Conviene aclarar de qué se habla.
Existe, por ejemplo, la legítima exigencia de autonomía de los oprimidos, sean éstos, por ejemplo, saharauis, que no quieren ser mantenidos bajo el yugo marroquí tras haber escapado del de Madrid; vascos y catalanes, que se apoyan en antiguos fueros, o indígenas de América, que quieren acabar con las imposiciones coloniales y reclaman vivir en Estados plurinacionales y en los que se respeten sus costumbres y su cultura.
Las bases de esa reivindicación son principalmente lingüísticas, aunque los oprimidos que exigen autonomía se apoyen también en una reconstrucción muchas veces mítica de la historia propia, olvidando que los colonizadores derribaron un régimen ya en crisis e impusieron una reorganización terrible que modificó la demografía, el territorio, la religión, la cultura de sus víctimas.
Existe también una exigencia de autonomía reaccionaria, como la de
Esas autonomías se inventan una historia épica que las diferencia, una base étnica y cultural para cubrir el muy prosaico deseo de esas clases dominantes locales de establecer lazos privilegiados con el capital financiero internacional y con los grandes centros capitalistas sin la intermediación del Estado (que debe tener en cuenta otra relación de clases en la que pesan más los oprimidos) ni de los gobiernos centrales que se apoyan en aparatos de alcance nacional y en los votos que obtiene en todas las regiones.
La ciudad de Buenos Aires y la provincia del mismo nombre tuvieron que ser vencidas en guerra por el resto del país, pues pretendían el control exclusivo del gran puerto y de la producción de las fértiles tierras pampeanas.
La autonomía que muchas veces reclaman las clases dominantes locales se opone siempre a la autonomía indígena en esas regiones y a la autonomía democrática municipal y regional, y busca imponer un minicentralismo férreo y racista al romper la centralización del Estado nacional.
Guillermo Almeyra
Parte de su texto sobre «Diferentes autonomías»