En el cerro de la Cruz, es el principio de San Juan del Río

Por José Félix Zavala
En el cerro de la Cruz, es el principio.
San Juan Del Río
A veces ni advierto siquiera que lloro
¿Sabrán por qué lloran las aguas del río?
Pablo Cabrera
«Este lugar está de irregular construcción, hay una calle muy larga con otras pocas que la atraviesan. En la primera vuelta tienen una buena parroquia servida de clérigo del arzobispado de México, cuya iglesia mantiene un sacerdote que colecta los diezmos, hay convento de dominicos, con tres o cuatro religiosos, hospital de San Juan de Dios, con dos o tres frailes y un beaterio de voluntarias sin clausura».
La ciudad está asentada sobre una loma que presenta un marcado declive que va de oriente a poniente en descenso, hasta llegar a los márgenes del río, que pasa por las orillas. Este río ciñe a San Juan del Río como una faja de esmeraldas y flores, es un lugar de recreo, de poesía, nido de recuerdos y de amores.
San Juan Del Río tiene una república de indios, compuesta por un gobernador, dos alcaldes, tres alguaciles mayores, tres jueces de sementeras y un escribano, cuyos oficiales componen lo mejor de esta república. Pues tiene además de estos, varios topiles o ministros de vara y otros que se llaman mandones o tableros de los barrios, porque en cada barrio hay uno, para anotar a los indios, con el objeto que no falten a misa los días de precepto, ni a la doctrina cristiana los domingos, porque hay en esta cabecera ocho mandones, ya que el pueblo se compone de ocho barrios.
Esto se dijo de Tierra blanca, Yztachichimecapan, San Juan Del Río, puerta de tierra adentro. Mientras el Cristo del Sacro Monte y El Señor de la Portada, Jesusito, el Cristo del Camarín o la escultura de San Juan Bautista, realizada por Mariano Arce, se instalan en los nuevos templos.
 
Tierra Blanca, Yztachichimecapan, San Juan Del Río, está acomodada, entre los cerros del Mastranzo, La Trinidad, Cerro Gordo y el de La Laja, se va olvidando su milenario pasado. Son en esta ciudad, cada vez menos visibles en los huertos, los capulines y las acacias, los chirimoyos y los guayabos, los membrillos y los naranjos, los perales y los tejocotes.
Los habitantes milenarios de esta tierra, ya están olvidados como permanente amenaza de los teotihuacanos y de los invasores europeos, ya no se encuentran en sus campos, el cascalote, el muicle o el palo dulce, para sus tintes, en sus praderas ya no corren las comadrejas, no vuelan más los quebrantahuesos, ni los tordos, ni los clarines. Los campos ya no florecen con la campanela, la flor de pasión y la madreselva. El cerro de La Cruz, guarda los secretos más sagrados de este pueblo, sus antepasados y los dioses antiguos, que se fueron “muriendo” cuando llegaron los otros dioses.
San Juan del Río sigue siendo lugar de nostalgia, fue lugar de congregación antes de que llegaran de Jilotepec los invasores y se dejara escuchar, un día 24 de junio de 1531, fiesta de San Juan Bautista, un grito extraño, que al paso del tiempo se volvería familiar. «Pueblo de San Juan Del Río, en nombre de Dios Nuestro Señor del cielo y de la tierra, quedas fundado». Y así, en tan solo quinientas varas se congregó lo incongregable, un pueblo milenario y una cultura única.
 
De ahora en adelante los pontífices residirán en México y las autoridades superiores en Querétaro, es el nuevo destino de este pueblo milenario. Los más de 1500 años anteriores de su existencia, parecen no haber sido tomados en cuenta. Los pobladores de Chupícuaro, Tula y Teotihuacan, venidos a estas tierras, en diferentes épocas y que dejarán parte de la maravillosa civilización mesoamericana, ahora ya no importan, pero en las entrañas de este lugar, se guardan los vestigios de esa presencia imborrable.
El pueblo chichimeca, ante lo inevitable se retrae a los montes, mientras Yztachichimecapan, ya como fundación española, se llamará San Juan Del Río, “visita” de Jilotepec, en cuanto a los doctrineros se refiere y “frontera” de la tierra “bárbara”, para la milicia invasora. Se empiezan a poblar las nuevas calles y adquirir la traza de pueblo castellano y a unírsele las poblaciones de El Álamo, Dehedó, Ahuacatlán y Tequisquiapan.
 
