PRIMERA LÍNEA: CRÓNICAS Y POEMAS ESCRITOS POR PERSONAL DE SALUD.

Primera línea recoge las batallas del personal médico en los meses más trágicos de la pandemia

El libro es resultado de los talleres de escritura que organizó la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM // Se distribuirá gratis

PRIMERA LÍNEA: CRÓNICAS Y POEMAS ESCRITOS POR PERSONAL DE SALUD.
En medio de la pandemia de Covid-19 la poesía fue una sustancia sanadora para el personal de salud que participó en los talleres de escritura organizados por la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM. Los textos, que plasman las batallas personales contra el virus en medio de la incertidumbre, se reúnen en el libro Primera línea, el cual será distribuido de manera gratuita. Sobre estas líneas, médicos se preparan para enfrentar una jornada más.
Mónica Mateos-Vega
La Jornada

Durante los meses más trágicos de la pandemia de Covid-19, la poesía fue una sustancia sanadora para los médicos, enfermeras, trabajadores sociales y demás personal de salud que participó en los talleres de escritura que organizó la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Los textos que se produjeron durante las clases, guiadas por el periodista y escritor Leonardo Tarifeño y por el siquiatra y poeta Orlando Mondragón, ahora se presentan en el libro Primera línea, que será distribuido de manera gratuita por la UNAM en fecha próxima. En esas páginas se plasman, sobre todo, las batallas personales contra el virus en medio de la incertidumbre.

Los poemas y crónicas de Primera línea son una muestra más de cómo la literatura es una compañía y cómo la escritura es una forma de liberar emociones y experiencias, pero, sobre todo, este libro aporta a la memoria de un periodo de crisis humanitaria donde, sin duda, el personal médico ha sido de los más afectados, no sólo en su agotamiento profesional, sino en lo que toca al corazón, dijo Anel Pérez, directora de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM durante la presentación de la obra en el contexto de la Feria del Libro de Ciencias de la Salud.

La coordinadora del proyecto editorial explicó que los textos de los 14 autores seleccionados narran la vivencia del propio contagio en el lugar de trabajo, así como la falta de apoyo de los empleadores, como en la crónica Carta al México que no quiero ver: una mirada desde la perspectiva de un ingeniero biomédico, de Abraham Alonso, o las peripecias de alguien a quien la emergencia sanitaria sorprendió en un congreso fuera del país (A la distancia, de la maestra en física médica Margarita López Titla).

También está el relato de la difícil despedida a los pacientes que fallecen sin poder siquiera sentir el contacto de una mano, por estar cubierta de látex, en El aprendizaje de las paradojas, de la entonces pasante en enfermería Mariana Sandoval, o En el infierno de los vivos, de su colega Noemí García Serrano, quien además relata la dificultad de vivir aislada de su familia, en un hotel, para cuidar a sus seres queridos del contagio.

El maltrato y la violencia doméstica incrementada por la cuarentena fueron los temas que abordó la enfermera Verónica Flores Romero para su texto El precio de la vida, entre muchas otras situaciones escritas con las herramientas periodísticas y literarias de la crónica o la poesía.

Para no olvidar

Publicar el libro, añadió Pérez, fue “la mejor manera de sellar con broche de oro los procesos tan valiosos que se dieron en los talleres y dar un soporte material a los textos para no olvidar lo que hemos vivido, y saber que la valentía de quienes enfrentaron esta realidad desde sus trincheras es un ejemplo de aprendizaje.

“Las voces que se reúnen aquí dan cuenta de aspectos aún más íntimos que los pasillos de un hospital. Se trata de vivencias personalísimas, de miradas acerca de la batalla ejercida contra el virus en medio de la incertidumbre. Los textos dan cuenta de algunas características de nuestra sociedad, de sus problemas. Se entremezclan los vínculos familiares con la tristeza ante la enfermedad de los compañeros de jornada o frente a su propia muerte. Revelan también la manera extraña en la que hemos percibido el tiempo este año, estos meses que no olvidaremos.

