Ixcuinapam – San Miguel El Grande

Los Lavaderos              Itzquinapan  

Otontecutli, – dios de los antepasados, dios tribal, dios de la guerra, dios creador, recibidor de solo sacrificios de fuego, reinante de estos contornos, Señor de los muertos -, esta por caer.

  

El enemigo esta en los dinteles de esta llanura de cazadores, son los Huachichiles, son los Chichimecas, es el lugar donde los cuesillos se levantan por todas partes, lugares consagrados para que la vida y la muerte sean  propicios.

  

La cuenta de los días en Occidente señala  el 29 de septiembre de 1542; cuando un ministro de los nuevos dioses, en nombre del cristianismo  y el Rey, proclama suyas estas tierras, su nombre es Fray Juan de San Miguel, quién improvisa un templo al nuevo dios, con troncos y traza “el pueblo”, nueva forma impositiva de congregarse en policía para los habitantes inmemoriales de esta región, mientras los soldados invasores los someten al bautismo, – iniciación al nuevo rito -, desde entonces todo habitante de estos contornos es sometido, de esta manera nace San Miguel,  San Miguel El Viejo.

  

Ueueteotl, Padre Viejo y Amatecutli, Madre Vieja, los dioses tribales, empiezan a ser escondidos por los habitantes originales de este lugar, los guardan con celo, los protegen contra los nuevos dioses y sus ministros, también hacen lo mismo con las representaciones de la Luna y el Sol, sus símbolos culturales, comienzan a distribuirse “los ídolos” por todos lados, disfraz amable para el sometimiento “voluntario”.

  

Los chichimecas de estos contornos se revelaron por más de cuarenta años a este proceso de exterminio, mientras el invasor fundaba pueblos, congregando a los incongregables. Los misioneros seguían empalmando dioses, mientras los soldados hacían guerra.

  

El indio Valerio De La Cruz, recibió un encargo: “Yo os mando que os arméis de punta en blanco para distinguiros de los demás indios, que os encargo, de arco y flechas, amigo de la Fe Católica y de su majestad y como tal, con vara de Capitán de guerra,  seréis General en los pueblos de San Miguel El Grande, San Felipe, Río Verde, Nueva Galicia, Celaya, Valle de Huichapan y demás pueblos de sus alindes de donde vengan los bárbaros, a quienes acometeréis como enemigos de la Tierra

  

Dice el visitador Francisco de Ajofrin: Refiriéndose a San Miguel El Grande: “Por la banda del norte a media legua de distancia, sobre una eminencia, una fabrica antigua de los indios gentiles, que hoy se llama cuesillos y dicen era un famoso templo o adoratorio; a mí me pareció después de haber examinado su circunferencia, fabrica y modo de construcción, que seria fortaleza o fortines, pues se registraban aun en día varios fortines y como baluartes alrededor del edificio, principalmente que parece una Plaza de Armas”.

  

“En San Miguel El Grande y sus alrededores se nota la existencia de un culto teocrático preponderante y formal dedicado a las más arcaicas y adoradas deidades del México antiguo en esta región… se manifiesta por la gran cantidad de braseros ceremoniales hallados juntamente con artefactos actualizadores de sus mitos.”

  

La importancia de los hallazgos arqueológicos de la zona de San Miguel El Grande, se comprende mejor recordando lo dicho por Hermann Beyer.

  

 “Los creadores de la mitología de los códices, debieron ser miembros de un pueblo que pertenecía a la familia lingüística de los nahuas, de la que se sabía los Aztecas formaban parte…”.

  “Quizás en los mitos de Tula y su glorioso pasado tengamos tradiciones históricas mixtas con mitos cósmicos y físicos, y puede ser que los Toltecas, los habitantes de Tula, hayan sido realmente los fundadores de la cultura americana”.

 

 

 

Estos textos muestran la importancia extraordinaria del San Miguel, pre-hispánico, como cultura proto-Tolteca.

