La batalla de la Media Luna
Los Jonaces
de Querétaro
Apenas queda rastro y vestigio de un pueblo, que presumiblemente pudo haberse reunido ceremonialmente en
Los Jonaces, llamamos a este pueblo, residente en lo que ahora son los municipios de Cadereyta, Tolimán, Peñamiller, San Joaquín y algunos lugares que ahora conocemos como partes de los estados de Guanajuato e Hidalgo.
Los Jonaces eran los dueños de estas tierras ubicadas al filo de las fronteras de los reinos Mexica y Purépecha, vestidos con un maxtle de piel de venado y como arma y herramienta, un arco y una flecha.
De ese pueblo, habitante inmemorial de las inmediaciones de la sierra Gorda, eran las tierras y sus entrañas, hacía ya mil años que se trabajaban las minas en las profundidades de las entrañas de la tierra, buscando el cinabrio.
Sobre estos agrestes terrenos descansaban tranquilos, en equilibrio, la zábila, el nopal, la biznaga y el garambullo, lo mismo que el mezquite, el huizache, el ahuehuete, el álamo y el sáuz, cruzaban las praderas, ahora queretanas, el cacomixtle, el mapache, la comadreja, el coyote y el tigrillo.
Las alturas de esta sierra, van desde los
En este medio ambiente, tenían su refugio Los Jonaces, los lugares habitados por ellos, los conocemos ahora con los nombres impuestos por los españoles, eran llamados:
Los pueblos vecinos, los Ximpences y los Pames, llamaron siempre a los Jonaces los “come caballo”, por rebeldes e indómitos, pero debido a esta natural rebeldía, recayó básicamente en esa etnia chichimeca, la defensa de
Ellos, los Jonaces, fueron los que atacaron, quemaron y saquearon los asentamientos mestizos y españoles al pie de la sierra, lo mismo que los presidios, su táctica fue la guerrilla, nos dice Jaime Nieto.
Con la llegada de los españoles a Cerro Gordo, cerro que mira de frente a las minas de Zimapán, comenzó una guerra que duraría 200 años, para terminar en el terrible etnocidio de los Jonaces.
Este pueblo nómada reaccionó ante la invasión de sus tierras, logrando mantener su autodeterminación como pueblo y nación, casi hasta el final del régimen colonial, en un espacio geográfico muy reducido y cercano a la capital del virreinato, según nos cuenta Claudio Cop.
Cuando la sierra Gorda fue invadida por los europeos, lo importante fue sobrevivir. Entonces, para sus antiguos pobladores, se volvió añoranza el recordar a los antiguos visitantes de la región, se cree que fueron los totonacos y los huastecos, iniciadores de aquel avanzado sistema de cultivo por terrazas, que fácilmente aun se identifica, del próspero comercio con la costa y el altiplano, su compleja organización social, manifestada en el ritual del “juego de pelota”.
El invasor recurrió a las tres grandes órdenes de frailes venidos con ellos, los agustinos, los franciscanos y los dominicos, para reducir y pacificar a los Jonaces, pero solo obtuvieron fracasos.
Los españoles recurrieron al sistema de “presidios”, usado ya contra los bárbaros del norte, para conseguir la asfixia de los Jonaces, pero los jefes de “banda”, se multiplicaron para evitarla, así nacieron como jefes de estos grupos: Cabeza Blanca, El Manco, El Copón, famosísimo, El desnarigado, cada uno con más de cuarenta hombres consigo.
“Los Jonaces no eran tan fieros como los pintan, lo que sucedió fue que los invasores los obligaron a vivir en las montañas abruptas, sin vegetación alguna, sin valle donde poder cosechar algo para comer, por lo que se veían obligados a descender de las montañas donde se habían refugiado y entrar en las haciendas y poblados, para robar y aún para matar… su conducta daba pie a los capitanes y soldados que se hallaban en los presidios y guarniciones de frontera, para que formaran represalias sangrientas, por lo cual la animadversión entre los Jonaces y los invasores se recrudecía día con día”.
Durante esa larga temporada de resistencia, van apareciendo los frailes, mientras el invasor les ofrece a los Jonaces la reducción a cambio de las misiones o de una guerra de exterminio.
“La desgracia de estas misiones es que están situadas en el Camino Real y al descubierto de tantas vecindades, sujetas a tantos pareceres y por lo cual el vecino por su libertad, el rico por su comodidad, el alcalde mayor por su autoridad, la doctrina por su jurisdicción y todos, en general por su conveniencia, tratarán de justificar, el crucificar la verdad, reduciéndose a que quiten las misiones y que se mate a los indios, sin molestarse en averiguar la verdadera causa de la alteración o rebeldía de estos”.
En 1687 aparecen los dominicos, encabezados por el veracruzano Fray Felipe Galindo, fraile con un alto sentido de la época y con la trayectoria de haber sido superior de los principales conventos de su orden, en
A este hombre y debido al gran debilitamiento, hambre y muertes, los Jonaces le permitieron algunos logros, floreciendo por esta causa la misión de
Entre “los logros” del fraile Felipe Galindo, estuvo la autorización real para que los indios tuvieran sus propias autoridades y tierras, además de no pagar tributos y no ser sujetos de repartimiento.
Los españoles avecindados en la región no permitieron la cristianización de los indios, en la forma en que los frailes la realizaban, mientras los capitanes y soldados cometían fechorías contra los ellos y estorbaban la labor de los misioneros, dando como resultado una iracunda alteración de los Jonaces que nuevamente se remontaron a la sierra, su refugio inexpugnable.
“Reconocen abiertamente – en la capital del virreinato- que ni las autoridades, ni los vecinos son capaces de controlar a los indios, pues cuando se pretendió combatirlos se meten en cuevas y cavernas que tienen en una extensión de más de treinta leguas…”. Dicen.
En 1703 nombran al licenciado Francisco Zaraza, visitador de las misiones, Felipe V, sube al trono español, mientras que en
Otro destacado misionero dominico, Luis de Guzmán, intentó lo que sería la última carta para evitar el etnocidio de los Jonaces, tratando de reducirlos en las llamadas misiones. El fue nombrado Capitán General y Armado Caballero por el virrey, a fin de pacificar a los chichimecas.
Los Jonaces volvieron a aceptar la reducción ofrecida, floreciendo por esta causa la misión de Soriano. Nueve años después murió fray Luis de Guzmán, que pareciera haber logrado la tan deseada “pacificación”. Los Jonaces, a la muerte del fraile y por temor, nuevamente volvieron a sus refugios en
Se culpa nuevamente a los militares y hacendados del fracaso en la lucha por la “pacificación” de