El Culto Indígena en el mes de febrero
Otontecutli, preside en Tlachco. Desde hace más de dos mil años, la vida de este valle de Querétaro, donde los de Chupícuaro, después los teotihuacanos y luego los toltecas, dejaron su civilización, en el centro ceremonial, conocido como El Cerrito, la gran pirámide, donde abundaron las estelas, las cornisas, las esculturas, la obsidiana, las conchas marinas, los atlantes y los chacmooles.
Huehueteotl y Amatecutli, Dios Padre y Madre, han cuidado de este lugar permanentemente y los hombres a cambio levantaron un alteptl, con sus propias manos, para de allí alcanzar los nueve cielos y tener un altar donde ofrecer los frutos de la tierra y de la guerra.
Los dioses encargaron a Cihuacóatl, la madre, que permaneciera en silencio junto a su pueblo, mientras ellos se reunían a discutir la forma de resistir al nuevo dios venido de lejos, el monte levantado por los hombres del lugar, se llenó de follaje, tratando de pasar inadvertido.
En el sitio donde se encuentra la gran pirámide o el llamado Cerro Pelón, El Cerrito, existe un pueblo que antes de la invasión española se le nombraba Tlachco, luego se le llama, San Francisco Galileo y finalmente El Pueblito.
Antes de la llegada del invasor europeo, durante la era post-clásica mesoamericana, ya recaía sobre sus habitantes, residentes inmemoriales del lugar la responsabilidad de permanecer como pueblo y como cultura.
Después de la invasión y hasta la fecha sigue siendo importante para sus habitantes originales, preservar las tradiciones, como son las fiestas de febrero, con los homenajes a
La cultura de Chupícuaro, por el año
Han tenido estas culturas, como común denominador, la veneración por la figura femenina, cuya deidad ha jugado un papel predominante en los pueblos mesoamericanos.
La pirámide allí levantada, cercana a la zona arqueológica de
“Ignórase la fecha de su fundación en tiempos de la gentilidad, solo consta que esta población ya existía cuando Querétaro fue conquistado en 1531, por los caciques, Don Fernando De Tapia y Don Nicolás De San Luís de Montañés y que era un pueblo tributario del imperio Azteca”. Dicen.
“A la parte norte y muy cerca de la población se yergue una pirámide monumental construida a mano por los idólatras aborígenes, a donde acudían a ofrecer sacrificios y a consultar sus oráculos”.
Lo anterior lo dijo el canónigo Cesáreo Munguía, sobre El Pueblito y sus habitantes, añadiendo: “Son estos indígenas, profundamente religiosos”. Su decir apoya lo que los antropólogos han encontrado sobre el comportamiento de los habitantes del lugar y los arqueólogos han descubierto vestigios monumentales de la zona.
La pirámide monumental que allí se encuentra, muestra la importancia del territorio, y el asiento de dominio que sobre una extensa zona de la región se daba, debido a su fértil valle y a la sustentada actividad económica y social.
Esta pirámide tuvo, cuatro etapas constructivas, la época de Chupícuaro, la teotihuacana, la tolteca y la chichimeca y dos épocas de esplendor, una de ascendencia teotihuacana, por los siglos V, Vl, y Vll de la era cristiana y otra tolteca, por los siglos lX y X de la misma era.
Este pueblo que durante la época prehispánica se le conoció como Tlachco, durante la colonia su nombre fue el de San Francisco Galileo y desde 1830 se le conoce como El Pueblito.
Aquí se da un fenómeno especial con el culto o la religiosidad, desde niño se aprende a conservar «la costumbre» rendir culto muy devocionalmente a
Para esta población, el culto es de importancia decisiva, alguien dijo “por Ti principalmente es por quien Querétaro vale algo en presencia de los demás pueblos”.
La cumbre y celebración de este rito es en el mes de febrero, coincidiendo esta fecha con el mes del calendario mesoamericano anthaxmé, en el que se celebran son las fiestas del tascame y de Xocotl Uetzi, tratando de acercarse a la pascua católica, como fue la costumbre durante «la conquista espiritual».
