Casas Viejas en 1904

El sobre nombre que llevó esta ciudad, de San José Casas Viejas, fue debido a los terribles efectos destructores de la guerra de Independencia sobre un pueblo de españoles, como lo fue esta ciudad, que unidos a los de San Miguel El Grande y Querétaro, se opusieron a ella,  no teniendo la protección militar, como la tuvo Querétaro,  última ciudad en caer en manos de los insurgentes, al frente de ellos estuvo Agustín de Iturbide.

  Por lo que la población de San José fue arrasada, quedando en escombros, refugiándose los españoles habitantes de ésta, en Querétaro, pero regresando a reconstruir su ciudad, una vez terminado el conflicto en 1821.

 

 

Esta tarea reconstructiva o propiamente, otra refundación, estuvo a manos de José M. Casarín y José Antonio Garfias.

  

Esta población esta comprendida dentro del Plan de Galomo, compuesto por montañas interesantes, además por el mineral de Charcas, compartiendo el cerro del Pinal con Querétaro y es el más alto del estado.

  

Al pie de las montañas del Pinalillo, entre el monte del Llano de la Hacienda de la Alameda, encontramos nuestra ciudad que antiguamente fue una población de chichimecas y anteriormente de Pames, formando con ellos parte de la gran civilización Mesoamericana cuyo orgullo debe permanecer en sus habitantes en forma inmemorial y cuyos vestigios aún se conocen.

  

Dentro de la evolución de este pueblo Pame y posteriormente chichimeca, se encuentra una fundación de españoles y Otomíes, quienes le dieron como nombre “ De Los Llanos ”, otorgándole el arzobispo de México, Rubio y Salinas, como patrón a Señor San José y declarado fundado, como pueblo de españoles, el 5 de febrero de 1754, época en que la Sierra Gorda fue sometida por las tropas invasoras al mando de José de Escandón, Conde de la Sierra Gorda y desde entonces y hasta la creación del obispado de Querétaro en 1864, fue parte integrante del obispado de la ciudad de México.

  

Durante la época de la guerra chichimeca en la segunda mitad del siglo XVI y con la creación de la misión  de San Luis de La Paz por el Jesuita Tapia, venido del Colegio de Pátzcuaro, este lugar fue evangelizado por los padres de la Compañía de Jesús, hasta su expulsión y posteriormente fue Doctrina franciscana, hasta su secularización, ordenada por el Arzobispo Lorenzana.

  

Este curato y población fue tenido por muy pobre, pero su desarrollo post mesoamericano comienza con la parada obligada de transeúntes y mercancías, entre el camino  Querétaro – San Luis de La Paz, debido a las ricas minas de El Palmar de San Pedro de Los Pozos, propiedad de La Compañía de Jesús, por lo que las barras de plata y oro, comestibles, maquinaria y toda clase de útiles, pasaron por esta población.

  

Este intenso tráfico de los minerales a Querétaro y de servicios de Querétaro a Pozos, le dio movimiento económico a la región de Los Llanos, por lo que para 1810 ya era notable su progreso.

  

El maíz, el fríjol y el trigo son sus  cosechas importantes, sirviendo, tanto de consumo diario, como materia prima de exportación.

  

La agricultura de la región competía con las de Acámbaro y de San Luis de La Paz, debido al aprovechamiento de las tierras de riego, a su situación geográfica donde se encuentra,  un valle dentro de cordilleras altas haciendo tierras livianas debido a la altura.

  

Su minería es incipiente debido a la proximidad del Mineral de Pozos y la poca explotación del Mineral de Charcas, del Jovero, de Tambula y Margara.

  

Para 1904 existían en la ciudad cuatro molinos de harina, una fábrica de almidón dos de aguardiente, tres de mezcal, muchos expendios de pulque, seis tenerías, diez carpinterías, tres herrerías, tres hojalaterías, tres sastrerías, una talabartería, ocho zapaterías,  un billar y doce talleres de telares para rebozo.

  

Era poca la maquinaria que se tenía para las haciendas que movían los molinos y para el campo.

  

Se reformó el templo primitivo, por el cura Domingo Rodríguez, quien estuvo dispuesto a levantar sobre el primero, como es notable, otro verdaderamente suntuoso, comisionando los religiosos Pablo M. Aguilar y Cipriano Rodríguez, al arquitecto Rafael Arcute, para la realización del diseño que iniciara en 1874, poco antes de llegar a esta población el gran maestro, el Padre Nicolás Campa, quien encontrara la obra ya en ejecución.

  

Se dieron durante la edificación de esta magna obra, dificultades de tipo técnico, viéndose el Padre Nicolás Campa en la necesidad de llamar al arquitecto Ramón Rodríguez Arangoitia, para que continuara la construcción, que ejecutó y terminó, ya sin tropiezo alguno en 1896, seis años después de la muerte del ilustre Don Nicolás Campa y bajo los auspicios del Padre Miguel M. De La Vega, quien dedicó el suntuoso templo.

  

Para los principios del siglo XX existían en la ciudad ocho alacenas, una botica, ocho carnicerías, dos expendios de maíz, uno de harina, una mercería, cinco posadas, tres panaderías, cuatro tiendas de abarrotes, ochenta y tres tendejones, formándose así la zona comercial de San José, ahora de Iturbide.

  

El Cura Nicolás Campa fundó un colegio de estudios primarios y superiores para cuyo sostenimiento obtuvo del estado una subvención que se retiró a la muerte de este ilustre hombre, cura de San José. El templo de Loreto fue mandado levantar por Vicente Pérez en 1864, mejorándolo después el Padre Arredondo.

  

Es importante hacer mención de Juan José Gómez y Anastasio Mendieta, como autoridades que mucho hicieron por la reedificación de San José Casas Vejas después de la guerra de Independencia y a partir de 1821, lo mismo a José Luis Morelos, autor de la Casa Municipal.

 

  

Del mismo modo debe recordarse a José M. Fernández de Jáuregui como el iniciador de calles y banquetas, de la Plaza Principal, de la pintura de la población, la numeración de las casas y el catastro. El alumbrado público fue obra del General Miguel M. Echegaray, quien mientras estuvo al frente de las tropas que hicieron campaña en La Sierra Gorda, sus soldados realizaron obras en beneficio de la población y su embellecimiento.

  

 El Gobernador Manuel Doblado, por su parte, para premiar la adhesión de los Vecinos de San José Casas Viejas a la causa progresista y de la paz del estado, expidió el decreto del 9 de octubre de 1859, donde declara a la población con el título de Villa.

  

San José Casas Viejas, para principios de siglo era una población chica, pero bien alineada y de edificios cómodos, un pueblo de fama de mujeres hermosas, con estudios y una gran educación que se notaba en cualquier reunión, sin prestar ostentación ni amaneramiento.

  En el jardín de la Plaza se daban frecuentes serenatas y existió un teatro, que la población joven levantó dentro de la jefatura política y existió en el templo un chapitel, capilla abierta, donde se celebraba la misa al aire libre los domingos para los concurrentes “a la plaza” y junto a él corría el manantial llamado “El Caracol”.