La Microhistoria en Querétaro recreada en la tradición

 Rito, fiesta y tradición

                               

José Félix Zavala 

Como cada año, las campanas y las esquilas fueron echadas a vuelo ininterrumpidamente,  banderas en blanco y rojo ondearon en la torre y las ventanas de la gran fortaleza del Convento de Propaganda Fide, iluminado profusamente,  en la cumbre del barrio de la  loma, mientras miles de penachos –copillis- ondeaban sobre las cabezas de quienes durante meses se prepararon para «la cumplida», los cohetes y las luces artificiales subieron al cielo y millares de espectadores hicieron acto de presencia. 

“Para los danzantes el cielo comienza en la planta de los pies. La danza es movimiento, un puente entre el tiempo y el espacio”. 

Como cada año el pueblo indígena de la región, celebró la gran fiesta de La Recolección, en su versión cristiana de La Exaltación de la Santa Cruz. 

Querétaro cumplió su cita anual con la costumbre, con la tradición, con la permanencia, con el compromiso de quien tiene civilización propia. 

“La danza de los Concheros es sagrada y su logro máximo es obtener el éxtasis” 

Más de cien mil personas presenciaron “las fiestas de septiembre” y cerca de tres mil danzantes concheros, venidos de todos los rumbos de la ciudad,  sobre todo de los barrios indios de La Cruz y San Francisquito, que unidos con los de la Otra Banda, más sus “conquistas”, danzaron ritualmente, a la costumbre milenaria de los pueblos originarios de América. 

En la madrugada del día 13, se escuchó por la loma del Sangremal,  el “toque de ánimas”, desfilaron por la tarde los “círculos de danza” por  la ciudad española, el centro. Realizaron entre la música triste de la chirimía, sus ofrendas de cucharilla,  para luego plantarlas orgullosos en la cima de la loma, además recordaron a los antepasados, convivieron entre si, en la  “comida grande” y salieron a danzar incansablemente, en  cumplimiento de la “promesa”, promesa de que ésta raza mesoamericana permanecerá para siempre. 

“El pueblo organiza la fiesta y acoge al danzante en su peregrinar por los santuarios, las autoridades civiles y religiosas no intervienen”. 

Miles de penachos ondeaban por todas partes, las guitarras de concha de armadillo, sonaban rítmicamente, decenas de huesecillos de frailes, ayoyotes y ayacaztlis,  marcaban rítmicamente el “paso de marcha”. 

Por toda la ciudad se escuchó al toque del huehuetl y del teponaztli, la oración se elevó entre el olor del copal y al sonido de mando y grave del caracol. 

Todas las mesas de danza de la ciudad se organizaron para dar cumplimiento a la tradición, a la costumbre,  sin faltar en lo mínimo. Querétaro se unió al pueblo milenario mesoamericano y celebró la fiesta de la sobrevivencia.  

“El ejercicio de recreación mas tenido de los mexicanos es el solemne mitote, es un baile que tenían por tan autorizado que entraban a veces con él, los reyes y no por fuerza”. 

En la fiesta de la permanencia, ningún queretano de siempre dejó de asistir, los miles de nuevos habitantes de la ciudad, acudieron para saciar su curiosidad y asombro, a ser miembros de hecho y de derecho de su nueva casa y los visitantes, admirados, cercaron a las “mesas de danza” para presenciar la ejecución del rito de la sobrevivencia. 

Es la fiesta en la ciudad, nacida en las cercanías de donde se forma, de manera natural, un  Juego de Pelota,   La Cañada y también ciudad cercana a la pirámide tolteca-chichimeca del Cerrito. 

 Es en la loma del Sangremal, lugar de la fundación del pueblo de indios llamado, Santiago de Querétaro, un 25 de julio de 1531, donde se celebra la fiesta de la permanencia y del recuerdo de los dioses que le han sido propicios a estas tierras por miles de años. 

