La fundación de México-Tenochtitlan

La fundación de México-Tenochtitlan

Entrevista con Alfredo López Austin Ursus Sartoris*

Nacido en Chihuahua hace ochenta y cinco años, el doctor Alfredo López Austin, historiador y antropólogo egresado de la Universidad Autónoma de Nuevo León, es catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras e investigador emérito en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, ambos de la unam. Reconocido como una de las máximas autoridades en el estudio de las culturas mesoamericanas es autor, entre muchos otros ensayos, de ‘La constitución real de México-Tenochtitlan’, ‘Hombre-dios. Religión y política en el mundo náhuatl’ y ‘Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana’. En esta entrevista –inédita en México, publicada en el número 78 de la Revista Debats, del Instituto Alfonso el Magnánimo de Valencia, España–, el doctor López Austin aborda los tópicos recurrentes en torno a la fundación de México-Tenochtitlan, incluyendo la polémica sobre el año exacto en que habría tenido lugar.

Siempre que se evocan el nombre y la grandeza de México-Tenochtitlan, la capital del antiguo imperio Azteca que se fundó en el centro del gran lago de Texcoco, surgen diversas preguntas que tienen que ver con aspectos míticos que trascienden muchos de los datos históricos que se han venido configurando desde la invasión de Hernán Cortés. La caída de México-Tenochtitlan, en 1521, no sólo significó la derrota de una ciudad-Estado, también representó la desintegración del universo mítico y religioso de uno de los centros políticos y culturales más importantes de Mesoamérica. Más que contar con ruinas arqueológicas, hoy los pobladores de Ciudad de México viven con una memoria en ruinas. El doctor Alfredo López Austin es uno de los restauradores de esa memoria, quien desde diversos ángulos ha reunido muchas de las piezas e imágenes que conformaron el pensamiento mítico y religioso de los antiguos mexicanos.

–Cuando se habla de las ciudades que se desarrollaron en Mesoamérica se dice que tuvieron una fundación que refleja el paso de pueblos cazadores a sociedades agrícolas, tal y como se ha dicho de ciudades como La Venta entre los olmecas o Tula entre los toltecas, pero en el caso de México-Tenochtitlan, ¿cómo sería la forma de vida de aquéllos que vinieron a fundar la ciudad que ha sido desde entonces el centro político, económico y cultural de México?

–Generalmente se tiene en México una apreciación desmedida de los mexicas (o aztecas), fundadores de las ciudades de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco. Esta apreciación es un reflejo de las actuales características del país, fuertemente centralista. Se destaca en exceso la importancia de este pueblo, sin pensar que destacó sólo durante el último siglo de la historia mesoamericana, una historia que ocupa cuatro milenios. Además, se atribuyen a los mexicas glorias falsas, entre ellas un vertiginoso desarrollo cultural. Se les presenta como recolectores-cazadores que llegaron a la Cuenca de México en el siglo xiv y que cien años más tarde ya habían asimilado la cultura de sus vecinos hasta convertirse en una potencia hegemónica. Hay que ser muy cautos con estas interpretaciones de la historia. Los mexicas no eran recolectores-cazadores a su llegada, sino agricultores pobres. Tanto la migración de Aztlán a la Cuenca de México como el milagro fundacional se consideran relatos únicos. No se toma en cuenta que siguen las pautas míticas e históricas de otros muchos pueblos de su época. En narraciones similares, diversos mesoamericanos del Posclásico Tardío afirmaban que su lugar de salida había sido Chicomóztoc (“el lugar de las siete cuevas”). En Chicomóztoc, montaña situada en el límite de este mundo y el ámbito de los dioses, los pueblos eran paridos en grupos de siete en siete. Cada pueblo había sido extraído y guiado por un dios patrono, quien lo conducía a la tierra prometida y le donaba el territorio en que se establecería. La señal de la llegada era milagrosa. Los mexicas hablaban de Aztlán, también nombrado Chicomóztoc. Habían salido de ahí por orden de su dios patrono, Mexi o Huitzilopochtli, y buscaban por instrucciones de su dios la tierra prometida. Al llegar a la Cuenca de México, en el lago de Texcoco, presenciaron la señal de su dios en forma de milagro: apareció un águila devorando una serpiente, posada sobre un nopal (chumbera) nacido entre las piedras. Esta imagen se convirtió en el escudo nacional.

–Si aceptamos que una de las funciones del mito es la de legitimar el origen de ciertas creencias, instituciones o cosmovisiones del mundo, ¿cómo podemos explicar el mito de la Tira de Peregrinación en su salida de Aztlán o desde las siete cuevas de Chicomóztoc en busca de la tierra prometida?

