Nací a mitad del siglo XX, y crecí creyendo que el presidente de México era mi tío.

Yo también soy López
Hermann Bellinghausen
Nací a mitad del siglo XX, y crecí creyendo que el presidente de México era mi tío. Para eso éramos López. De los mismos López, quiero decir. Es curioso. Adolfo López Mateos no era López en realidad, en cambio yo sí. En sentido estricto nunca fue mi tío. La historia comienza 99 años antes que la mía en Tlaltenango, Zacatecas, con la llegada al mundo de mi bisabuelo Fernando, hijo de Mariano López y Francisca Sánchez Román. Cito al historiador médico Jorge Meyrán García:

Nació el 5 de noviembre de 1854 en Tlaltenango de Sánchez Román, Zacatecas. El segundo nombre de la población, también el apellido de su madre, le fue otorgado en 1861 en honor de los hermanos Sánchez Román: Joaquín, Ramón, Jesús y José María, quienes formaban parte de una patriota familia que luchó contra el Segundo Imperio. El (futuro) doctor López hizo estudios primarios y secundarios en la ciudad de Zacatecas. Ingresó en 1873 a la Escuela de Medicina de la Ciudad de México y un año después al Hospital Militar de Instrucción, para seguir al mismo tiempo la carrera de médico militar. Se graduó el 20 de enero de 1879 con una tesis sobre electricidad cutánea, y obtuvo el grado de mayor médico del Ejército y profesor del Hospital Militar en octubre de 1880. Discípulo predilecto de Francisco Montes de Oca, cirujano de gran prestigio y autor de varias técnicas quirúrgicas, fue repetidor y jefe de trabajos prácticos en la clase de medicina operatoria en la Escuela de Medicina en 1881 y durante varios años enseñó cirugía de urgencia en el Hospital Militar.

Después se fue al Instituto Pasteur en París, donde le tocó ser roomie del ingeniero Miguel Ángel de Quevedo, también bisabuelo de sus futuros bisnietos, hijos de mi tía Carmela Zinser López de Aguilar y Quevedo. Por las pocas fotos que conozco, siempre me pareció medio indio. Su tierra natal era, y es hasta hoy, asiento del pueblo originario de los caxcanes. Moreno, de corta estatura y ojos achinados, podría pasar por filipino. Su éxito profesional lo puso en circulación en la sociedad porfiriana y casó estupendamente con la hija del general Manuel González Cosío, quien además de héroe de las guerras de Reforma y la invasión francesa, fue gobernador de Zacatecas y ministro de Gobernación, Obras Públicas y Defensa Nacional a lo largo del gobierno de don Porfirio. Del general y su posterior francofilia puedo decir que pisó París dos veces, una como prisionero de guerra de Luis Bonaparte, en 1864, y otra como exiliado al ser derrotado por las fuerzas revolucionarias, en 1911.

Oculista y cirujano general, pionero de la vacunación pública, el bisabuelo Fernando es recordado como primer director del Hospital General de la Ciudad de México, entre el 5 de febrero de 1905 y agosto de 1911. Todo siempre con un aire de familia: en 1895, su suegro, el general Manuel González de Cosío, ministro de Gobernación; el doctor Eduardo Liceaga, y el ingeniero Roberto Gayol fueron comisionados por el presidente Díaz para presentar el proyecto. Acordaron que debería construirse en las afueras de la ciudad, a fin de evitar la contaminación que significaba tener hospitales en zonas habitadas.

Después de deliberaciones y consideraciones, que incluían una propuesta del doctor Manuel Pasalagua en su tesis para una plaza de profesor de higiene y meteorología que decía: La situación de un hospital en una ciudad debe ser en un punto lateral a la dirección de los vientos predominantes para que no reciba las miasmas y productos morbosos que salgan del hospital, se decidieron por un terreno en la llamada colonia Hidalgo, que garantizaba la distancia del centro de la ciudad y tenía la ventaja de estar cerca de los ferrocarriles de San Ángel y Del Valle (Rafael Álvarez Cordero: La inauguración del Hospital GeneralRevista de la Facultad de Medicina de la UNAM, 2010).

Otra hazaña cupular del bisabuelo, y más de la bisabuela, es la fundación de la Cruz Roja Mexicana. A propuesta del gobierno español, don Porfirio le encarga un estudio para considerar el asunto, y él propone establecer una Sociedad Nacional de la Cruz Roja tomando de ejemplo la participación de la francesa en varios acontecimientos importantes en ese país. No le hacen mucho caso, pero la bisabuela Luz se empeña y maniobra. En 1907, México es admitido por la Cruz Roja en Ginebra y el general Díaz da su beneplácito. La creación definitiva de la Cruz Roja se acelera en agosto de 1909 al inundar la ciudad de Monterrey una impresionante tromba que desborda el río Santa Catarina.

Esta historia, que continuará (incluyendo el chisme de los López Mateos), fue suscitada por la denuncia, en días pasados, de que la comunidad indígena de Cicacalco, en Tlaltenango de Sánchez Román, sufre hace casi tres años la contaminación de un basurero al aire libre que daña la salud y contamina el arroyo Los Tecongos, que desemboca en el río Tlaltenango (http://www.remamx.org/2022/03/comunicado-rema-semarnat-y-profepa-la-simulacion-frente-a-la-contaminacion/).

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