La defensa de la diversidad cultural
La trasnacionalización corporativa neoliberal trata de imponer su mensaje unidireccional por medio del dominio de los medios masivos de comunicación, la manipulación de la información y a través de las poderosísimas industrias culturales que intentan homogeneizar y uniformar a la humanidad a partir de su modelo de vida y la mediatización de la fecunda creación nacida del imaginario popular y del rico patrimonio étnico-lingüístico-cultural de nuestros países.
«Nueva expresión de la violencia, la corriente homogeneizante amenaza con ahogar la diversidad cultural y con borrar el rostro de las naciones y de los múltiples sectores que conviven en ellas» (convocatoria).
La globalización excluyente requiere de una humanidad indiferenciada, sujeta a las leyes del mercado, secuestrada por el individualismo competitivo que proclama la ley del más fuerte (darwinismo social), alienada por el consumismo y el egoísmo posesivo.
El capitalismo neoliberal necesita también de la propagación generalizada de un cosmopolitismo que rehúse la identidad nacional, la defensa de la soberanía, el derecho a la autodeterminación, la salvaguarda de los recursos estratégicos y naturales, las autonomías indígenas, las democracias participativas, no digamos ya el socialismo; todo ello en aras de alcanzar el «paraíso terrenal» que significa la sociedad estadunidense proyectada como el ideal a realizar por las masas de consumidores desclasados, apátridas y apolíticos.
Se pretende que el mundo que ofrece la mundialización neoliberal en sus variantes estadunidense y europea es el único posible, sin alternativa viable, y que la única opción realista debe ser el conformismo social y la resignación política.
Pese a esta poderosa maquinaria cultural, ideológica y educativa puesta en marcha por el capitalismo neoliberal para lograr estos propósitos, tiene lugar en el ámbito planetario la resistencia de los explotados: pueblos originarios, afrodescendientes, mujeres, homosexuales, jóvenes, obreros y aun sectores intermedios que conforman el pueblo nación se manifiestan contra los efectos depredatorios del neoliberalismo.
En la época actual, caracterizada por una profundización de las tendencias universalistas del capital, encontramos, paradójicamente, el tránsito de un proceso nacionalitario que busca disolver los vínculos nación-burguesía hacia una entidad nacional de nuevo tipo: popular, multiétnica, pluralista y democrática.
El desarrollo de la nación tiende, pues, a romper con los límites y superar las contradicciones de la nación burguesa, los cuales se expresan fundamentalmente en la explotación de clases, el racismo, la segregación de pueblos indios, la opresión peculiar de la mujer, la discriminación a grupos de edad, el control imperialista de nuestras economías y sociedades.
Estas contradicciones se dan en el interior de nuestras naciones, y las luchas por superarlas constituyen la esencia misma de la cuestión nacional de nuestros días.
De esta manera, la disputa por la nación como el espacio donde tienen lugar las resistencias contra el imperialismo y la explotación de clase pasa en primer término por la salvaguardia de la diversidad étnica, nacional y cultural y por el fortalecimiento de las identidades múltiples y complementarias (ciudadanía, condición de clase, adscripción étnica, conciencia de genero, etcétera) que otorga una visión integral de la actual realidad sociopolítica.
Asimismo, en la construcción de una nación libre y democrática, la cultura, la forma peculiar de ser y existir de los pueblos en sus distintas diferenciaciones étnicas, regionales, de género y clase, se transforma en un efectivo instrumento de cambio social y de resistencia a la opresión cultural capitalista.
Esto ocurre no sólo en las expresiones artísticas, sino también en la cotidianidad cultural, en la diaria forma de hacer frente a la dominación capitalista, en vivir de otra manera, en no participar como actor o cómplice del sistema autoritario en los diversos espacios de la cotidianidad y la acción política; todas ellas prácticas de resistencia en esa batalla por el mantenimiento y desarrollo de las identidades culturales contra-hegemónicas.
La familia, la escuela, el barrio, las relaciones sociales y laborales, los propios terrenos de la acción revolucionaria, constituyen los espacios de un singular enfrentamiento entre la cultura de la dominación y la cultura de la resistencia, con sus códigos, símbolos y señales propios.
El historiador cubano Jorge Ibarra plantea los procesos en los que se va formando el pueblo nación para el caso de su país: en las gestas independentistas, en «la praxis revolucionaria de 1868, al abolir la esclavitud y sentar las bases de una comunidad nacional -el territorio que se llamaría Cuba Libre- fundada en los principios de confraternidad étnica, igualdad jurídica y libertad política» (nación y cultura nacional).
Igualmente, en cada uno de nuestros países latinoamericanos se han ido formando los pueblos-nación por medio de la participación de los distintos agrupamientos étnico-clasistas, objetivamente explotados y oprimidos, en las respectivas contiendas independentistas, liberadoras, antidictatoriales y de transformación social que fueron creando a su vez una cultura nacional popular, por ende representativa del cúmulo de rebeldías e insumisiones.
Esta cultura nacional popular es el sedimento de nuestras resistencias y de nuestro afán por un futuro donde la diversidad cultural sea patrimonio de la humanidad.
Gilberto López y Rivas