“Hacíase este baile de ordinario en los patios de los templos y de las casas reales, que eran de lo más espaciosos. Ponían en medio del patio dos instrumentos, uno de anchura de tambor, el huehuetl, y otro de forma de barril hecho de una sola pieza, el teponastli, hueco por dentro y puesto sobre una figura de hombre o de animal o de una columna. 

De los cuatro vientos, de los cuatro puntos cardinales, vinieron a “la cumplida”, al saludo del encuentro de una raza, de una cultura, de una civilización. 

Al grito de “El es Dios”  se hermanaron todos, para celebrar la fiesta de la Recolección, la fiesta de la Santa Cruz de los Milagros, del agradecimiento a La Madre Tierra, por haber sido grata a los habitantes de este pueblo y haberle permitido la sobrevivencia como tal. 

Estaban ambos templados de suerte que hacían entre sí buena consonancia, hacían con ellos diversos sones y eran muchos y variados los cantores, todos iban cantando y bailando al son, con tanto concierto, que no discrepaban el uno del otro, yendo todos a una, así en las voces como en el mover de los pies, con tal destreza que era de ver”. 

Por la subida de la calle de Independencia, entraron los danzantes milenarios a la cima de la loma. Retumbaban los oídos con el paso de marcha acompasada, sobresalían, las ofrendas, las insignias, las reliquias y los estandartes. Todo daba brillantes al evento.  

“En estos bailes se hacían dos círculos de gente, en medio donde estaban los instrumentos se ponían los ancianos, señores y gente más grave y allí casi a pie quieto bailaban y cantaban”. 

 

La Plaza de la Fundación se empequeñeció con los miles de asistentes y se amplió a las calles de Felipe Luna, Gutiérrez Nájera y Manuel Acuña, mientras los visitantes subían por cientos, por miles, por la calzada Zaragoza y Cinco de Mayo. 

 “Alrededor de estos,  bien desviados, salían de dos en dos los demás, bailando en coro, con mas ligereza y haciendo diversas mudanzas y ciertos saltos a propósito y entre sí venían a hacer un círculo muy ancho y espacioso”. 

El celebrante predicaba inútilmente, desde el altar mayor del templo de los crucíferos, al mismo tiempo los danzantes hacían su entrada al lugar sagrado, allí se encuentra el camerín con la Santa Cruz de los Milagros, la que crece, la que se mueve y convierte pecadores. 

Los danzantes realizan el rito de pedimento para salir a danzar. El monumento a Los Concheros, levantado hace muy pocos años, frente a la Capilla de la Asunción, en el atrio de la gran fortaleza franciscana, iluminado, demostraba el triunfo de un pueblo frente a la adversidad y el monumento a Santiago Matamoros, muy cercano al lugar, estaba olvidado en esta fiesta de la permanencia. 

“Sacaban en estos bailes las ropas más preciosas que tenían y diversas joyas, según que cada uno podía”. 

 

La Cruz atrial, ubicada ahora en un costado de la capilla de indios, de ese imponente  Convento de Propaganda Fide, – nacido para capacitar franciscano para la evangelización de los bárbaros,- en su monumentalidad y hermosura, estaba vestida de fiesta, de cucharilla, de veladoras, rodeada indios ataviados con copilli, nacoxtli, cozcapetlatl, colchilixtli, maxtle y tilmatli, cactli. Arrodillados daban gracias por su permanencia en  la historia. 

“Mezclaban la milicia con unos mitotes o bailes gentiles, con las hermosas plumas que admiraban la vanidad y que pasaban de 200 a 300 y aún más, los que bailaban, cada uno traía en la cabeza un penacho”. 

Las vendimias de guajolotes y enchiladas, ponches y pozole, buñuelos y atole, esta vez estuvieron por la calle de Manuel Acuña, muy uniformados en rosa, las manzanas endulzadas, los algodones, los globos, y todo lo que es “para vender”, se paseó por entre todos, pueblo y danzantes. 