  San Miguel el Viejo, primer lugar donde se intenta fundar a San Miguel, no tenia suficiente agua para la fundación que allí se pretendía, por el sucesor de fray Juan de San Miguel, uno de los doce franciscanos, que llegaron a la conquista espiritual de lo que llamarían la Nueva España.

 

 

 

Bernardo de Cossin, trasladó el pueblo a Izquinapan, que significa en español, lugar de agua encontrado por perros, junto a donde conocemos por la Santa Cruz del Chorro, allí se recomenzó la fundación de San Miguel.

  

Trazó el plano de la población, fijó los lugares para el templo, el convento, el hospital y el colegio. Los habitantes originales del lugar,  -Huachichiles, Gumaraes, Capuces, Pames, Cazcanes, Guajabanas, Sauzas y otros – no dejaron de ser hostiles a la fundación y a la congregación que de ellos querían hacer los misioneros y soldados españoles.

  

Por esta causa el Virrey, Luis de Velazco, fundó guarniciones, los llamados “presidios”, con soldados indígenas aliados, y españoles, asegurando de esta manera la zona.

  

Lo hizo en San Miguel por 1554, después en Atotonilco, siguió en Puerto del Nieto y Petaca, ya para entonces se contaba en San Miguel con una Misión franciscana, un Hospital y un Colegio para indios sumisos.

  

“Yo Don Luis de Velasco, Virrey y Gobernador por su Majestad en esta Nueva España hago saber: Por cuanto al servicio de Nuestro Señor y su Majestad conviene que para que cesen las muertes, robos y otros sucesos que ha habido y al presente hay, en los llanos de San Miguel, camino de los Zacatecas, se funde una Villa de Españoles…»

  “ La señalareis y tracéis por la orden que más convenga, de manera que viva en toda  policía y en buena traza y en dicho convenga, proveerse… ha de ser fuera de las casas de los indios Tarascos, Chichimecas y Otomíes, que en dicho pueblo viven y de las sementeras que ellos tienen, de manera que los unos y los otros tengan sus tierras distintas y apartadas…”.

 

 

 

Domingo Pérez por los chichimecas y Juan de San Miguel por los Otomíes fueron nombrados gobernadores de indios.

  

El territorio de Izquinapan, tierra intervenida, primero fue un pueblo de indios, sometido, luego presidio o fortín, que guardaba el camino de la plata y después en 1556, Villa de Españoles, con regidores y alcaldes. En este proceso se va desvaneciendo la cultura mesoamericana.

  

“La gente de guerra”, como llamaban los españoles a los chichimecas, habitaban pacíficamente desde tiempo inmemorial, el ahora sitio llamado   La región conocida por San Miguel de Allende actualmente, abarcaba hasta Zacatecas, tenían sus habitantes naturales, organización social,  clanes, en territorios bien delimitados, unidad de pueblos y organización política, antes de la intervención europea

  Las mujeres hacían naguas y huipiles, de acuerdo a la narración de un visitante de San Miguel a finales del siglo XVl:  “Todas ellas labraban lo dicho, de hilo de maguey, lo hilaban y tejían de muchas labores… de muchas y diferentes maneras de ropa y vendíanlo barato…”. Usaban la nagua de ixtli hasta el tobillo y el huipil hasta a la rodilla”. 

El agua miel, saliendo del maguey, era de uso común entre los llamados indios, antes de la llegada de los españoles, lo mismo que el nopal, con  sus tunas y pencas, lo mismo la jícama, el camote, el tejocote, el aguacate, el zapote, la guayaba, la nona, la papaya, la piña, traídas algunas de inmediaciones de tierra caliente. El licor salía del maguey, el capullin, la tuna,  y la caña. La carne del venado, el conejo, de las aves y los peces de las lagunas.

  

El arco y la flecha, el horno subterráneo, la caza por ojeo, la pintura facial de rayas y los dioses tribales, como Mixcoatl, eran rasgos característicos de la cultura de estos pueblos de la región de Izquinapan, ahora San Miguel El Grande.

