿Cómo concluir? Refiriéndome al contraste entre la diversidad de los juegos de los dioses y la esquematicidad de un saber profundo. El relato mítico reúne esos juegos y ese saber. Muy dentro, como su razón nuclear, el mito encierra la sabiduría sintética, acumulación de instantes de la vida cotidiana que han fluido durante milenios. Por fuera, las hazañas, las aventuras, las diversas máscaras que usan los jugadores según la ocasión propicia. El núcleo del relato mítico no se comunica como un esquema o una fórmula. Se le sobreponen, para convertirlo en mensaje, las hazañas, los personajes, los episodios ornamentales. En el fondo, el relatomítico se refiere a las grandes divisiones del cosmos, a las relaciones entre los seres divinos y mundanos, a las leyes que producen el gran orden, a la geometría total, a los magnos mecanismos, al curso del tiempo, a las incoaciones… El resultado es una forma de expresión privilegiada del saber globalizante. Es la expresión amable de una narrativa amena, emocionante cuando conduce por los temas terribles, jocosa cuando se adorna con episodios intrascendentes. Por ello todo mito puede tener muchas versiones. Cada narrador lo contará con las particularidades que le dicte su imaginación y que le permitan las circunstancias, la paciencia o la avidez de sus oyentes. 

No sabemos, en este mundo cuyas transformaciones son ya tan veloces que no podemos digerirlas, por cuánto tiempo más se repetirán y recrearán los mitos. Podemos suponer, sin embargo, que los dos colosos del cielo seguirán presidiendo en el canto del mitopoeta. Cualesquiera que sean sus rostros, ahí estarán. Seguirán siendo los dos grandes motores de la imaginación del hombre: Sol y Luna.  

Alfredo López Austin. Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Su nuevo libro es El conejo en la cara de la luna (CNCA-INI). 

«No sabemos, en este mundo cuyas transformaciones son ya tan veloces que no podemos digerirlas, por cuánto tiempo más se repetirán y recrearán los mitos. Podemos suponer, sin embargo, que los dos colosos del cielo seguirán presidiendo en el canto del mitopoeta.  

Cualesquiera que sean sus rostros, ahí estarán. Seguirán siendo los dos grandes motores de la imaginación del hombre: Sol y Luna», dice el autor en este que es el texto de la conferencia dictada en el X Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México

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