En el siglo XX la moda en todos los ámbitos la dictaba Francia.

Refinamiento inglés
Ángeles González Gamio
Hoy continuamos con la reseña que prometimos de los establecimientos de tradición que conserva la joven calle 5 de Mayo, en el Centro Histórico. Hasta la primera década del siglo XX la moda en todos los ámbitos la dictaba Francia: arquitectura, vestuario, decoración y comida. Baste recordar que el menú del ostentoso banquete que Porfirio Díaz ofreció –se cuenta que a 10 mil personas de todo el mundo– en Palacio Nacional para festejar el centenario de la Independencia, estaba escrito en francés y los platillos y bebidas eran de esa gastronomía.

Después de la Revolución eso cambió y prevaleció la influencia norteamericana en la tecnología, mientras en la moda para caballero era lo inglés, aunque las damas continuaron por un buen tiempo fieles a los dictados parisinos.

Un comerciante poblano que importaba telas de Inglaterra, con buen ojo, decidió abrir en 1936, en la flamante avenida 5 de Mayo, 19, la tienda Artículos Ingleses, para vender casimires, camisas a la medida, sombreros y zapatos. No podía faltar algo muy importante para el señor elegante: accesorios como mancuernillas, pañuelos, corbatas, boinas, bastones, cepillos para ropa, pipas, guantes y artículos para tener un aspecto personal impecable: brochas y máquinas de afeitar, peines refinados y perfumería.

Actualmente la dirige el nieto Álvaro Escalante Martínez de Velasco, impecable y fino, tiene la imagen de un caballero británico, aunque es producto nacional. Ha tenido el acierto de conservar el establecimiento como lo creó el abuelo, con el mismo mobiliario de madera, espejos, cuadros, una alfombra roja y las antiguas cajoneras.

El ambiente y la mercancía lo trasladan a épocas pasadas, cuando los hombres de todas las edades usaban traje, corbata y sombrero de manera cotidiana. Los más pudientes se mandaban a hacer los trajes con un sastre, después de deliberar un buen rato sobre qué casimir seleccionar; los mejores se consideraban los ingleses.

Un dato curioso es que el mismo año que se fundó la tienda el rey de Inglaterra Eduardo VIII abdicó tras sólo 325 días en el trono para casarse con su gran amor, la estadunidense Wallis Simpson, quien llevaba dos divorcios. Le sucedió su hermano Alberto, quien tomó el nombre de Jorge VI y él quedó como duque de Windsor.

Célebre por su elegancia en el vestir, puso de moda un diseño de casimir que su abuelo utilizaba cuando iba de caza a Escocia. Hasta la fecha se usa y se conoce como príncipe de Gales.

Hay objetos que me intriga saber quién los usa en la actualidad, como los zapatos de dos colores. Los portaban los señores que jugaban golf y los buenos danzoneros en los salones de baile. Todavía se ven algunos en el salón Los Ángeles, que por fortuna sigue vivo, aunque con grandes esfuerzos, gracias al amor de Miguel Nieto. Curiosamente nació en 1937, un año después de los Artículos Ingleses.

De vuelta a la tienda, hay que decir que también es un museo de la cultura del gentlemen británico, modelo universal del refinamiento y la elegancia y de la época en que aquí se copiaba ese estilo. Para complementar el ambiente hay un retrato del rey Jorge VI, y memorabilia inglesa, entre otras, figurillas de la soberana, obesos señores burgueses y esos personajes famosos de la Guardia de la Reina.

Volvamos al México real con una comida abundante, sabrosa y económica en el café La Blanca, que fundó en 1915 como lechería el empresario español Higinio Gutiérrez, quien traía la que producía en su rancho en Texcoco, llamado La Blanca.

Al paso del tiempo agregó la oferta de comida, hasta que en 1943 lo adquirió Marciano Díez y Díez, quien amplió el lugar y el menú (hoy ofrece más de 100 platillos).

Situado en el número 40 de la icónica 5 de Mayo, igual que en el establecimiento anterior, el tiempo parece haberse detenido a mediados de la pasada centuria: el mobiliario, la barra con sus bancos altos, los uniformes blancos de hombres y mujeres con muchos años de experiencia, quienes brindan un servicio eficaz y amable. Puede desayunar, comer y merendar entre una variada concurrencia que incluye empleados de oficinas y comercios de los alrededores, turistas de mochila y compradores que buscan los buenos precios de todo lo que se vende en el Centro Histórico, que de verdad es todo. Lo que no hay en el Centro es que no existe.

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