–Los pueblos mencionados habitaban numerosas ciudades en la Cuenca de México. Propiamente los asentamientos de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco se fundaron en sitios insulares de difícil población dentro del Lago de Texcoco. El territorio era muy limitado y tuvieron que ir ganando terreno al pantano por medio de construcciones de predios agrícolas, las llamadas chinampas. La semejanza en los relatos mexicas de la migración, sobre todo en su aspecto mítico, se da no sólo con los pueblos de la cuenca lacustre, sino con otros muy distantes, como los Quichés y los Cakchiqueles de las tierras altas guatemaltecas. También allá se hablaba de la salida de un lugar portentoso, la Tulán del otro mundo (no la Tula actual, que se supone que fue una de tantas copias de la Tullan o Tulán mítica). En efecto, Tulán es uno de tantos nombres del lugar de origen de los pueblos. Otros son, precisamente, Chicomóztoc, Hueicolhuacan, y, en el caso particular de los mexicas, Aztlán. Habitaban en la Tulán mítica todos los hombres antes de salir al mundo, y hablaban allí un solo idioma. Cuentan los quichés que al dejar Tulán iban adquiriendo sus distintas características étnicas, lingüísticas y profesionales. Con la salida de la ciudad matriz se iniciaba una penosa migración que concluía con el arribo a la tierra prometida.

Aztlán y el amanecer de la historia

–¿De modo que la ciudad mítica se convierte en
el centro del mundo de donde emana toda la humanidad?

–Sí, es la ciudad de origen de todos los pueblos. De allí se sale durante el amanecer de la historia, antes de que el mundo empiece a existir. El establecimiento en la tierra prometida corresponde al momento de la salida prístina del Sol; entonces empieza verdaderamente la historia. Cada uno de los pueblos caracterizaba desde su particular punto de vista la ciudad de origen. Los mexicas describían Aztlán como un sitio rodeado por el agua. Creían que su dios patrono, Huitzilopochtli, les había dado la profesión de pescadores y cazadores de aves acuáticas. Para cumplir su misión sobre el mundo buscaron un medio lacustre para establecerse.

–Pero ¿cuál es entonces el momento real de la fundación?

–Los mesoamericanos buscaban el medio idóneo para ejercer la profesión que cada pueblo poseía. Algunas fuentes documentales señalan el año de 1325 como el de la fundación de México-Tenochtitlan. Éste había sido un segundo intento, tras el fracaso de Coatepec (“el lugar del monte de la serpiente”). No fue esta fundación en un medio naturalmente lacustre, pero los mexicas construyeron una gran represa en la que llegaron a sembrar peces. Pero el experimento no tuvo éxito y debieron dejar el lugar, abandonando allí a muchos de los suyos. Siguieron después a las márgenes occidentales del lago de Texcoco, sitio que no era demasiado favorable. Las aguas del lago no eran suficientemente dulces, pues recibían por el oriente corrientes cargadas de sal. Además, políticamente se encontraban en un territorio peligroso, dominado por ciudades poderosas y en pugna, entre ellas Azcapotzalco, Culhuacán y Texcoco. Hicieron su asentamiento en calidad de tributarios de uno de los pueblos dominantes.

–Si fue necesaria la justificación mítica como el referente fundacional, no obstante las tensiones políticas que se estaban viviendo tanto entre los pueblos de la zona lacustre como entre los mismos aztecas, ¿eso no vino a modificar la imagen mítica de la vieja Aztlán?

–Como otros muchos pueblos, los mexicas trataron de reproducir en México-Tenochtitlan las características que atribuían a su lugar mítico de origen. Era el esquema que debía cumplirse. La geometría cósmica los obliga a construir en el punto central una pirámide para el dios patrono. Junto a dicho templo se levantaría un juego de pelota –edificio de funciones religiosas– y el altar donde se elevarían las ringleras de los cráneos de los enemigos. Del centro templario partieron los ejes de una gran cruz, pues para los mesoamericanos el símbolo de la cruz es uno de los más importantes y cargado de significados. Entre otras cosas, la cruz era el símbolo de la superficie de la tierra y señalaba los puntos de los cuatro pilares que sostenían los cielos en los extremos del mundo. Tras el trazo del esquema cósmico, la tierra fue dividida entre los distintos grupos migrantes o calpulli. Algunos grupos consideraron que la distribución no era justa y trece años más tarde se separaron del grupo para fundar México-Tlatelolco, población muy próxima y, desde entonces, hermana rival.

