Los sabios yoremes
Cualquier tiempo de vida es absurdamente corto
si se le compara con la longevidad de la memoria.
Los jóvenes se van, y muchos no vuelven.
La cruz que separa de la ciudad de Navojoa el territorio mayo-yoreme de Cohuirimpo se planta en un transitado camino y asoma sus contornos de árbol antiguo.
El horizonte es muy abierto porque en las orillas las rancherías se dispersan por brechas y quebraditas
116 mil hectáreas de monocultivo de riego: trigo, cebada, sandía, melón y más, al norte uva, papa, tomate, verde, cereales y leguminosas.
Uff!, cuánto progreso.
Cuánto deterioro.
Granjas de cerdos y camarones, con rastro y frigorífico.
Las empacadoras de harina se entreveran con las sucísimas fábricas de balanceados para estos ganados de tierra y agua que se crían y destinan a la gran exportación.
Con niveles de agrotóxicos las tierras están literalmente quemadas, dicen los pocos que todavía se animan a sembrar algo para la familia, o para la comunidad.
“Qué raro dejar de perseguir el maíz o el frijol en la parcela, y al mismo tiempo consumirlos”
En la costa se va desmantelando la pesca artesanal de los yoremes de Yavaros en beneficio de las grandes empresas japonesas.
La escalera náutica que desciende por Baja California terminará robando el agua dulce de la península y de su vecino, Sonora, mientras crecen las unidades habitacionales para pobres y las unidades vacacionales o de retirados para los ricos estadunidenses, que comienzan a invadir al sur de la frontera del río Bravo con sus tráileres, sus veleros, sus yates, sus motocicletas y sus piscinas.
Los jóvenes se van, y muchos no vuelven.
Muchos que vuelven vienen empandillados, con venganzas por cumplir, con la idea de que resistir, es delinquir y ser muy hombres.
Algo grave que se mira poco pero ya se comenta en varios círculos rurales es que hay quien mete el pegamento entre los más chavalitos, y ya se les ve respirando de una bolsa de plástico con la sonrisa y la mirada ensueñadas, pero irascibles.
Sin mucho aspaviento, las autoridades agropecuarias y los grupos de agricultores ligados a empresas, van imponiendo el clima que permitirá inundar los campos con transgénicos, solapados por las legislaciones aprobadas por todos los partidos a nivel federal y a espaldas de la gente, lo cual recrudecerá el control empresarial sobre la agricultura.
Cualquier parte de semillas o cultivos será rastreable hasta el “dueño”, que impondrá nuevos tributos por sembrar en tierra propia, una que es posible perder cuando los rendimientos prometidos por los paquetes tecnológicos del siglo XXI no se cumplan.