PÓRTICOLa ajetreada tarea del periodista católico se ve recompensada con fechas como éstas, con testimonios de tantas lectoras y lectores, que nos dicen que trece años de amor a la Iglesia han sido provechosos para sus vidas…
Por Jaime Septién *
La ajetreada tarea del periodista católico —que lo es, y mucho—se ve recompensada largamente con fechas y celebraciones como éstas, con testimonios de tantas lectoras y lectores, de México y por Internet de muchas partes del mundo, que nos dicen que trece años de amor a la Iglesia han sido provechosos para sus vidas, para su fe, para avanzar en lo único que de verdad importa avanzar: en el encuentro con Jesucristo vivo y, a través de Él, en la solidaridad con todos.
Con medios pobres hemos ido consolidando un público cada día más enterado de la profundidad del misterio de la Iglesia; más fiel a la aventura de la vida que consiste en creer en Jesucristo muerto por nosotros y resucitado para la salvación de nuestra alma; un lector más armado para enfrentar, críticamente, los desastres de quienes pervierten el orden de la comunidad en nombre de la libertad y, eso creemos, deseoso de hacer valer un orden católico, no por buscar el poder sino para hacer entender, de una vez por todas, que la Iglesia y el catolicismo son bienes inestimables para la comunidad y que de ellos depende, en buena medida, el entendimiento y el progreso de los hombres.
Hemos enfrentado —y ganado, gracias a muchísimos sacerdotes, religiosos, religiosas y al pueblo fiel— la más feroz de las batallas que un periódico católico tiene que enfrentar: la batalla contra los costos. Ya hemos dicho, en múltiples ocasiones, pero no está de más repetirlo, que El Observador vive, sí, de la Providencia divina, pero, también, del profesionalismo de sus trabajadores, de quienes tienen el valor de anunciarse en sus páginas, de quienes lo vocean desde el púlpito, quienes lo distribuyen en templos, plazas, calles, pueblos y villas de nuestra variada geografía y, sobre todo, de quienes —domingo a domingo— ya a través de suscripciones, ya con la compra directa, nos llevan a sus hogares, nos hacen partícipes de su vida, nos dan el honor de ser compañeros en el viaje más emocionante que podamos emprender que es el de la fe cristiana. Nunca tendremos palabras para agradecerles tanta deferencia.
Pero, tampoco, podemos escatimarles la verdad. Estamos inmersos en el mismo proceso turbulento por el que pasa la economía mexicana. Nuestros márgenes de acción se han ido estrechando en la medida que hemos aumentado nuestra plantilla internacional y nacional de escritores, reporteros, editorialistas, corresponsales (llegan hoy a cuarenta plumas de primer nivel) y personal de operación en todos los ámbitos de un periódico moderno (quienes suman 30 profesionales). Tan sólo nuestra plantilla de escritores abarca los puntos neurálgicos del cristianismo iberoamericano y contamos con dos corresponsales en Roma, dedicadas a informar, de manera exclusiva, lo que sucede en la sede de Pedro con México y lo que dice el papa Benedicto XVI para el mundo.
Cuando todo nos empuja a aumentar el precio de venta al público, hemos decidido cerrarle la puerta al viejo —y terrible— método de cargarle la factura al consumidor final. No, no y no; nos resistimos a aplicar la misma «técnica» de quienes ven clientes y no personas. Por ello, con el corazón en la mano, les pedimos a todos los que creen en El Observador que, de nueva cuenta, nos ayuden a seguir adelante. ¿Cómo? Redoblando el paso en la promoción, distribución, difusión y lectura de este periódico hecho por laicos, con un profundo compromiso y amor a la Iglesia pero que vive de aquello que recoge cada semana de la venta, la publicidad y las suscripciones. No hay otro venero humano de sostenimiento.
Sabemos que detrás de esta empresa está la mano de Dios. Si no fuera así, si confiáramos en nuestras miserables fuerzas, apenas si habríamos llegado al número 5, hasta donde nuestra soberbia hubiese sido vencida por la humildad de Aquel que todo lo puede. Nos entregamos a Él, nos doblegamos a Él, nos confirmamos en Él. Con una gente tan maravillosa como la que hace comunidad en El Observador no tenemos miedo. Este periódico nació con la sombra misionera y profética de Juan Pablo II y se ha desplegado con el saludo, la bendición y la misión que el 11 de septiembre de 2005 le dio a un servidor el papa Benedicto XVI. Con tan grandísimas fuentes de luz —y con la guía serena, firme, cultísima y santa de nuestro obispo titular, don Mario de Gasperín y de todos los arzobispos y obispos que nos han acompañado y nos siguen empujando a cumplir el ideal del periodismo católico— sería innoble de nuestra parte reducir el esfuerzo. Gracias, mil gracias a cada uno de ustedes. Y que Dios nuestro Señor los bendiga.
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