“El baile grande que se hacía en las plazas principales o en el atrio inferior del templo mayor, era diferente del pequeño en el orden, en la forma y en el número de los que la componían. Este era tan considerable que solían bailar juntas muchos centenares de personas”. 

El altar mayor del templo y convento franciscano, ya está hermosamente redecorado, con piso de mármol toda la nave y la capilla de indios, lleno de flores pintadas con anilina, abundantes arreglos de cortinas y letreros bíblicos, frailes y terciarios, pero la fiesta aunque así pareciera no es allí, es a campo abierto, en el atrio, en la plaza, como toda fiesta mesoamericana. 

Las “reliquias e insignias” que los danzantes dejaron desde la víspera de la fiesta junto al altar mayor,  serán recogidas al final de los cinco días, son cruces talladas, adornadas con espejos, con rostros, con adornos de cucharilla, con retratos, con todo lo que significa el abolengo de un pueblo milenario que se niega a morir, a pesar de ser amenazado permanentemente y de muchas y variadas formas de exterminio.  

La música ocupaba el centro del atrio o de la plaza, junto a círculos concéntricos, según el número de ellos que concurría. A poca distancia de ellos se formaban otros círculos de personas de clase inferior y después otro pequeño intervalo, otros mayores compuestos de jóvenes. Todos estos círculos tenían por centro el huehuetl y el teponaztli”. 

Son muchos los esfuerzos que se hacen desde la autoridad civil y religiosa para occidentalizar esta celebración, pero han sido también muchos los esfuerzos para mantenerla intacta, como fiesta de la permanencia. Invitaron por la noche del 13 al 14 en medio de los miles de Concheros a un grupo de música “tropical”  

“Todos describían un círculo bailando ninguno salía de su raya o línea. Los que bailaban junto a la música se movían con lentitud y gravedad, por ser menor el círculo que debían hacer, era el sitio de los señores y de los nobles mas proyectos, pero los que formaban el círculo exterior o más lejos de la música, se movían velocísimamente para no perder la línea recta, ni faltar al compás que hacían y dirigían los señores”. 

Entre las “mesas de danza”, ya se encuentran extranjeros participando como danzantes, también los nuevos vecinos de esta ciudad, crecida a fuerza de miles de migrantes del Distrito Federal, participan como pueblo, como turistas, como parte de los “Círculos de danza” y más de alguno tiene ya su propio grupo y en un rincón y con vestimentas poco ortodoxas, insisten en ser danzantes. 

“El baile se hacía casi siempre con acompañamiento de canto, pero tanto este como los movimientos de los que bailaban se sujetaban al compás de los instrumentos”. 

El grupo de Atilano Aguilar ejecuta sus ritos en el centro del Jardín de la Cruz, son muchas sus conquistas y sus estandartes, muchas las mujeres que sin ser guerreros, danzan al ritmo de los tambores y de allí los miles de concheros, en sus cientos de grupos se distribuyen alrededor de la plaza, mientras todos disfrutan el gran día del “cumplimiento”. 

“En el canto entonaban dos en verso y les respondían todos, comúnmente empezaba la música en tono grave y los cantores en voz baja, progresivamente apresuraban el compás y levantaban la voz y al mismo tiempo era más vivo el movimiento de los bailarines y más alegre el argumento de la canción”. 

Heladio Aguillón Rodríguez, el hombre fiel a su compromiso, hace vibrar a la plaza desde su llegada, casi al final del desfile, la noche del 13 y nervioso por el “cumplimiento” dirige su “mesa” donde los niños y niñas son numerosos, es la búsqueda de la perseverancia en “La Costumbre”. 

“En el intervalo que dejaban las líneas de bailarines, solían salir algunos bufones imitando a otros pueblos en el traje o con el disfraz de fieras y otros animales, procurando hacer reír al pueblo con sus bufonadas. Cuando una comparsa o cuadrilla de bailarines se cansaba, la reemplazaba otra y así continuaba el baile seis y ocho horas”.

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