Los jesuitas llegan a Mesoamérica en 1572
Para 1619 son ya 340
En 1710 llegan a 508
En 1750 eran 572
Con 45 centros
Una casa Profesa
23 Colegios
Un Noviciado
8 Seminarios
4 Residencias
8 Misiones
Los jesuitas llegan a Meso América
Precedida por un gran prestigio “de educadores por vocación y por mandato de sus reglas, poseedores de un método moderno de enseñanza que se basaba principalmente en el sistema de emulación y en la preparación de una muy sólida base en artes, eminentemente humanista…”
Los reyes de España se habían resistido para autorizar el paso de
Esto, en parte, debido al voto de obediencia que mantenían hacia el Papa y que les hacía relativamente independientes con respecto a la corona, pero finalmente, ante la insistencia, Felipe II expidió
Estos religiosos, en sus crónicas, señalan que fueron enviados por su vida ejemplar y santas costumbres, así como para que ayudasen en la instrucción y conversión de los indios, ya que se le reconocía a
En un primer momento arribaron a
En sus instrucciones quedaba señalado que no iniciarían de manera inmediata el establecimiento de los colegios. Antes esperarían dos años.
Hasta encontrarse familiarizados con el territorio y estar seguros de que contarían con los recursos necesarios para su labor.
Por esta razón es que iniciaron enseñando el catecismo a los macehuales y rudos, comunicándose con ellos mediante intérpretes.
Posteriormente el padre Juan de Tovar hizo la traducción de un catecismo a la lengua náhuatl, que se convertiría a la postre en su manual de enseñanza y primeras letras.
Además del sistema escolarizado, los jesuitas ejercían otros ministerios encaminados más bien a la enseñanza informal, misma que se consolidaba a través de la prédica, los sermones, la confesión, los ejercicios espirituales, las visitas a cárceles y hospitales.
Los encargados de realizar estas actividades eran sacerdotes concentrados en
Las Casas Profesa contaban con un templo y alojaban a los sacerdotes que ya habían emitido los cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia y el cuarto —muy importante—, la obediencia al Papa y estaban exentos de la docencia escolarizada.
Otra característica de estos sitios, era que no debían poseer bienes propios, “sino que se ha de sustentar de sola limosna”, razón por la cual sólo se fundaban en ciudades populosas como la ciudad de México.
De aquí salían también aquellos que eran enviados a las misiones para convertir a los paganos, principalmente en la zona norte de México.
Pasados los dos años,
En 1574 se pusieron en marcha los trabajos del Colegio de San Pedro y San Pablo, en la sede del Virreinato.
Para ello solicitaron donaciones, pidiendo a quien no tuviera herederos y quisiera emplear bien sus riquezas, dispensara recursos para educar y fundar colegios y colegiaturas, se convertirían así en señores, perpetuamente, con títulos de patronazgo.
Debido al éxito de este centro educativo, se erigieron otros dos, el de San Bernardo y el de San Miguel, mismos que una vez transcurrido el tiempo se fundarían para dar lugar al Colegio de San Ildefonso, que más tarde sería el principal en la ciudad de México.
En casi todos sus planteles, los jesuitas incluían el estudio de humanidades con la gramática latina como fundamento, puesto que su conocimiento era básico para la lectura de textos filosóficos, jurídicos y religiosos, tanto para aquellos que irían a la universidad, como para los que seguirían la vida eclesiástica.
También se impartían preceptiva literaria y retórica.
Por lo que hace a las artes, estaban presentes: lógica, matemáticas, ciencias físicas y teología.
Los jóvenes que asistían a los colegios eran principalmente aristócratas, aunque también ingresaban de bajos recursos; algunos procedían de otras ciudades donde no se contaba con colegios de nivel intermedio.
Los estudiantes podían ser internos y medio internos, dependiendo de los recursos y la procedencia.
El número de escolares variaba de un colegio a otro, el de San Ildefonso, por ejemplo, llegó a contar con treinta.
Algunos con un buen número de estudiantes y otros no fueron tan concurridos pero, a pesar de ello, los jesuitas estaban presentes para cumplir con lo que consideraban su misión: salvar y perfeccionar almas, tarea que llegó a su fin en 1767, año en que la orden fue expulsada de los dominios españoles.
El 27 de febrero de 1767, el rey de España Carlos III, firmó el decreto por medio del cual ordenaba la expulsión de los jesuitas de todos sus dominios del mundo.
El decreto fue recibido en
El gobernador de las Provincias de Sonora y Sinaloa, Juan Claudio de Pineda, se enteró hasta el mes de Julio.
Poco más de cincuenta misioneros jesuitas fueron concentrados en Guaymas hasta mayo de 1768, fueron embarcados para San Blas, Nayarit, pasaron luego a Veracruz, para de ahí trasladarlos a Europa, donde vivieron prácticamente como prisioneros.
A juicio de los colonos y funcionarios españoles, las misiones jesuitas eran un impedimento para el desarrollo económico y debían retirarse los misioneros y que el clero secular tomara su lugar.
Los jesuitas, desde su llegada, habían proclamado con intransigencia, la necesidad de construir una sociedad paralela a la de los colonos, es decir, sin supeditación a ellos, sin intervención de éstos, ni de su sistema administrativo.
El enfrentamiento fue permanente: los colonos necesitaban la mano de obra de los naturales de estas tierras; y los misioneros tenían un férreo control de esa mano de obra, porque consideraban que al no proporcionar las misiones, la mano de obra indígena a los colonos, la evangelización podía calar más hondo, y su proyecto social que excluía el sometimiento por la fuerza, ser más exitoso.
A raíz de la expulsión de los jesuitas, los terrenos agrícolas y ganaderos de las misiones que eran propiedad comunal de los indígenas, empezaron a caer en manos de los blancos y mestizos.