Hoy 20 de julio llegaron los peregrinos queretanos al Tepeyac
El Padre Fader S.J. dice:
“Sí, puedo decirle que en esta peregrinación vienen indios de huarache, de esos que no saben leer, de los que no han comido en el camino, que hablan de María santísima como pudieran hacerlo el mejor de los predicadores. Es que hablan de lo que llevan dentro, de lo que su corazón esta lleno”.
“Por otra parte, son ellos los que han soportado las más grandes privaciones en el camino. Nosotros traemos nuestras comodidades. Ellos no. Sienten por
“Ahora como pueblo, ¡Que gente tan apta para la cultura, con ideas tan claras sobre las cosas! Lo que les hace falta son los medios para desenvolverse. Por eso son ignorantes: Pero que ignorantes tan cultos”
Lentamente la grandiosa columna va invadiendo
Perdón oh Dio mío
Así, arrebatante, debía ser el arribo de estos iluminados rostros sucios, el último caminar de estos firmes pies pringosos vencedores del camino en la arrogante hazaña de amor; Así, gloriosa, debía ser la llegada de estos miles de desarrapados triunfantes, de este fulgurante ejército de enamorados mugrosos. Es bueno que estalle en el ámbito toda la fuerza del triunfo: Ninguno de ellos tomará la gloria para sí, porque no le pertenece. Y, en cambio todos ellos mezclarán su fatiga, su dolor y sus sudores a estos aplausos, a estas flores y músicas. Que así se forma la maravillosa ofrenda de sacrificio de gozo, de privación y exhuberancia, de exaltación y vencimiento, que dentro de unos momentos será puesta a los pies virginales de la dulce Señora sonriente. A la cual pertenece todo este triunfo, todo este júbilo, todo este desbordamiento de amor y de fe; a Ella, que es la que vence publica, clamorosamente, en esta tarde dorada de junio en que los peregrinos de Querétaro le van rindiendo otra de sus intrépidas visitas humildes:
Y es el único orgullo que ellos sí sienten y proclaman, es el de haber venido incendiando a las gentes, contagiando a los pueblos de este amor impetuoso a Santa María…
A las seis de la tarde –tres cuartos de hora frente a su casa- se abren alfil las puertas
basilicales. Desde el atrio se mira, como un suave relámpago de luz, la sinfonía de colores en torno al fino rostro moreno, sobre el ayate. Resplandece la blancura del altar de mármol; Hay un ardor de luces en las altas bóvedas. Y, atronando las anchas naves sombrosas, brota de mil pechos un clamor incontenible, majestuoso, profundo; resonancia de océano desbordado.
Como en un corte de siega, los hombres se abaten sobre sus rodillas. El último avance de la peregrinación es este vaivén de cuerpos que marcha de hinojos sobre los tersos mosaicos del corredor de La basílica. El último himno son estos cantos indescriptibles y estos sollozos que revientan en el ámbito como húmedas oraciones. La última impresión es este fundirse de almas en un solo acto del más limpio y hondo amor…
Lo demás solo Dios y Ella pueden saberlo.