  

Un otomí comerciante de Nopala, de origen tlaxcalteca llamado Conín, pobló San Miguel, con otomíes aliados, ayudó a poblar poco después de la fundación realizada, como ya se dijo anteriormente, por Fray Juan de San Miguel.

  

Conín anduvo “mucho años vestido de pieles de animales, pasando muchos trabajos de hambres y otras necesidades, que padeció por el mucho tiempo y después conquistó y atrajo los dichos chichimecas al servicio de su majestad” (1530-1542), lo acompañaron indios tlaxcaltecas”. Después se españolizó, vistió de ropas a la usanza ibérica y se llamo Don Fernando de Tapia, Casique de Querétaro, Acámbaro, San Miguel, etc.

  

Este pueblo de indios fue creciendo poco a poco, hasta convertirse en Villa pero ya de españoles según mandato del Virrey de Nueva España. Angel de Villafañe fue su primera autoridad española, la población alcanzaba hasta tres leguas hacia los cuatro puntos cardenales. Perteneció a la Alcaldía Mayor de Jilotepec, llamándose San Miguel de los Chichimecas, y después cuando se fundó el pueblo de españoles, San Miguel El Grande abarcando las jurisdicciones de San Felipe y Dolores.

  

“Esta situada esta Villa a la falda de una loma… goza de temperamento muy sano, aires benignos y dulcísimas aguas, en particular las de la fuente que llaman el Chorrillo, que esta en un barrio frondosísimo y de especial diversión”.

  

Franciscanos, Felipenses, Juaninos, Monjas Concepcionistas y Beatas Dominicanas, le dan identidad a la nueva población, a partir del siglo XVII, que comienza su esplendor. Conventos, Templos, Palacios, Casonas, Plazas, Fuentes, Capillas de indios y barrios, la conforman.

  

Nace la Ciudad criolla y mestiza, en una plaza compuesta por el templo, la Santa Escuela, el Hospital y el Cementerio.

  

El Cristo de la Conquista- pasta caña, traído de Tzintzuntzan-, recuerdo de más de cuatrocientos cincuenta años de resistencia indígena a la invasión por un lado y San Miguel Arcángel- policromado-, expresan lo español por otro y la visión religiosa mesoamericana por el otro. Así se transforma la cosmogonía  de Izquinapan o San Miguel El Grande.

  

Los nueve cielos sobrepuestos, mito mesoamericano muy arraigado, pasó ser secreto entre los indios, lo mismo que el culto al dios del Viento- Quetzalcoatl-, el hombre-dios,  los ciclos contados de cincuenta y dos en cincuenta y dos por los calendarios mesoamericanos, cambiaron; lo mismo la ceremonia del fuego, encendido por sus sacerdotes en sus altepetl desapareció, todo rasgo cultural pasó al mundo del  silencio, del secreto.

  

“Hay una Parroquia con un clérigo, que tiene sus vicarios para la administración espiritual, que es tan numerosa, que me aseguro el mismo cura, que pasaban de más de sesenta mil almas. La parroquia es magnifica…”.

 

“Guarda pinturas de los queretanos Arce y Perrusquía, lo mismo de Cabrera y  Rodríguez Juárez; fue barroca gracias al Arquitecto Marcos Antonio Sobrarías en el siglo XVII, ahora es “gótica”. Tiene una bóveda debajo, – criptas- muy bien acabadas, dice el viajero Francisco de Ajofrín.

 

En San Miguel Grande, “… se cría también mucha fruta, en particular,  toronjas, limones, naranjas, chayotes, granaditas de la china, etc. … hay muchas y cuantiosas haciendas y crías de ganado y en los barrios de la Villa grandes obrajes y fabricas de exquisitos paños… hay muchas curtidurías donde se labra todo genero de pieles… se fabrican armas filares y de fuego… las mujeres bordan con aguja colchas y cobertores para las camas y tapetes o alfombras para el suelo, con gran primor y arte…”

 

“Los templos elevados por la piedad Sanmiguelense, son la Parroquia, San Francisco, El Oratorio, La Concepción, San Juan de Dios, Santo Domingo, Santa Ana, San Antonio y las capillas de indios”.

