El Semillero, en el callejón de La Condesa

El Semillero
Ángeles González Gamio
A muchos capitalinos los meses de encierro por la pandemia nos acercaron a la naturaleza; tuvimos tiempo de atender las plantas que teníamos en la casa, el balcón o jardín y disfrutamos de su evolución. Los caminadores, sin tráfico y sin gente, pudimos apreciar los árboles y flores de las calles y parques de nuestro entorno.

Ya hace algunos años que comenzó el interés por los huertos familiares que aprovechan cualquier sitio donde entre aire y sol: azoteas, balcones, jardines o zotehuelas. Si ha cultivado algo coincidirá conmigo en que nunca ha probado un producto más sabroso. No importa que sea una zanahoria medio raquítica o una calabacita enana, su frescura y haberla sembrado con sus propias manos la hace más suculenta.

Una gran noticia para quienes viven en la zona central de la ciudad es que no tienen que ir a los viveros de Coyoacán o a Xochimilco para comprar semillas o fertilizantes. En el corazón del Centro Histórico se encuentra, desde hace más de 100 años, todo lo que necesita para tener una planta, huertito familiar, rancho o un bosque.

Además de toda clase de semillas agrícolas, forestales y para la floricultura, hay fertilizantes e insecticidas –algunos orgánicos–, herramientas especializadas y un amplio surtido de libros sobre todos los temas relacionados: jardinería, ciencias de la alimentación, agrícolas, apícola y florícolas. Tienen manuales para cultivar su huerto con explicaciones precisas con la mejor manera para fertilizar y combatir las plagas.

El lugar lo traslada a los albores del siglo XX con sus antiguos pisos, mostradores y estantes de madera oscura que llegan hasta el techo, cubiertos de múltiples cajoncitos con letreros que anuncian las semillas que resguardan. Hay todas las que se pueda imaginar: distintas variedades de cada vegetal, hierbas de olor y medicinales, flores y frutas. También para reforestar, ya que aquí puede adquirir su bosque de pinos si tiene la edad y paciencia para verlos crecer. Los encargados lo asesoran sobre lo que más le conviene, según el gusto y el espacio con que cuente o si tiene alguna plaga o una planta tristona.

Hablamos de El Semillero, una tienda que se fundó en 1910 por un ingeniero agrícola italiano que vino a trabajar en la naciente industria del vino en el norte de México. Al poco tiempo comenzó la agitación revolucionaria y Bartolomé Trucco optó por mudarse a la Ciudad de México.

Abrió un pequeño local de venta de semillas en el Callejón de la Condesa que tuvo mucha aceptación y, al poco tiempo, se mudó a un sitio más amplio en la avenida 5 de Mayo número 10. Y aquí sigue, con su misma marquesina roja, ya un poco deslavada que anuncia con grandes letras El Semillero, sus mismas vitrinas y umbroso interior donde se detuvo el tiempo.

La calle 5 de Mayo conserva varios establecimientos centenarios, no obstante ser de las más jóvenes del Centro Histórico. Nació como un pequeño callejón que abrió Hernán Cortés en medio de su inmensa mansión que ocupó el lugar del palacio de Axayácatl, el padre del tlatoani Moctezuma, y donde generosamente alojó al conquistador y a sus huestes.

Un arco daba paso a la callejuela que tenía como propósito contar con locales comerciales en renta. Se conoció como Callejón del Arquillo y al paso del tiempo, en la medida que la propiedad se fraccionó, se extendió. Esto se aceleró con la aplicación de las Leyes de Reforma, por lo que demolieron varios conventos y la calle se amplió un tramo más. A fines del siglo XIX, a la altura de lo que hoy es Bolívar, se levantaba el Teatro Nacional, preciosa construcción del arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Para las fiestas del Centenario de la Independencia Porfirio Díaz lo mandó a demoler para ampliar la calle y que desembocara en el que sería un nuevo gran teatro, que es el Palacio de Bellas Artes.

Luego hablaremos de otros añejos establecimientos; por lo pronto, vamos a comer a uno de ellos, que se encuentra en la esquina del mismo inmueble que ocupa El Semillero.

Es el bar La Ópera, que comenzó como una confitería que fundaron dos francesas adonde solían ir los asistentes al Teatro Nacional después de las funciones de ópera. A raíz de la Revolución cambiaron el giro y lo volvieron cantina… hasta la fecha. Conserva la coqueta decoración afrancesada original y una preciosa barra de maderas finas. La carta es amplia con platillos de la comida mexicana y española.

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