difuntos, el todosantos.
José Félix Zavala
El gran pueblo invencible de México y desde luego nuestro Querétaro, rinden culto a sus antepasados, compartiendo con ellos frutos de la cosecha y del trabajo.
Entre la espesa neblina de la montaña de los 20 picos o el nudo Mixteco, en las frías mañanas de finales de octubre y principios de noviembre, las mujeres caminan al mercado y adquirir lo necesario para la ofrenda.
Amarillos y frescos cempasúchiles, la roja e intensa mano de león, velas, veladoras de cera y cebo, aromático copal, naranjas, dulces manzanas y perfumadas guayabas, cigarros y tabaco de hoja.
Para esto ya debe estar desgranado el maíz, se debe estar preparando la masa para los tamales, se debió encargar el pan eligiendo las imágenes, y se lavaron los manteles para una mesa grande dispuesta en la habitación más importante de la casa.
Los músicos tratan a cada instrumento con respeto, se limpia y pule para ejecutarlo en la fiesta, con cada nota emitida se restauran los lazos del parentesco y se establecen las bases de la relación de los vivos con los muertos.
La ofrenda adorna con las flores, nubes, cempasúchil y cresta de gallo, las velas, el copal, el mole, el mezcal, el chocolate, las frutas, la calabaza, los garbanzos en dulce y los objetos que fueron del gusto de los difuntos.
El pan decorado con flores de azúcar en varios colores, con caritas de ángeles maquilladas con anilina, boquitas pintadas de rojo intenso y formas geométricas en las que expresan los panaderos.
Esta noche es de recogimiento, sólo el crepitar de los carbones donde se consume el copal rompe la paz.
Los mercados se visten con el amarillo y rojo del cempasúchil y la cresta de gallo.
Se entremezclan los olores de la fruta, del pan de muerto y el chocolate, del incienso y las flores.
El último día de octubre y los primeros de noviembre, se unen para recordar a los antepasados, que ya no están, a los que se adelantaron en el viaje.
La pasión de la muerte, dos son las grandes fechas que unen a todos los mexicanos, de norte a sur, ricos y pobres, el día de Guadalupe–Tonatizin y
Esta fecha es muy importante y mueve profundas estructuras culturales, que vienen desde los ancestrales tiempos de nuestros viejos abuelos.
Cada pueblo, dentro de todas las comunidades con que cuenta el país, realiza la fiesta de manera diferente. “Es increíble la diversidad y la creatividad producto de las múltiples culturas.
La creencia en una vida después de la muerte subyace como una sólida infraestructura cultural, que nos da aplomo y fortaleza a todos los pueblos de México contemporáneo
La ofrenda de muertos se levanta tradicionalmente el último día de octubre. En este proceso participa, toda la familia.
Los elementos de la ofrenda varían de una región a otra, e inclusive de un pueblo a otro. Sobre una mesa forrada con un mantel o papel de china se amarran cañas de azúcar o carrizos, a los que se les da la forma de arco.
Se coloca flor de cempasúchil, frutas, flores, mole, calabaza o tejocotes en dulce, un vaso con agua, una copa de mezcal, pan, cerveza, una religiosa y fotografías de los difuntos.
Es común que se coloque un camino con pétalos de flores, desde el lugar de la ofrenda hasta la puerta de la casa, para guiar y dar la bienvenida a los difuntos que por una vez al año se vuelven a hacerse presentes.
La fiesta de muertos o de nuestros antepasados es un mosaico de diversidad.
La forma de recordar a los difuntos va desde la solemnidad extrema hasta el desenfado total.
La celebración inicia con la tradicional “plaza de muertos”, es la vendimia que se realiza en los mercados para adquirir los productos para la ofrenda.
Fruta, flores, pan, mole, velas, veladoras, calaveritas, copal, mezcal, calabaza y manzanitas en dulce, chocolate y lo que gustaba en vida a los familiares hoy ausentes.
En algunas comunidades los lugareños acostumbran acompañar a sus difuntos en el panteón durante la noche.