El fraile Sebastián de Aparicio, en su afán de hacer los “caminos de la Plata», divide a San Juan Del Río, abriendo la llamada calle real, los nuevos habitantes levantan a sus lados mesones y comercios, existentes hasta hoy en día. La población de San Juan Del Río estaba encerrada, dentro de una cerca que servía de fortaleza contra los indios chichimecas, ésta cerca comenzaba atrás del templo de La Cruz, hasta el cerro de la Venta, seguía hasta cerca del barrio de San Isidro y de allí hasta llegar a la Loma del Toro.
San Juan Del Río cuenta con un aliado natural único, su río, el camino real queda cortado durante buena parte del año por las crecientes del mismo río, obligando a las caravanas a acampar en una u otra margen, a colaborar en el progreso del pueblo pagando su hospitalidad, se le conoce como garganta de toda tierra adentro, además está fortificado, quizá para dar mayor seguridad a los viajeros de un supuesto ataque de los chichimecas jonaces, que ya en ocasiones han bajado de sus montañas y causados estragos en los presidios de Vizarrón y Peñamiller.
 
En el trazo pre hispánico de esta población, cuando era solamente Yztachichimecapan, se erigió un centro ceremonial, conocido ahora como El Cerro de La Cruz.
 
En el el templo llamado del Calvario, existe un Cristo crucificado, una Dolorosa y un San Juan evangelista, tallas de la escuela queretana de santeros, muy famosas durante el siglo XV111 principalmente, con motivo de las fiestas de patronales del templo, se dan procesiones, que van desde la Parroquia al templo de la Veracruz y de allí al Panteón, el lugar de los antepasados, como queriendo disfrazar un poco, la religiosidad ancestral, ahora reprimida. Los llamados indios levantarán, durante la invasión europea, en la “nueva” población, templos a los nuevos dioses y una capilla abierta, para el culto que ellos le rendirán.
«Cada uno de nosotros, otorgamos el trabajar personalmente con nuestras personas, en la obra. Con la condición y calidad de que nos han de dar de comer, carne y maíz, para todos los días de la semana que trabajemos: sin faltar día alguno, salvo si no fuere, por enfermedad que lo impida«. Unos cuantos hombres de nación otomí asentados junto a las márgenes del caudaloso río que va a desembocar hasta el mar, fueron los primeros pobladores de la floreciente ciudad sanjuanense, antes de que algunos otros lo hicieran, en forma definitiva. El Sol, dios principal de estas tierras, se eclipsa en Yztachichimecapan, el culto a los antepasados y sus “enterramientos” desaparecen, para dar paso a “el camposanto”, mientras los fenómenos naturales tienen que ser explicados de otra manera y la conformación de su pueblo, tiene una nueva traza.
El pueblo tiene un importante grupo indígena y el otomí sigue siendo una lengua franca. Como república de indios, es numerosa, cuentan con su propia iglesia y tienen su gobernador. «Se compondrá la población de cuatrocientas casas bajas y la mayor parte mal construidas, pero todas ellas con huerta, en las que se recoge fruta y uvas excelentes, aunque no se fabrica vino».
 