“Los indígenas de San Francisco Galileo, permanecían fieles a sus creencias tradicionales, aún los que habían sido bautizados y asistían al catecismo, al santo sacrificio de la misa y otras prácticas cristianas. Subían a la pirámide, llamada el gran Cue a adorar a sus dioses. Esta mezcla de costumbres religiosas se hallaba fuertemente arraigada en la población…”
“Los otomíes tenían tres sacerdotes, los cuales en algunos bosques espesos y desviados del pueblo, se juntaban de noche con sus discípulos y secuaces en tres jacales de paja o helechos, para celebrar las fiestas de los meses. Para estos días aderezaban las chozas, con juncia, ramos verdes, flores, ramilletes y esteras pintadas, en medio ponían una mesilla que se cubría con paños de algodón, un bracero con brazas, dos vasos en que echaban su bebida, además incienso y el papel, hecho de esteras muy pintadas…”. Dice Esteban García.
Fray Sebastián Gallegos, realizó en los albores del siglo XVll una imagen de
Cuentan los que saben: “Había llegado ya en aquel año casi a lo sumo el desconsuelo de su cura, el venerable padre fray Nicolás Zamora por no encontrar el remedio eficaz a tan grave daño, cuando entró por la puerta el reverendo y virtuoso padre fray Sebastián Gallegos, hijo de la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán y especialmente diestro en el arte de la escultura, con una imagen formada de su mano, de
Fray Hermenegildo Vilaplana nos cuenta: “Que por los años de 1632 aún se hallaba aquel partido del Pueblito en tan infeliz estado, que permanecían inflexibles a sus idolatrías, manantial lastimoso de supersticiones y muladar abominable de ídolos. Frecuentísimas eran allí las congregaciones de los indios, en un cerrito fabricado a mano, que aún hoy en día se conserva, a consultar sus oráculos y a tributar incienso al demonio, conservando por este medio el tirano imperio del príncipe de las tinieblas y estorbando la dilatación del reino de Jesucristo…”.
“Veía con tristeza que El Pueblito de San Francisco Galileo, tenía más de idólatra que de cristiano y con todo y su apostólico celo no había logrado mayor fruto en esos indómitos otomíes, pues sí es verdad que tenían una capilla levantada por los religiosos, en honor a su santo patriarca San Francisco de Asís, pero tenían también, de tiempo atrás, un montecillo con una cueva, único templo de los otomíes, centro de sus cultos idolátricos…”. Nos narra Jesús García.
“… Convergían al gran cue, por una calzada que los comunicaba con otros centros de población…”.
“A este Santuario regional, la pirámide, acudían señores y caciques a legitimar su poder.
Los Otomíes y Tarascos llegaron los primeros con Conín y los segundos con el conquistador Hernán Pérez de Bocanegra.
El Fraile Capuchino Francisco de Ajofrín en su visita a esta ciudad en 1764 señala la veneración que los naturales tiene a un ídolo en El Cerrito. Dibuja a pluma y tinta esta pirámide.
Hacia 1777 por órdenes del entonces cura de Querétaro, esta pirámide sufre una excavación, de la que da testimonio el fraile franciscano Fray Agustín Morfi, señalando una serie de piezas escultóricas muy hermosas que fueron enviadas al arzobispado de México y el acompañante del fraile Morfi, el ingeniero Carlos Duparquet, dibuja la pirámide y algunas de las esculturas encontradas.
La pirámide tiene cuatro reconstrucciones y hasta la fecha se han descubierto, un altar llamados de los cráneos, una plaza llamada de Las esculturas, otra plaza llamada de
Para el año de 1632 el cura doctrinero de Querétaro, Fray Nicolás Zamora, colocó en las proximidades del gran cue, la imagen de
Con la construcción de una ermita en las cercanías del centro ceremonial prehispánico, Cerro Pelón y el asentamiento de población alrededor de ella, se da comienzo el culto a
El 18 de febrero de 1686, se funda la cofradía de indios, con la autorización del entonces Arzobispo de México, Francisco de Aguíar y Seijas.