El Monte Sagrado como axis mundi mesoamericano

-Usted ha escrito, hablando del simbolismo, que en el espacio mítico mesoamericano existe esta imagen horizontal de la cruz que marca los cuadrantes del universo, pero también hay la imagen vertical del universo, representada con la montaña o el árbol cósmico, que representa lo terrestre y lo celeste. ¿Cómo es exactamente esa imagen del mundo?

–El axis mundi es una figura compleja. Uno de sus componentes es el Monte Sagrado, promontorio hueco que tiene en su interior un gran depósito con las aguas, los vientos y las riquezas potenciales del mundo. Sobre el Monte Sagrado se levanta el Árbol Florido compuesto por dos ramales, en ocasiones representados en forma de un torzal. Los dos ramales son los caminos de los flujos de los elementos opuestos y complementarios del cosmos: el agua y el fuego. Bajo el Monte Sagrado se encuentra el Mictlán o Mundo de los Muertos. El axis mundi se proyecta hacia los cuatro extremos de la tierra, reproduciendo sus figuras como pilares que separan el Mundo de los Muertos de las capas celestes. Cada una de estas cuatro proyecciones –representadas frecuentemente como pilares, árboles o dioses– tiene un color distintivo: roja la del este, negra la del norte, blanca la del oeste y azul la del sur, para diferenciarse del árbol verde, central.

–¿Y esa imagen del mundo está presente en todos los pueblos mesoamericanos?

–Sí, en todos los pueblos mesoamericanos, y algunos de sus elementos se encuentran más allá de Mesoamérica, tanto en la parte septentrional como en la meridional del continente. La imagen del axis mundi como montaña cósmica es muy importante en la fundación de los asentamientos. Las pirámides son reproducciones de los montes, y muchas de ellas del Monte Sagrado. A partir de la pirámide se marcan los cuadrantes de la superficie de la tierra.

–Y si los fundadores de la ciudad de México-Tenochtitlan siguieron este mismo principio, hoy podemos ubicar dónde está el centro de dicho eje.

–Hasta la fecha no se ha podido excavar la pirámide original debido a que no lo permite el nivel freático del centro de Ciudad de México. Sobre dicha pirámide se fueron construyendo otras, y las descubiertas son, hasta la de la última etapa, dobles; esto es, tenían al frente doble escalinata y culminaban en dos capillas destinadas a sendos dioses. Estas dos capillas remedan la conformación dual del árbol cósmico.

–Es lo que se conoce como construcción semejante al tipo de una cebolla.

–Exactamente. Es una técnica que semeja la formación de capas de cebolla. Una pirámide se construía cubriendo la anterior. En la cúspide del Templo Mayor de México-Tenochtitlan se edificaron las dos capillas. Al sur quedaba la del patrono, Huitzilopochtli, dios solar, ígneo. Al norte quedaba la de Tláloc, el dios de la lluvia. Es el símbolo de la dualidad, de los opuestos complementarios. Esta misma dualidad se había hecho presente en el milagro fundacional. El tenochtli o nopal sobre la piedra era un símbolo acuático, mientras que el águila era el símbolo solar.

–Pero ¿no se supone que la referencia mítica más conocida es aquella donde aparecen la hermana de Huitzilopochtli, Malinalxóchlitl y su hijo Copil?

–La historia de Huitzilopochtli, su hermana Malinalxochitl y su sobrino Copil es otra expresión de la idea de la polaridad. Huitzilopochtli lucha contra su hermana, la mujer relacionada con las artes mágicas, y la abandona durante la migración. Posteriormente los mexicas matan a Copil en un enfrentamiento. Del corazón de Copil nacerá el nopal del milagro.

–Entonces, ¿cómo podríamos entender este relato mítico, acorde con lo que nos acaba de explicar, lo de Copil y Malinalxóchil, dentro de la representación simbólica de la pirámide del Templo Mayor?

–En esta historia se descubre el conflicto de dos fuerzas contrarias. Malinalxóchitl es una maga, vinculada al mundo subterráneo, oscuro y frío; es la hermana poderosa que, al ser vencida por su oponente, le abre el camino a la gloria. Su hijo es el fundamento pétreo, frío, acuático de lo que sería México-Tenochtitlan.

–Es decir que tanto Copil como su madre son las formas de la naturaleza que constituyen la materia de la fundación. El agua y el nopal que nacen debajo de la tierra.

