Puesto al frente de la diócesis de Tuxpan y de la de Querétaro, don Mario De Gasperín ha sabido desempeñar, en nombre de Cristo y en la línea de la sucesión apostólica, con sabiduría, silencio y solicitud el encargo confiado por el Papa y la Iglesia.
Por Jaime Septién
Nombrado por el Papa Juan Pablo II como segundo obispo de Tuxpan en 1983 y, seis años más tarde, en 1989, como octavo obispo de Querétaro, don Mario De Gasperín Gasperín cumple sus bodas de plata episcopales el próximo viernes 8 de agosto, en una celebración eucarística sin precedentes en nuestra historia.
Muy pocos —quizá ninguno— de los cerca de cinco mil obispos que hay en el mundo en la actualidad, pueden decir, como don Mario, que recibieron el báculo episcopal de manos de quien los bautizó, o que fueron confirmados por un santo. En efecto, monseñor De Gasperín fue bautizado —en 1935— por don Ignacio Lehonor Arroyo quien, al paso del tiempo, sería el primer obispo de Tuxpan. Y fue confirmado en la fe, nada más y nada menos que por San Rafael Guizar y Valencia, el primer obispo santo nativo de América…
Puesto al frente de la diócesis de Tuxpan y —por 19 años, dos meses, 26 días—de la de Querétaro, don Mario ha sabido desempeñar, en nombre de Cristo y en la línea de la sucesión apostólica, con sabiduría, silencio y solicitud (las tres «s» de la autoridad que viene de Dios) el encargo confiado por el Papa y la Iglesia: enseñar, santificar y gobernar a sus ovejas, como un pastor bueno, como un sacerdote puro, como maestro de la fe.
Los números que arroja el último tramo de su vida pastoral al frente de esta Diócesis hablan por sí solos. Sólo quisiera resaltar un hecho que, a veces, nos pasa de largo: su insistencia, casi heroica, de que la Iglesia católica y solamente la Iglesia católica, es la única capaz de darle identidad a nuestros pueblos y la única capaz de convertir la división, el odio y la violencia en comunión, apertura y diálogo para construir la civilización del amor. Como experto en Biblia, don Mario sabe que el consuelo y la perseverancia en la Palabra de Dios son los caminos que nos conducen a la esperanza. Y que sin ella no hay cultura, sino barbarie. Es la suya la paz de los que anuncian a Cristo. Mil felicidades, queridísimo don Mario. Muchas gracias por siempre.