Breve y puntual semblanza de una bailarina, Loïe Fuller (1862-1928)

La danza y el duende: Loïe fuller, ‘La mujer serpentina’

Guadalupe Calzada Gutiérrez

 

Así pues, el duende es un poder y no un obrar; es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo guitarrista: ‘El duende no está en la garganta: el duende sube por dentro desde la planta de los pies.’ Es decir, no es cuestión de facultad sino de verdadero estilo vivo: es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto”: estas palabras fueron pronunciadas por Federico García Lorca en una conferencia en la que definía el significado del “duende”. Decía que el duende puede existir en cualquier parte y en cualquier país; en cualquier arte, pero se da más en la música y la danza. Lorca dibujaba al duende como desgarro, oscuridad, lucha, negro o dolor.

Pero ¿qué quiere decir o qué es el “duende”? Según el Diccionario de la Lengua Española, duende quiere decir “dueño de la casa”; significa “espíritu fantástico, con figura de viejo o de niño en las narraciones tradicionales, que habita en algunas casas y causa en ellas trastorno y estruendo”.

Marie Louise Fuller (1862-1928) es una de esas mujeres que nació con el “duende”; supo combinar sangre y ciencia, vapores de agua que giraban alrededor de su cuerpo, un cuerpo ataviado de seda y luces porque, como ella misma afirmaba, “no soy nadie sin mi vestido”. Mejor conocida como Loïe Fuller o la mujer serpentina, fue una de las primeras bailarinas de la danza moderna. Ella abrió el camino a grandes artistas como Isadora Duncan, Martha Graham y Michel Foleine. De familia con escasos recursos económicos, trabajó desde pequeña en espectáculos de burlesque y de vodevil, en Estados Unidos, país donde nació. Ella amaba la danza, que inició en su país natal, pero el público catalogó su espectáculo como una función de feria. No obstante, esto la motivó a trasladarse al París de la Belle Époque, logrando presentarse en el Folies Bergère. Su estilo peculiar y la espectacularidad de su interpretación le dieron gran fama y reconocimiento. A partir de entonces le llamaron “la mujer serpentina”. Aunque Fuller no tenía una técnica para bailar, pues saltaba, giraba, se balanceaba y se deslizaba, lo que no era común en la danza clásica, su peculiaridad consistía en la danza espontánea. Utilizaba haces de luz, espejos y cientos de metros de tela de seda blanca cosida en ambos extremos, donde colocaba cañas de bambú. Iniciaba su danza moviendo los brazos como en un aleteo, como en un juego y teoría del duende. Era amiga de los vientos, y los vientos mantenían en el aire su cuerpo para que el vestido de seda cayera a ambos lados como espirales de agua y sangre. Fue una de las primeras bailarinas que basó sus coreografías sobre todo en los brazos, mientras sus piernas pasaban a un lugar secundario, lo contrario del ballet clásico. Fuller no era una mujer que cumpliera con los estándares de belleza: su cuerpo era bajo y fornido. Era bastante tímida y a menudo reía con una risa nerviosa; sin embargo, en el escenario su figura crecía y sus movimientos hipnotizaban al público; producía trastorno y estruendo. Sus admiradores la llamaban “La Loïe”. Entre ellos se encontraban Auguste Rodin, Toulouse-Lautrec, los hermanos Lumière, quienes filmaron varias de sus danzas, Marie y Pierre Curie, Camille Flammarion, Stéphane Mallarmé, quien se refirió a ella como “la utopía simbolista”. También sirvió de inspiración para muchos artistas plásticos como Theodore Louis-Auguste Riviere y Toulouse-Lautrec, quien intentó captar el movimiento de la mujer serpentina en varios dibujos. La reina María de Rumania fue amiga íntima de Loïe y hasta el zar de Rusia y el káiser de Alemania admiraron su trabajo. Fuller fue actriz, coreógrafa, iluminadora, creadora de efectos visuales, comisaria de arte, cineasta, productora y bailarina. Creó escuelas donde inició a jóvenes bailarinas, por ejemplo a Isadora Duncan; algunos aseguran que la amistad se rompió porque Fuller se enamoró de la joven Isadora.

Thomas Alva Edison y Marie y Pierre Curie fueron grandes amigos de Fuller; con ellos consultaba sobre nuevos métodos para tintes fosforescentes para ropa con Radio. Claro que no siempre funcionaban, pues una vez quemó su cabello cuando el experimento que estaba probando estalló.

En 1913 Fuller escribió una memoria que tituló Quince años de vida de bailarina, en la que contribuyó con una introducción el escritor y crítico Anatole France. Después de la primera guerra mundial bailaba con poca frecuencia, pero enviaba compañías de danza a todas partes de Europa. Su última aparición en escena fue en 1927 en Londres, y bailó su Shadow Ballet. A pesar de que fue una mujer muy reconocida en su juventud, Loïe Fuller murió olvidada, aunque aún se recuerde su legado, que consiste en 130 danzas que ella creó, entre las que se encuentran la Danza de la serpienteDanza del fuegoEn el fondo del mar y el Ballet de la luz.

 

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