Sus barrios
Es en el barrio de San Miguel donde se encuentran las mejores casas y el convento de Santo Domingo, comienza en El Puente, frente al barrio de La Concepción, del que dicen tus cronistas que era el lugar de los mesones, por un lado, lo baña el río, por el otro, la calle real le permite ver a los viandantes, Le sigue el barrio del Calvario que llega hasta la salida a México, también lo llaman, Pueblo Nuevo. De la iglesia parroquial parte el barrio de San Marcos, también da con la calle real y el barrio del Calvario, en él se encuentran la Plaza Mayor y la Parroquia.
Junto a los barrios de San Miguel y San Marcos, está el barrio de San Juan, allí el templo de los indios y una plaza los forman, son calles sinuosas. Sobre la orilla del río aparece el barrio de San Isidro, en este barrio los indios tienen sus solares y sus calles están trazadas con magueyes, existe una capilla y casas bien acabadas, son las de los caciques, del otro lado del Río está el barrio del Espíritu Santo o de Ahidó o del Tepetate, son los vecinos que circundan la puebla de los españoles, pero no se rinden del todo porque al otro lado del río está el barrio de La Santa Cruz, junto a una peña redonda, desgajada en la parte superior y construido un cerrito hecho a mano, en cuyo pináculo está una cruz. Es Peña Blanca o Peña Techimacitl, último bastión, reliquia y cosmogonía agonizante.
Cuando yo era joven deseaba viajar
Posarme en la plaza de algún pueblo quieto
Arrancarle todos sus íntimos secretos
Las campanas danzan
Los cohetes se convierten en flores
Estallando en las manos del viento
Flota un sordo rumor de aguacero
Dice el poeta Cabrera
Los callejones del Ave María, del Espíritu Santo, del Panteón, del Paso Ancho, del Coyote, de San Marcos, de Santa Matilde, de San Pedro y el de La Zorra, son todos ellos leyendas, unas de amor, otras de ánimas y otras de crímenes. Recordar los nombres de las calles, en tiempo de la invasión europea, nos habla mucho de lo que en el suelo Sanjuanense sucedía, como la de la Salitrera, la de las Animas, del Canal, de los Caleros, de la Santa Veracruz, Tareta, Providencia y Unión, La de Diversiones, la del Sol, del Clavel, de la Duda y del Chirimoyo, del Dulce Nombre de María, de los Cristos, de San Antonio, de la Estancia, de Manzanares, del Obraje, de la Amargura, del Olvido, de Cóporo, Portillo, del Pino, la del Panteón, la del Palacio la de Eusebio, la de Leñadores, la de las Tamboras o la de la Bola.
 
Todo lo abrazas de armoniosa suerte
Eres tú la paleta de todos los colores
El alba es la princesa de los ropajes de oro
Arca de memoria
Espejo perfecto
Eres para México, como el corazón
Aquí en esta tierra se prendió la aurora
Dice el poeta Cabrera
En ocho barrios y en con una nueva traza, los habitantes inmemoriales de esta región, ya no nombran sus calles. Se guardan los hijos de este pueblo, que en perenne memoria recordarán el día en que fueron invadidos, mientras pasa el tiempo se vive en el rito de la permanencia.
No fácil desaparecerán los nombres de quienes fueron tus hijos que te defendieron, tampoco los nombres de quienes, viniendo de lejos, no te respetaron, son los verdugos de una forma de vivir y relacionarse con la naturaleza, que desaparecerán para siempre, sin que aparentemente a nadie le importe.
En esta tierra de frontera chichimeca, todo cambia, es una nueva ciudad que se va formando a través de 469 años, contados desde “su fundación”. Es un nuevo concepto de vivir y de crear, es otro mundo que irrumpe de madrugada, es una larga noche que no ve el alba, son los indios de Yztachichimecapam que no podrán más vivir en libertad.
Las nuevas leyendas, los nuevos mitos, empiezan a salir de entre tus calles, como una magia en las manos del prestidigitador; Aparecen en la calle del Palacio Encantado o la del Perro Negro, en la de las Diversiones, lugar donde llegaban los titiriteros y se hacían las carreras de caballos, la de los Leñadores y la de los Aguadores. Nacen los nuevos oficios que propician la nueva ciudad.
 