–Son, aunque vencidos, elementos de la fundación. Además del significado de estos personajes, la oposición también se expresa en los fundadores de México-Tenochtitlan. Son hombres-dioses, líderes de grupos en migración. Uno de ellos es Tenoch, que identificamos con los seres de la lluvia. El otro, Cuauhtlequetzqui, está vinculado con el Sol y, por tanto, con el dios Huitzilopochtli o Mexi. Cuauhtlequetzqui significa literalmente “el que enhiesta el fuego aquilíneo”. En un pasaje relativo al milagro que nos relata el historiador Chimalpain Cuauhtlehuanitzin, el líder Cuauhtlequetzqui dice a su compañero: “Oh, Tenoch, partirás enseguida e irás a observar, entre las juncias, entre las cañas en donde fuiste a enterrar el corazón del adivino Copil. Allí se yergue un águila que está agarrando con sus patas a la serpiente, que está picoteando a la serpiente que devora. Y aquel tenuchtli serás, ciertamente, tú, tú Tenoch; y el águila que veas, ciertamente yo.”

–De modo que ¿hay una especie de arreglo para la fundación de la ciudad?

–Sí, y en el arreglo están los representantes de los dos dioses, Tláloc y Huitzilopochtli o Mexi, pese a que las fuentes insistirán después en que es uno solo el dios patrono de la ciudad. Y con los dioses encontramos los opuestos complementarios: por una parte el femenino –aunque Tláloc sea dios varón– que es acuático, del mundo inferior, de muerte, el fundamento; y por otra, el masculino, ígneo, superior, de vida, celeste. Debo aclarar que para los mesoamericanos la lluvia procedía del inframundo, pues estaba en la gran bodega del interior del Monte Sagrado, y que para ellos el agua era elemento de muerte, y en consecuencia generador de la vida en una concepción cíclica de las fuerzas cósmicas.

El (des)equilibrio de los contrarios

–Regresando a la relación entre Huitzilopochtli y Malinalxóchitl, ¿no le parece que en el fondo de estos dos personajes el mito nos está refiriendo al enfrentamiento entre dos cultos, el solar y el lunar, es decir entre la potestad de la hermana mayor y el hermano menor?

–Se ha hablado mucho de una cosmovisión primitiva en la cual la figura femenina era primordial, superada posteriormente por una masculina. Creo que esta hipótesis no está suficientemente fundamentada.

–¿Acaso se trata más bien de un aspecto que intenta legitimar una determinada visión?

–Existe la idea central del conflicto de dos fuerzas, de una lucha en que la inicialmente superior se ve superada por la otra para dar origen al ciclo. La primera puede estar representada por la mujer: por la madre, por la hermana; pero también por otros personajes, como son el hermano mayor sobre el menor, el libidinoso sobre el casto, el rico sobre el pobre pero valeroso. En la aventura mítica se invierte la supremacía para que triunfen el hermano menor o el casto o el pobre.

–Digamos que aquí aparecen más claros los planos terrenales en los que se ubica el hombre, los planos de la condición humana.

–Estos planos se repiten. Por ejemplo, en otro mito, los personajes son Huitzilopochtli, su hermana Coyolxauhqui y sus cuatrocientos hermanos. Coyolxauhqui y los cuatrocientos son en este caso los poderosos iniciales. La hermana es la Luna, y los hermanos las estrellas. Huitzilopochtli es el hijo menor, solar, que debe luchar contra sus hermanos nocturnos. Los vence y con ello da origen al ciclo luz-oscuridad, día-noche.

–En ese sentido el mito también nos aproxima a una sabiduría de buscar en los contrarios, en esos mundos contrarios, un equilibrio.

–No precisamente un equilibrio, puesto que el absoluto equilibrio llevaría a la parálisis del mundo. Es necesario el juego de desequilibrios, la fuerza débil que crece, se impone, después de dominar se desgasta, se debilita, es vencida, y así sucesivamente. La guerra es la imagen de la existencia cíclica del cosmos. Así se suceden día y noche, temporada de lluvias y temporada de secas, etcétera.

–Digamos que esto es el ritmo que les va a dar la visión cíclica del tiempo.

–Sólo así se crea el ciclo, como imagen de la guerra o atl-tlachinolli (“el agua y la hoguera”).

–Entonces, podríamos pensar nuestra historia como esos vaivenes entre la superioridad de la serpiente sobre el águila y viceversa.

–Exactamente. No hay un triunfo definitivo de las fuerzas ígneas. Existen mitos “contrarios”. Hoy en día podemos encontrar este juego. Por ejemplo, entre los actuales huicholes, se cuenta que las fuerzas acuáticas de la Diosa Madre se habían apoderado del mundo en forma de serpientes. Entonces vino el águila a derrotar a las serpientes. Las devoró, pero no a todas.

*Ursus Sartoris Poeta, editor y traductor. Ha publicado en diversos periódicos y revistas. Fue director de Erande, revista de arte y creación. En 2011, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes le publicó el poemario Islote de Garzas. En 2020, apareció en el Fondo editorial de la Universidad de Querétaro su poemario Sutra de la mariposa blanca.

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