Un Corazón indócil; Amor y Extranjería…2/4

Van desde  la simple expresión de una vaga nostalgia, no sabe exactamente de qué, hasta la rotunda afirmación de que se encuentra «desterrado en el tiempo».

 

 

Otra característica que me interesa destacar aquí es la pasividad, casi podría decirse indolencia, que manifiesta el yo lírico en los poemas. Si bien es cierto que hay una búsqueda implícita en el mundo poético que crea, pareciera que no tiene los recursos para llevarla a cabo: más bien contempla, espera:

 

 

            Otra vez frente al mar,                 

            con mi frente abrasada              

            y mis ojos inmóviles,                  

            lejanos, buscando sus espaldas;                   

            con mi perfil de piedra                

            y mi sombra sonámbula.                       

 

 

            Otra vez frente al mar                  

            como aguardando, y sin esperar nada.                    

            En el alma dolido              

            por herida de ausencia;             

            esa herida tan honda                  

            sin sangre y sin lágrimas                      

 

 

             

 

 

Estos dos rasgos de su poesía, la cuestión de la identidad y la pasividad, están enlazados por un elemento que es característico de prácticamente toda su producción poética

 

 

 

La introspección y el impulso que lo lleva a salir de ella. Constantemente se pregunta, se dirige a sí mismo, pero es consciente de que la búsqueda que se plantea no tiene salida por ese camino y tiene que buscarla fuera de él: mientras se encierre en el círculo vicioso de hacerse preguntas cuyas respuestas no sabe y de comunicarse a sí mismo su angustia, no podrá salir de ésta.

 

 

Esto le lleva a crear interlocutores706, seres a los que pueda comunicar la sensación de aislamiento que lo embarga y que le permitan, al relacionarse con ellos, hacerle sentir que forma parte del mundo, que existe algún resto de armonía entre él y lo que le rodea.

 

 

Así, intenta buscar fuera de sí mismo a ese tú que le permita reconocerse. En los versos que se citan a continuación, son evidentes tanto la pasividad y el aislamiento del yo lírico, como la búsqueda que emprende fuera de sí mismo- en esta ocasión como súplica a la lluvia:

 

           

Llégate, lluvia, aquí,                     

            a este rincón murado donde vivo                   

            sin poderte tocar,             

            sólo viéndote, oyéndote, llamándote.                       

            Llégate a derruir estas paredes                       

            y esta techumbre estériles.                   

 

            Con tu savia menuda en mis entrañas,                     

            ¡qué plenitud de vida granarían!                      

            (…)                 

            Llégate a mí, descúbreme                     

            aquí adentro, encerrado            

            en esta clausurada morada solitaria,             

            y bátela con furia, sé diluvio                 

            para su despiadada resistencia.                     

            Destrúyela y fecúndame                        

 

 

        

 

 

Los interlocutores que crea (o que encuentra) en su búsqueda son muy peculiares: desde elementos de la naturaleza, como la lluvia, en el fragmento citado, o la noche, o la tarde, hasta seres que tienen que ver más con sus propias inquietudes: su soledad, su corazón, su angustia, incluso su muerte.

 

 

Esta necesidad de diálogo, de salir de sí, lo lleva incluso a utilizar el recurso del desdoblamiento y conversar con aquél que nunca fue:

 

 

 «Aquél que nunca fui, viene a llamarme

 al corazón y viene a entristecerme»

 

 

 Sin embargo, esta búsqueda se revela infructuosa al constatar que, realmente, no puede salir de sí mismo a través de estos interlocutores: son sólo expresión de su propia angustia, proyección de sus preocupaciones: son él mismo.

 

 

Paradójicamente, el toparse consigo mismo es lo que le impide reconocerse: no puede concebirse como parte del mundo, en armonía con él. Se muestra como un ser ensimismado y agobiado por el sentimiento de desarraigo, de no pertenencia.

 

 

 Si bien la angustia por el desarraigo y la soledad que experimenta se expresan crudamente en estos poemas, la búsqueda de sí mismo fracasa al no poder encontrar al otro.

 

 

El poema que concluye la primera sección de su libro se titula

 

 

 «Acta de extranjería».

 

 

 En los cuartetos de este soneto, aparte de mostrar su sentimiento de «extranjería» hacia todo lo que le rodea, Rius expresa su afán de encontrarse y reconocerse; afán que, finalmente, resulta infructuoso.

 

 

 Al no reconocer su origen tampoco puede reclamar la propiedad de lo que le rodea. Su dificultad radica precisamente en que, al no encontrar al otro, no puede encontrarse a sí mismo:

 

 

Acta de extranjería

 

            ¿De qué tierra será?, ¿dónde su mar?                     

            -dicen-, ¿cuál es su sol, su aire, su río?                    

            Mi origen se hizo pronto algo sombrío                     

            y cuando a él vuelvo no lo vuelvo a hallar.              

 

 

            Cada vez que me pongo a caminar                

            hacia mí pierdo el rumbo, me desvío.                        

            No hay aire, río, mar, tierra, sol mío.               

            Con lo que no soy yo voy siempre a dar.                 

 

 

 

 

 

Sin embargo, en los tercetos de este poema Rius plantea una posible alternativa a la problemática planteada en toda la primera sección de su libro.

 

 

A través del ser amado, gracias a ese tú, a ese otro al que difícilmente accede, aspira a salir de sí mismo para reencontrarse y reconocerse.

 

 

El amor logra, «acaso alguna vez», que el yo lírico salga de su ensimismamiento y pueda proyectarse fuera de sí para poder reencontrarse:

 

 

            Si acaso alguna vez logré mi encuentro                  

            -fue camino el amor-, me hallé contigo                     

            piel a piel, sombra a sombra, dentro a dentro,                    

 

 

           

El frágil y hondo espejo se rompió,                

            y ya de mí no queda más testigo                    

            que ese otro extraño que también soy yo.               

 

Esta entrada fue publicada en Mundo.