Felipe Ehrenberg

Felipe Ehrenberg, El Calaverero

Vilma Fuentes
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Durante la primavera de 2017, Felipe Ehrenberg pasó por París. Venía de Burdeos, donde asistió a un homenaje dedicado a su pintura. Su médico le había desaconsejado el viaje. El peligro era, y fue, mortal. Apenas tuvo tiempo de regresar a México para morir en el país donde nació en 1943. Mientras comíamos en un pequeño bistró, Felipe dibujaba en la mesa cubierta con un mantel de papel. Lo bailado nadie me lo quita, dijo sonriente mirando la calaca danzante que esbozaba. Comprendí que había querido venir a Francia para despedirse antes de la insoslayable cita con la Descarnada, la Dientona, la Parca, como él llamaba, casi con cariño, a la Calavera.

Ya en 1980, bajo el título Los diseños de la muerte, Ehrenberg había presentado una exposición de sus dibujos y tintas con sus calacas y esqueletos en la galería José Guadalupe Posada. Año tras año, durante los dos o tres meses anteriores al Día de Muertos, tenía la costumbre de producir en cuadernos, carpetas o cualquier papel a la mano, bocetos y dibujos sueltos de calacas. Preparaba así las ofrendas que levantaría el Día de Muertos. Grandes ofrendas levantadas con una selección de los esbozos y que, como él señaló, se convierten en metáforas, analogías y, en ocasiones, hasta en alegorías, pues son una recolección azarosa, una suerte de hallazgo o, tal vez, una confesión de fe.

Viajero infatigable, levantó sus ofrendas en casa, en México, pero también en Sidney, Nueva Orleans, Caracas, Montevideo, Los Ángeles, Porto Alegro, Río de Janeiro, Chicago y otras ciudades. En 2015, Ehrenberg se unió a sus amigos Marco y Raúl Osorio Maldonado, Joaquín Segundo Cruz, Jeremy Carbajal Ortiz y Ramón Espinoza Juárez del Colectivo Última Hora, para levantar una gran ofrenda en el Zócalo de la Ciudad de México dedicada a los muertos víctimas del sismo de 1985. Acto filmado por el director brasileño Beto Brent, quien llamó Zócalo a su película.

No cesan de trotarme en la cabeza, ahora que se aproxima el Día de Muertos este año de 2020 en que la calaca merodea acechante por el mundo, los versos de TS Eliot en eco a Dante: Ciudad irreal / bajo la parda niebla de un amanecer de invierno / sobre el puente de Londres la multitud fluía; / nunca hubiera creído que la muerte arrebatara a tantos. Tantas las calaveras que bailan y se ríen, ¿de quién? ¿De nosotros, simples mortales espantados todavía?

Los cementerios, aquí y allá, quedarán cerrados durante las celebraciones del Día de Muertos. Una burla más de la pandemia o la calaca. Pero las ofrendas no dejarán de levantarse en otros lugares. En la galería-restaurante María 138 (en la calle de Santa María La Redonda), el Colectivo Última Hora realizará una gran ofrenda a Felipe Ehrenberg. Un cortejo de esqueletos deambulará, por la galería y restaurante, con su copa de vino en los huesos de sus manos descarnadas, dando pasos de baile a ritmo de mambo, rumba o danzón. Al mismo tiempo, durante todo noviembre, se exhibirán 43 obras gráficas de Ehrenberg, El Calaverero, denominación que habría encantado a Felipe, definido como un neólogo por Fernando del Paso.

Personaje polifacético como sus calaveras, magnífico dibujante, innovador artista conceptual, diplomático, editor, cronista, promotor cultural, actor, desde la década de los años 70, Ehrenberg no cesó de dibujar a la muerte, la mexicana, la Calaca, la Huesuda, la Catrina, en sus más diversos avatares. Acaso, de ahí, su costumbre de las ofrendas y los altares de muertos, hasta que me toque a mí pedir mi ofrendita. Mientras las calaveras bailan entre las mesas del María 138, Felipe, sentado a una de ellas, seguirá dibujando sus calacas diciéndose con Gorostiza, sin solemnidad, burlón, dicharachero, alegre: Desde mis ojos insomnes / mi muerte me está acechando, / me acecha, sí, me enamora, / con sus ojos lánguidos. / ¡Anda, putilla del rubor helado, / anda, vámonos al diablo!

Anda, vámonos al baile.

vilmafuentes22@gmail.com

 

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