¡Mira que te mira, mira que tira cornadas!

¡Mira que te mira, mira que tira cornadas!
José Cueli
Don Francisco Coello, el famoso historiador, menciona en un artículo publicado en Internet, Octavio Paz y su cercanía distante con los toros: “Octavio Paz viviendo en un barrio tan inmediato a la plaza de toros México, acudió a ella con cierta frecuencia.
Paz también nos revela alguna fascinación, sobre todo con aquel encanto que produjo el encuentro habido con Rafael Alberti y del que su mejor apunte es un texto maravilloso – Saludo a Rafael Alberti–. Octavio Paz escribió algunas cosas donde la tauromaquia se convierte en un elemento literario que ahora pretendo abordar, como resultado de una interesante columna que José Cueli ha publicado hoy, viernes 12 de julio de 2015 en las páginas de La Jornada, y desde cuyo texto evocando de ¿Águila o sol? a Libertad bajo palabra, también procura analizar alguna democracia en ciernes tras los efectos de las más recientes elecciones habidas en nuestro país. Además, y como sicoanalista, el maestro Cueli ha construido un escenario muy particular, mismo que queda tan claramente definido en lo siguiente: ‘¡Mira que te mira, mira que tira cornadas! el miura…’ Y es que los Miuras, toros de oscura leyenda, cerraron la última versión de la feria de San Isidro en Madrid, España”.

A lo que agregaría, que, salvo los Miuras, los Vitorinos y algún otro encaste, los toros envisten y el torero espera quieto la embestida del animal. El toreo se moderniza y actualmente el toro se queda quieto y el torero embiste al toro parado dando vueltas a su alrededor. Con lo cual se reduce el peligro y la emoción, pese a persistir el peligro. Y es que el toreo está suspendido en el aire y no habrá poder que lo desaparezca. Más allá o más acá de intereses creados. El toreo es eternidad y no es concreto. Es fugacidad del instante. No tiene principio ni final.

Tan es así, que tomo el Tancredo de Octavio Paz y me cito de la pluma de don Francisco Coello, el historiador taurino: “Don Tancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso. Lo ataco, mas cuando estoy a punto de derribarlo siempre hay alguien que llega al quite. Embisto de nuevo, bajo la rechifla de mis labios inmensos, que ocupan todos los tendidos. Ah, nunca acabo de matar al toro, nunca acabo de ser arrastrado por esas mulas tristes, que dan vueltas y vueltas al ruedo, bajo el ala fría de ese silbido que decapita la tarde como una navaja inexorable. Me incorporo. Me estiro, mis pies salen de mi cuarto, mi cabeza horada mis paredes. Me extiendo por lo inmenso como las raíces de un árbol sagrado, como la música, como el mar. La noche se llena de patas, dientes, garras, ventosas. ¿Cómo defender este cuerpo demasiado grande? ¿Qué harán, a kilómetros de distancia, los dedos de mis pies, los de mis manos, mis orejas? Me encojo lentamente. Cruje la cama, cruje mi esqueleto, rechinan los goznes del mundo”.

Esta es una respuesta –una más– a los que identifican la fiesta de los toros con el casticismo, localista, cerril, la ideología derechista o la incultura. ¡Mira que te mira, mira que tira cornadas! el Miura…

Canta Octavio Paz al toreo. Vida y muerte: “Estoy muerto. / Estoy vivo. / No estoy vivo. / Nunca me he movido de este / lecho. / Jamás podré levantarme. / Soy una capa donde embisto, / capas ilusorias que tienden/ toreros enlutados. Don Tancredo se yergue en el / centro, relámpago de yeso. / Lo ataco, mas cuando estoy a / punto de derribarlo / hay alguien que llega al / quite. / Embisto de nuevo, bajo la / rechifla de mis labios / inmensos, que ocupan todos / los tendidos”.

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