Por entre todas las calles San Juan Del Río aparece convertido en templos: San Isidro, El Sacro Monte, El Calvario, San Pedro, San Sebastián, Santo Domingo, San Juan de Dios, La Ermita, La Soledad, La Parroquia. Entre los oratorios, los nuevos hijos de esta tierra, aprenden los nuevos rezos, mientras las campanas a vuelo, saludan cada día a un sol, que ha dejado de ser adorado.
El Beaterio
La calle real guarda un espacio para las mujeres, son las beatas, las nuevas doncellas, que, en contemplación, penitencia y oración, más trabajo, reservan para sí, un desposorio más duradero. Hablo de La Casa de Recogimiento de Nuestra Señora de los Dolores, que el pueblo llama coloquialmente El Beaterio.
Cuatro mujeres llamadas, Beatriz, Josefina, Isabel y Ana María, se reúnen, son como las madonas de Perrusquía, las flores son las novicias. Sor Azucena, Sor Amapola, Sor Pasionaria, mujeres del fervoroso siglo XV11, quienes se congregan bajo el báculo del fraile Margil de Jesús. Todas custodian desde entonces esta ciudad. Por ellas se salvan los pecadores, que en las calles de la ciudad aparecen. “No las interrumpas viajero, están en oración”. De las monjas fundadoras, las que más vivió, fue Sor Beatriz de Jesús, setenta de esos años estuvo al amparo de la Virgen de los Dolores en el Beaterio y el patrocinio de María Luisa de Borbón, reina de España y patrona del beaterio. Las monjas de este beaterio han sido exclaustradas cuatro veces, pero ellas atribuyen que siempre han regresado a la bendición dada por el Fraile franciscano Margil de Jesús,
Las exclaustraciones se dieron la primera un 21 de marzo de 1863, le sigue la del 23 de abril de 1867, estas dos motivadas por las leyes de reforma, después se dio la del 31 de julio de 1914, a causa de la revolución y la última el 19 de febrero de 1929, con motivo de la persecución religiosa.
Silencio…
Ya murió la algarabía
Los pájaros abandonaron el nido
Oh que grande es el silencio
Las monjas de este beaterio mantienen, lo que otros muchos le buscan quitar a San Juan Del Río, su tradición, su apego a la costumbre, Es por ellas que el Señor de la Misericordia, Jesusito, El Señor de la Portada y tantos otros cultos locales, son mantenidos por este grupo de vestales. Allí las niñas aprenden la doctrina y las madonas tienen su refugio. Estas monjas guardan con gran celo la Bula Papal de 1973, en que se declara al Beaterio como “Monasterio de la tercera orden regular de San Francisco de Asís”.
 
Las flores que fueron regando a través de los siglos las hicieron acreedoras a este rango. Son fundadoras del convento de Temazcalcingo, en 1963, del de Apaseo El Grande, en 1971, el de Xochiaca, en 1980, el de Acolman, en 1981, el de Amecameca, en 1982, y el de Toluca, en 1983.
Este es el pueblo de San Juan Del Río repartido alrededor de los jardines sagrados.
 
Es importante tener el recuerdo de esta beata que le han dado renombre a la ciudad, como Beatriz Ma. De Jesús, Josefa Ma. De la Concepción, Antonia Gertrudis de Santa Ana, a Josefa Petra, A María Francisca de las Llagas, a Vicenta del Santísimo Sacramento, A María Teresa del Sagrado Corazón, a Margarita María, a María de los Ángeles del Consuelo, a María de la Divina Eucaristía y así a cientos de doncellas sanjuanenses.
 
Después de recorrer algunos aspectos de la vida de la ciudad de San Juan Del Río, Tierra Blanca, Yztachichimecapam, solo queda escuchar el grito de los hombres habitantes inmemoriales de estos contornos, que Junto con el poeta exclaman.
El so por fin se hundió en el cielo
El sol en ocaso muere
Un reguero de la luz encantada

Va cayendo en los campos

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