José Revueltas y 1968

 

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 José Revueltas y 1968

Nació el 20 de noviembre de 1914 en Canatlán,  Durango.  

Sus hermanos fueron: Silvestre Revueltas, Fermín Revueltas  y Rosaura Revueltas, todos artistas. escritor, músico, pintor y actriz. 

 

Estuvo en prisión muchas veces por su activismo político, desde siendo casi un niño y aún siendo menor de edad  lo enviaron por primera vez a la cárcel de máxima seguridad: las Islas Marías.  

Participó en el Movimiento Ferrocarrilero en 1958, donde también lo apresaron.  

En 1968 fue acusado de ser el «autor intelectual» del movimiento estudiantil de México, que culminó con la Matanza de Tlatelolco, por lo cual lo apresaron y enviaron a la cárcel de Lecumberri, El Palacio Negro, lugar desde el cual escribió una de sus más refinadas novelas: El Apando.

La narrativa de José Revueltas se distingue por dos características: el tratamiento constante de temas que inciden en la crítica de la sociedad desde una perspectiva histórica, dialéctica y materialista (estas palabras son absolutamente necesarias), y la consistencia de su factura. De Los muros de agua (1941) a Material de los sueños (1974), la narrativa de Revueltas explora un mismo espacio temático y recurre básicamente a un mismo aliento expresivo. Sólo unos pocos textos acceden a la ambigüedad y al virtuosismo, al margen, sin embargo, de la premisa burguesa de l’art pour l’art.   

«La calle, tendida al borde del río con sus tabernas, sus burdeles, sus barracas para comer, tenía una quietud extraña, un ruido, una delirante inmovilidad ruidosa, con aquella música de la sinfonola, en absoluto una música no humana, que no cesaba jamás, como si la ejecutaran por sí solos los instrumentos que se hubieran vuelto locos. Eso hacía que las propias gentes —también los perros y los cerdos, irreales hasta casi no existir— parecieran más bien cosas que gentes, materia inanimada desprovista totalmente de pensamiento, en medio del calor absurdo que lo impregnaba todo».

«Nadie abrigaba el menor propósito, ni lo abrigaría en éste mundo, de que la música se dejase de oír un solo instante, pero lo que era más extraordinario todavía, que dejara de ser la misma canción inexorablemente repetida y, sin embargo, ya tan soberana y autónoma como una ley de la naturaleza».

 

José Revueltas