Escrito por Jaime Septién | |
PÓRTICO
Por estos días debe estar saliendo la resolución de la Suprema Corte sobre la inconstitucionalidad de la despenalización del aborto en el DF. De ella habrá de depender, en mucho, el futuro del debate sobre la vida en México y sobre los que la defendemos desde la concepción hasta el fin natural del hombre … Por estos días debe estar saliendo la resolución de la Suprema Corte sobre la inconstitucionalidad de la despenalización del aborto en el DF. De ella habrá de depender, en mucho, el futuro del debate sobre la vida en México y sobre los que la defendemos desde la concepción hasta el fin natural del hombre y aquellos que —por una extraña idea—piensan que la vida comienza a las 12 semanas de gestación y termina cuando la persona ya no puede valerse por sí misma. Sea cual sea el resultado, los católicos no debemos hacernos ilusiones ni olvidarnos de nuestra responsabilidad con el Señor. En otras palabras: es necesario dar un paso adelante en lo que tenemos como bandera bajo el nombre «defensa de la vida». Pasar de las bellas palabras —muchas veces huecas—a los hechos. Primero que nada, aprender a orar. Y luego, aprender a defender al más débil, a la mujer y al niño por nacer, con trabajo, cariño, acogida… Todo para que el pequeño nazca y acceda al hermoso don gratuito que Dios le ha asignado. Estar a favor de la vida significa estar a favor de la mujer y del niño por nacer. Aquí mismo, el doctor Jorge Traslosheros nos ha advertido que la libertad de la madre se afirma con la vida del hijo. Los católicos queremos que los dos vivan, que los dos sean libres, que no se malogre uno para que el otro pueda seguir. En fin, que madre e hijo gocen de todas las protecciones que exige el amor del Padre, para que tengan vida en abundancia. Quiero ser más concreto: hay que facilitar, ayudar, acompañar, echarle porras e invertir como sociedad en la mamá que tiene en su seno un hijo no deseado. ¿Cómo? Multiplicando las asociaciones civiles de protección de la madre, de protección al hijo, de dotación de un trabajo, de enseñanza de habilidades para la vida, de manutención en los primeros años del niño. Hay varias. En El Observador les hemos abierto la puerta. Se necesitan muchas más. No debemos ceder en el empeño de que ningún niño se quede a la mitad del camino. Sea o no sea «legal» el aborto. Cada uno no solamente puede sino debe invertir tiempo, dinero, preocupación, oración, en que se detenga la práctica del aborto. Su aceptación social —decía el filósofo Julián Marías—es el peor escándalo del Siglo XX. Y del XXI. Y no se va a detener ni con leyes ni con bellas palabras ni con discursos, sino con la acción solidaria y efectiva para proteger a la madre y llevar al niño al buen puerto de la vi |