El poeta no tiene más remedio que hablar
No nos espera Dios al fin de la semana.
Duerme, no lo despiertan nuestros gritos.
Sólo el silencio lo despierta.
Cuando se calle todo y ya no canten
la sangre, los relojes, las estrellas,
Dios abrirá los ojos
y al reino de su nada volveremos.
La paradoja del poeta es que su errada herramienta, la palabra, es una condena a la que no puede renunciar para arribar a ese allá que rige a este aquí: “enamorado del silencio”, intuye Paz, “el poeta no tiene más remedio que hablar”.