Allí vienen los Parachicos
La Costumbre
El 14 de enero, a tiempo como los hijos de este pueblo que viven lejos, para no llegar tarde a la primer cumplida. Es barrio de San Jacinto. Hay marimba, olor a pólvora, a nanches y jocotes curtidos.
En el templo, azucenas, gladiolos, nubes, cipreses, dalias, cartuchos, crisantemos, claveles, nardos, margaritas, también enramas con papayas, sandías, guineos, piñas, manzanas, guías de jocote, de limones, racimos de coco y pan de rosca.
El Patrón San Jacinto, -repetido tres veces- apenas se nota entre el estoraque y la cera, lo mismo que los cristos, todos con trapiche de flor de mayo. Es la víspera del Señor de Esquipulas y el inicio de
Las campanas y truenan los cohetes. Aquí se gastan por gruesas. Una procesión con estandarte, cera, flor e imagen, entra a la felicitación, hecho repetido toda esa tarde y al día siguiente.
El 17 de enero – día de San Antonabal – en el parque grande se colocan el meserìo y las comideras juchitecas – las de falda de mariposa -, los chocomileros, los cerveceros, los comerciantes de plástico y peltre, los juegos mecánicos.
Los Parachicos aparecen por todos lados, en todas partes y en todas las calles, por todo el pueblo. Van por las banderas a San Gregorio, el templo de la loma, para bajarlas a la iglesia grande, entre danza, música, patrón y priostes. Es el momento de llevar a San Antonio Abad –en dos versiones- a las ermitas del Consagrado y de San Antonabal. Allí también hay fiesta.
¡Allí vienen los Parachicos¡ Es el grito del muchachiterío alborotado. Todos, al ritmo de dos pasos adelante y uno de medio lado, con la mano izquierda en alto.
Aparecen cientos de estos personajes de la época colonial, ataviados con montera de ixtle, máscara de madera, que imita el cabello rubio y las facciones típicas del español. Sonaja de hojalata, chalina de raso y zarape de Saltillo atravesado, después del rezo del nambujù, delante del Patrón, se ven las máscaras ceñudas, al ritmo de guitarra, tambor y flauta. Gritan: ¡ Parachico me pedís, Parachico té daré ¡
Los vuelos y contados de raso amarillo, conque se visten las chiapanecas, para la fiesta, tapizan las calles. Jícara de maque en mano, las mujeres están prestas a bañar de confeti a los participantes. Son Los Cinco Días perdidos, de antes, recuerdo claro de la cuenta de los años, la forma antigua, pre hispánica, este es el día del Señor Sebastián.
Tras las máscaras de raíz de álamo, jobo o guanacaste, se oyen vivas interminables: ¡ viva El Señor del Pozo, San Antonabal, patroncito de nosotros, el Señor de Tila, los que ya no pueden, el Señor San Sebastián, el Santitonegro, el Señor San Jacinto ¡
La fatiga cuece. Los cohetes truenan desde temprano, la banda toca desde
Para el 20 de enero, el día principal de la fiesta, allá donde vive José Sánchez, el que vende tamal de Bola, mayordomo de este año, el que hace El Gasto, junto al templo viejo –ruinas del siglo XV1, gótico en barro – se adorna la imagen de Sebastián herido. Bajará a misa, es su fiesta, la más alegre. Viene ataviado de sarape, jícaras, listones, bandas multicolores.
Esta mañana es el rompimiento de la fiesta, todo es importante, llevar banderas, ser marimbero, o pertenecer a la banda de música.
Al ritmo de
Del templo Grande – dominico, basilical, doble arcada, orgullo local, junto un convento dórico, construidos templo y convento por Fray Pedro Barrientos allá por 1554 -, Ha salido El Señor Sebastián en tres versiones. Las dos primeras fueron llevadas a sus ermitas y la grande, muy alegre, entre banderas de terciopelo de colores, precedida de cientos de Parachicos – Ancianos, maduros, jóvenes y niños – seguida de las bandas de música, entre cohetes y vallas, se dirige hacia la casa del Prioste, a
Las pozoleras, que esta vez elaboran triple ración, es demasiada gente, llenan las jícaras de hojalata con agua masa y cacao, la bebida de los dioses, es el pozol.
La gente baila y torea a labacachimba de cartón.
Llega el 21 de enero, día del combate naval en el río grande. El pueblo olvida las incursiones militares de Luis Marín y Diego de Mazariegos, la definitiva cuando designa autoridades y tributos en ese pueblo de indios, la muerte por ahorcamiento en 1528 o que en 1545 Bartolomé De Las casas llega a la cabeza de los dominicos y que el poblado tiene la orientación, el trazo, el perfil, que los españoles les dejaron, su ciudad antigua ha sido destruida y ahora a las afueras del pueblo solo se admiran sus ruinas.
En este pueblo de indios con vocación de guerra, Nicolás y Cenobio Espinosa, Mauro Flores, Tomás y Paulino Nanguyasmù, Margarito Alfaro, Abraham y Jesús Barrientos, todos del barrio de San Antón, son los continuadores del arte de la guerra naval, representada con fuegos artificiales. Son los coheteros.
Como dijera Gutierre Tibón: “Los artistas de las luces terrestres y celestes, han inventado nuevos juegos para recordarnos que esta fiesta conmemora la batalla naval. Contra los españoles invasores.
– Y Tu Chiapa de los indios ¿Te acuerdas de tus luchas, de los indomables chiapanecas de Soctón, en 1527?. Es una batalla donde la fantasía parece verdad.
Llega el 22 de enero, día de los carros alegóricos y de los estrenos. Las más de las mujeres, en rosa mexicano, azul y verde, gargantilla de oro o de ámbar, aretes de canasta y zapatillas.
La feria esta llena de Achimeros y merolicos, ya no hay circo y toda la gente de los barrios de San Miguel, Santo Tomás, San Jacinto y San Antón, están en el parque.
¡Mirálo, como va la reina ¡Dicen los petatudos al llegar el carro de María Angulo, rodeado de Parachicos, Abrecaminos, estandartes y de la feria entera. La parachicada va por delante. Son decenas, cientos, miles.
Todo es alegría y bullicio. El programa habla de carreras pedestres y en bicicleta, concurso de Chuntaes, bailes populares, octagonal de fútbol, cuadrangular de básquetbol, palenque de gallos.
Es el 23 de enero, la misa de despedida, salen todas las bancas de la iglesia grande, la gente hace valla. Sebastián herido, las banderas y la parachicada irrumpen, entran atropelladamente y por cientos, llegan hasta el altar.
Resaltan los zarapes de Saltillo y la música no se calla, solo las sonajas. De repente bailan en silencio, se arrodillan después calladamente y enseguida vuelve el ruido de las hojalatas y los vivas interminables.
Al museo de la laca, seguirán llegando los Santeros, a ofrecer el trabajo de sus manos de artista, sus máscaras, lo mismo que las laqueadoras y fonderas.
Por tanto los Jicalpestles, Pumpos, Cruces, Cofres, Baúles, Chamulas y Zinacantecos, apellidos como Nandayapa y Tipacamù, los modos de hablar, los curanderos, seguirán dando sentido e identidad a la tierra del tío Bernabé que vendía manjar Blanco, de la mujer del tío Froilán, especialista en tamal de bola, de tía Ramona, la del mejor chocolate de dulce y pinol.
Chiapa, la de los indios chiapanecas, la antigua Soctón, el pueblo Mangue, con su Río Grande,