 

Forman una ciudadela religiosa –conjunto arquitectónico admirable-, San Felipe Neri, con la Capilla de la Virgen de Loreto, El Convento Felipense, Nuestra Señora de la salud y el Colegio de San Francisco de Sales.

 

Otra plaza -contraste de estilo, formada por La Tercera Orden, El Convento y el templo de San Francisco. Armonioso por otro lado el conjunto del Hospital y el templo de San Juan de Dios, mientras brilla y resalta el templo y el convento de monjas concepcionistas, entre los beaterios dominicos llamados de Santo Domingo y Santa Ana.

 

Naturalmente estos templos se revistieron de los pinceles religiosos de Juan y Nicolás Rodríguez Juárez, Antonio de Torres, Miguel Cabrera, José de Alcibar, Javier de Peralta, Vallejo, Andrés Barragán, Morales entre muchos otros.

 

Las fiestas a los nuevos dioses fueron celebradas por los indios, entretejiendo sus costumbres con las occidentales y ocultando entre ellas a sus dioses antiguos, resistiendo eficazmente la conquista. -danza y música- aparentan celebrar a la Covadonga, Loreto, Guadalupe y San Miguel, mientras su corazón y fiesta es por otras causas.

 

La danza y las ofrendas de los habitantes inmemoriales de la región, permanecen hasta nuestros días. El santo Suchitl -los suchiles-, arreglos florales de doce metros de alto preceden a los diferentes grupos de danza, parten de su San Juan de Dios -morada indígena- a la Parroquia, llegando, voltean, vista y corazón, hacia los cuatro puntos cardinales y entran al templo ataviados con  penacho, maxtle y huesesillos de fraile, al son del teponaxtle.

 

Las flores, los frutos, dulces, panes, tortillas son las ofrendas, recuerdo de los mayores y alma de los cuatro vientos – así es la fiesta- “como antes”, y regresan a su capilla para comer las ofrendas y beber el licor de tuna, como antes. Es el rito, es el sincretismo, es la sobrevivencia de una propuesta cultural a la humanidad, aún no debidamente valorada por occidente.

 

Pasada la sobriedad de la conquista en el siglo XVI, surge el ostentoso siglo XVII y XVIII. Irrumpe desaforado en San Miguel el Grande, el exuberante barroco, muestra de esplendor, llegan los apellidos ennoblecidos: De La Canal, De Landeta, De Lanzargorta, De Sauto, De Loja, Condes y Vizcondes.

 

Los diosecillos del agua -Los Tlaloques- que desde el chorrillo dan origen a Izquinapan, no dejan de proveer a San Miguel. es el agua corrediza que:

 

 “Dio lugar a la formación de huertas, bajaba por las calles de Chorro y Barranca, de ahí el nombre de la calle de Huertas, y más adelante baja por un lado hasta llegar a las calles de Santa Ana, irrigando a su lado las huertas que  se conocieron como las Higueras; en el centro, el agua pasa por las calles del Hospicio, Correos y San Francisco y corrían por un lado de las calles de Maestranza hasta llegar a la calle del Codo y por otro lado hasta la Plaza Mayor, a la calle de la Santísima Trinidad y a la calle Real, hasta San Juan de Dios y llegar al arrollo de los Canchinches” (Barajas).

 

A su paso rebosan las fuentes,  recuerdo de la Quebrada y Canal, La del Camino Real, la de San Antonio, la de las Animas y las muchas de los patios de las casonas.

  

Gobernaba la villa un alcalde mayor y dos alcaldes ordinarios, con su ayuntamiento de regidores y demás empleos necesarios…”.