Escritores invisibles

Escritores invisibles  

Al poeta norteamericano John Ashbery le parece extraño que le hayan otorgado premios como el Pulitzer o el National Book Award.  

No se considera un autor cuya obra merezca ser laureada con otro premio diferente al de ser leído.  

A sus ochenta años de edad, el rumbo de su vida le parece poco interesante.  

Prefiere su poesía.  

Quizá su vida hecha poesía.  

Cuando Deborah Solomon le preguntó en el New York Times acerca de sus libros, Ashbery le respondió:  

“Si hubiera escrito más,  

¿alguien los habría leído?  

¿Los lee alguien ahora?  

Hay demasiada poesía y no quiero escribirla.”   

La posteridad puede encargarse.  

Acaso desempolve los manuscritos secretos y sorprenda a sus lectores.  

Más aún cuando el vértigo de la ansiedad, en términos contemporáneos, favorece a la poesía –al menos en Estados Unidos, donde se registra una alza en ventas. Según Ashbery, brinda un consuelo que no toma mucho tiempo. 

Una extraña dignidad en esta época.  

Más aún cuando Banksy, el humorista o, según el carácter conservador de quien lo diga, el terrorista británico del arte, invirtiendo el lema de Andy Warhol –En el futuro todos seremos famosos por quince minutos–, asegura: “En el futuro todos seremos anónimos por quince minutos.”  

Es posible: ¿existe el anonimato en internet? Nadie quiere padecerlo.  

De hecho, es posible colgar en una página virtual, aparte de fotografías, infidencias o mensajes lanzados al océano de las computadoras, textos que de otra manera serían olvidados.  

Sus autores, como criaturas tecnológicas de Frankenstein, se reproducen de manera asombrosa.

 

“No depende del Pájaro/

Que canta igual, sin ser oído,/

Como ante una Multitud–/

El Hábito del Oído/

Atribuye a lo que escucha/

Su belleza o su insignificancia”,

escribió Miss Dickinson. Tenía razón. ~  

Hugo Chaparro Valderrama

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