Alonso Ruizpalacios – Güeros, de 2014, y Museo, de 2018–

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Como es fácil colegir del título, lo que Una película… cuenta es la historia de una pareja de uniformados, en este caso adscritos al cuerpo de policía de Ciudad de México: Teresa y Montoya, que es como prefieren ser llamados, pertenecieron a ese cuerpo de seguridad alrededor de diecisiete años, concluidos en 2019. En la parte de falso documental, ella es interpretada por Mónica del Carmen –Año bisiestoNuevo orden y muchos otros filmes– y él por Raúl Briones –Paraíso perdido Asfixia, entre otras, con papeles menores–, con una particularidad que ha sido manejada por la compañía productora (No Ficción) y la distribuidora (Netflix) y percibida por muchos espectadores como una de las cualidades más notables del filme, a saber, que Del Carmen y Briones efectivamente tomaron cursos de preparación policial, en más de una institución, con el propósito explícito de conocer, de primera mano, los pormenores y particularidades de dicha formación. En otras palabras, Una película de policías incluye como parte de su diegesis un proceso cinematográfico bastante común: que los protagonistas de un filme se empapen, de la mejor manera posible, en las aguas del personaje que se les asignó. La única novedad, por lo tanto, es hablar de dicho proceso y mostrarlo.

El testimonio actuado

De cualquier modo, y como se muestra en la película, para los parlamentos de sus personajes Del Carmen y Briones se basan de manera literal en lo que Teresa y Montoya contaron previamente a cámara. Éstos fueron registrados en calidad testimonial, así como con el propósito de servirse de ese testimonio para elaborar el guión, mientras aquéllos son grabados posteriormente mientras memorizan las palabras textuales de estos últimos. En algún momento, parte de dichos parlamentos son escuchados una segunda vez, ahora en boca de sus emisores reales. De igual manera, las acciones ejecutadas por los actores profesionales corresponden a lo vivido por los verdaderos policías de manera fiel, en virtud de que el relato procede de éstos. El realismo gana mucho, por supuesto, y en este sentido no es menor el aporte brindado por la calidad histriónica de Del Carmen y Briones, a quienes un espectador poco o nada familiarizado con sus trabajos anteriores no consideraría actores sino personas reales.

Por su parte, las decisiones formales de Ruizpalacios son determinantes en ese mismo sentido: la preponderante perspectiva subjetiva, el cuadro distorsionado mediante un uso hábil de los lentes de la cámara y la variación de texturas visuales, cumplen el cometido de darle al filme un aire diríase artesanal o poco pulcro, si bien de tanto en tanto el efecto es abandonado –y, dada la intención del falso documental, casi se diría que traicionado– por una tentación esteticista mal contenida que “embonita” algunos pasajes. Más traidor, al respecto, es el uso de imágenes supuestamente obtenidas con teléfonos celulares: la explicación dada en el propio filme es que sólo así podían conseguirse tomas intramuros en las academias de policía, pero lo que se ve en formato celular fue grabado en otros sitios, y lo que en efecto sucedió dentro de dichas academias fue grabado con cámaras. (Continuará.)

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