La llamada Vela de Muertos se practica desde hace mucho tiempo en poblaciones de
La obligada visita al camposanto se realiza el uno y dos de noviembre. El primer día se recuerda a los “angelitos”, y el segundo a los adultos.
El primero de noviembre, se lleva a los compadres los llamados “muertos»: un obsequio con las viandas que integran la ofrenda de muertos.
Para cerrar
“Era un verdadero arte elaborar la comida para los difuntos que en estos días vuelven para disfrutarla”.
“Hacer mole es una tarea que se inicia días antes, tostando chile para luego molerlo, freírlo y refreírlo con todas sus especias, ingredientes y componentes.
Se matan pollo, gallinas o guajolotes, y se usa el caldo para ablandar el manjar y después hervirlo por bastante tiempo, de manera que todo se amalgame y salga un delicioso platillo, tan nuestro, y que bañando las piezas de carne de algunas aves se disfrute al máximo.
“Algunas personas acostumbraban l hornear su pan de yema o de muerto, o bien adquirirlo en los puestos del mercado.
En esas montañas impresionantes donde el delicioso aroma despierta el gusto por adquirirlo con sus cabezas, manos y pies moldeados con harina, para formar el cuerpo con su impresionante abdomen, que abultado por la levadura y el amasijo, se convierte en exquisito manjar para sopearlo en chocolate de agua o de leche, siempre a salud del difunto.
Chocolate que, por supuesto, era molido, moldeado y entablillado en casa.”
Agrega que otra delicia el blanco o de maíz morado, molido y hervido hasta dar un punto que, después de endulzado y aderezado con rajas de canela, era colocado en moldes para que cuajara y fuera cortado en trozos, como parte de la comida.
La calabaza en miel era otra delicia al paladar, cocida con panela, tapexco de cañas, anís, canela, pimienta de Choapan y hoja de breva, un postre digno de reyes.
“Los tejocotes o manzanitas también eran hechos en almíbar. Podían ser de azúcar con sabor a canela, o también con las cáscaras se hacía una jalea moldeada en diferentes formas, especialmente pescaditos.
“Había frutas como jícamas, naranjas, manzanas, tejocotes, cacahuates, nueces y nísperos, todas sobre la mesa del altar, cubierta con un mantel blanco y, en algunos casos, pedazos de papel de china picado, de diferentes colores y puesto sobre el mantel blanco.
“Con las cañas se hacía un arco y ahí también se colgaban racimos de fruta, cadenas de papel, flores de cempasúchil, de muerto o cresta de gallo.
“En el altar de los niños se colocaban pequeños panes, tabletitas de chocolate, un plato de mole y una tacita con chocolate. También frente al altar se colocaba el retrato del deudo, en cuyo honor se ponía la ofrenda.
“Un vaso con agua, mezcal, cigarros, veladoras o una lámpara de aceite de higuerilla con la flama ardiente y eventualmente rosarios hechos con tejocotes colgando de la mesa, y un crucifijo o la imagen de
“Los entierros se hacían con pequeños frailes de papel lustre, cabeza de garbanzo y cabellos de algodón. Lindas figuras de barro simbolizaban a la muerte. Se colocaban esqueletos, calaveras con cuello de alambre, en forma de espiral para que fueran movibles, así como músicos, fruteras, tortilleras, panaderas, en fin, todos los personajes que pasan por la vida”.
En el Panteón General o de San Miguel, la conmemoración se llevaba a cabo el uno y dos de noviembre; pero en barrios como el Marquesado o Xochimilco, que tienen su propio panteón, se realiza en otras fechas.
Los deudos arreglaban los sepulcros, llevaban flores y, en algunos casos, el retrato del difunto, lámparas de aceite y veladoras, comida y música.
También precisa que a los muertos olvidados se les llevaban flores y veladoras, con mayor razón a las tumbas de los niños o angelitos. “La vida presente en la muerte y la muerte presente en la vida”.