“Veremos también la noción de sabernos vulnerables y de encontrar en los demás la comunidad ante la crisis, de hallar en la escritura la manera de nombrar aquello que nos oprime y que cuesta trabajo asimilar. Las personas que han participado con sus testimonios, revelaciones acerca de sí mismos y sus miradas plenas de humanidad y reconocimiento, son quienes podrán hablar a detalle de aquello sucedido mientras desarrollaban sus voces.

Después de un año y dos meses de haber atendido indicaciones para trabajar desde casa, tenemos la impresión de este libro, concluye Pérez en la presentación de Primera línea: crónicas y poemas escritos por personal de salud.

Un taladro en mi mente
(fragmento)

¿Y si Mariana me contagió? ¿Si soy un caso positivo asintomático? ¿Y si ahorita no tengo síntomas pero más tarde sí? ¿Y si ya contagié a alguno de mis familiares? Aunque no tengo síntomas, uno no puede dejar de pensar cosas. La mente es muy fuerte y me hace imaginar catástrofes que ocurren por mi culpa. Y si ocurrieran, ¿podría perdonármelo? ¿Podría vivir con ello? Nadie más que yo conoce la respuesta: no.

En la recepción de la clínica hay un cartel que dice: Antes de faltarnos al respeto, reconsidere qué conductas lo trajeron hasta aquí.

Suena duro, pero a veces ciertas preguntas son difíciles. ¿Qué conductas lo trajeron hasta aquí? Cada uno conoce su respuesta. ¿Y en mi caso? Soy consciente de que todo este tiempo me he cuidado mucho, varias veces al día me lavo las manos con agua y jabón, guardo la distancia con mi familia y no salgo más que para trabajar y comprar víveres. Sin embargo, a pesar de todas esas precauciones, hay otra pregunta que taladra mi mente. La pregunta es si todo esto valdrá la pena.

Abel Alejandro Luna García. Enfermero en las unidades temporales de atención a pacientes con Covid-19

Mi año de internado
(fragmento)

Hasta que, finalmente, llegó el momento que demostraría la gravedad de aquello con lo que lidiábamos. Un día, los doctores regresaron de tomar muestras. Sus caras exhibían decepción, tristeza y coraje. Eran caras que no se olvidan. Cuando preguntamos qué había pasado, nos contaron que una joven de 29 años apenas había entrado como sospechosa. Se le tomó la prueba, pasaron los demás pacientes y, mientras tanto, la notaron rara. Cuando empezó a boquear, notaron que nadie le había tomado signos vitales ni se había acercado a hacerle alguna pregunta, así que le pidieron a un doctor que la revisara. Él mencionó que le avisaría a sus familiares y, antes de que nadie se diera cuenta, ella murió. Cuando lo contaron, se me puso la piel de gallina. Sentí una presión en el pecho y vi el miedo de los médicos y del personal de enfermería. Me sentí muy triste y me dieron ganas de llorar, algo que no puedes hacer porque estás en el área de trabajo y no eres la única persona con ese sentimiento. Yo sé que es muy fácil echarle la culpa a ese doctor, pero nadie sabe lo que se siente cargar con una muerte. Me sentía enojada con él, aunque no tenía ningún conocimiento de lo que sucedía en Urgencias, no estaba en el área de batalla, no sabía ni cuántos pacientes había. En ese momento no pensé en nada más, sólo tenía miedo.

Alexia Celic Loyola Rayo. Doctora egresada de la FES Iztacala de la UNAM

Aun con la ciudad vacía

Aun con la ciudad vacía
los días parecen
llenos de ruido y desconcierto.
Siento cómo algo se aproxima.
Es entonces cuando el miedo
no es una palabra sin sentido.
Al salir verifico la careta,
el deseo de protección.

Mi realidad pasa desapercibida.
Cumplo mi función como una
autómata.

La muerte preparó su entrada
a través del viento.
Perdimos el rostro
y nuestros cuerpos se pintaron
azules.
Ya no se usa
despedirse.
Soy como esos cuerpos
sin ataúd.
Las pesadillas me visitan
y dejan su desorden.

Hoy me encontré en los
vestidores
con los ojos mojando el
cubrebocas.
Hoy me encontré
y, llorando,
no pude llevarme las manos a la
cara.

María Teresa Atilano Mendoza. Trabajadora social

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