Esta organización social creada e ideada por los invasores españoles, les sirve a los indios para mantener cohesión y control sobre su cultura y permanencia.
La imagen de
En el año de 1714 fue trasladada a una ermita, levantada ex profeso en el panteón, donde duró 22 años expuesta a la veneración del pueblo, lugar escogido probablemente debido al gran culto mesoamericano a los antepasados y de gran ascendiente en la población natural, mientras se construía un templo, en el lugar donde se iniciara la veneración a
En el año de 1736, se inaugura el templo dedicado a
“Los padres franciscanos aprovecharon esta oportunidad para tomar por completo control en el culto que se tributaba a la santísima señora, ya que los naturales tenían una gran injerencia en él, al considerar la imagen como algo propio”.
“Para esto los frailes ofrecieron una réplica que fue aceptada con cierta resistencia, aunque posteriormente le tomaron un gran cariño”.
Estas citas de Esteban López, se unen a los muchos testimonios que sobre los dos cultos o cultos paralelos, se han venido dando desde que los frailes tomaron control sobre la imagen de
Los indios retomaron «su costumbre» y siguieron sus tradiciones teniendo como objeto de su devoción «la nueva imagen», donde ellos pudieran tener dominio, de tal suerte que permanece,
En la “Relación de Querétaro”, de Hernando de Vargas dice refiriéndose a los indios del Pueblito: “Otras de sus fiestas principales, era al inicio del año (mesoamericano), correspondiente al mes de febrero del calendario juliano.
Por último tenían una fiesta principal que se llamaba del Tascame o del Pan Blanco, era muy antigua y de gran solemnidad, todos ofrecían en esta fiesta a la madre de los dioses, el diezmo de los frutos que cosechaban…”.
Este duplicado de la imagen de
Es probable que en esta época se pueda considerar la formación de
“También por esta época (1732),
Las citas anteriores que corresponden a Esteban López, han sido confirmadas por los indios del lugar, lamentándose de que a partir de la coronación pontificia de
El pueblo otomí, tenía varias fiestas principales, las fiestas ordinarias, eran cada veinte días, de acuerdo al calendario mesoamericano. Otra de sus fiestas importantes era la correspondiente al mes de febrero del calendario juliano y la del Tascame o fiesta del pan blanco, muy antigua y de gran solemnidad, dedicada a
Las fiestas principales de los indios actuales del Pueblito, siguen siendo en el mes de febrero y tienen una gran solemnidad y trascendencia social.
Los habitantes de Tlachco o el Pueblito celebran la entrada de la primavera con toda la riqueza cultural de sus antepasados, es la fiesta de
En la actualidad,
Se inicia con
Se prepara una Paranda o mesa hexagonal, con figuras de azúcar y bulbos de orquídeas, simulando vasos de chocolate y rebanadas de fruta, melón, sandía, caña, que será entregada a la mayordomía entrante. Este es uno de los momentos importantes de la celebración.
En las fiestas de febrero existe una ceremonia llamada Tratoli, consistente en llamar a la puerta, tres veces, por parte del mayordomo saliente al mayordomo entrante, lo sahúma, mientras la banda de música toca y los cohetes son lanzados al cielo.
A la ceremonia de cambio de mayordomía se le conoce como
Para la preparación de la fiesta existe un día llamado “Paseo del buey”, donde dos bueyes adornados con verdura, zanahoria, coles, ajos, cebolla y tortillas de colores, son paseados por el pueblo y después sacrificados para alimento de los festejados.
Todas estas ceremonias narradas sucintamente, forman parte de otras muchas ceremonias ya españolizadas o adheridas en los últimos tiempos, para celebrar las milenarias fiestas de febrero o del Pan Blanco o de
Estas fiestas ahora son dedicadas a
Pueden considerarse a las fiestas de El Pueblito o Tlachco, como síntesis de las manifestaciones culturales de la región, desarrolladas por la población local o grupos naturales de América.