Morir en Nostre Dame

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Antonieta Rivas Mercado, participa en la modernización de la cultura mexicana durante los años veinte, en detrimento de otras facetas más sombrías del personaje, como sus desencantos amorosos y su suicidio en la catedral de Notre-Dame de París, en febrero de 1931.

Antonieta Rivas Mercado se había alojado en el imaginario mexicano a través de las palabras, con su correspondencia, su diario, sus relatos y los libros que había inspirado a otros autores

descartado el martirio, queda la justificación del mecenazgo. Es verdad que Antonieta invirtió su tiempo, su talento y su dinero en varias empresas que sellaron el despunte de la modernidad en México: el Teatro de Ulises, un puñado de libros firmados por futuros Contemporáneos, la Orquesta Sinfónica de Carlos Chávez, todo eso en dos o tres años si incluimos en la modernización del país la campaña presidencial de José Vasconcelos, en 1929. Unos juzgarán que es mucho, otros que es poco e insuficiente para merecer un rescate de esta envergadura. Pero se equivocan quienes suman y restan como si el balance de una vida fuera un asunto de contabilidad. Dejemos esta discusión a los cuentachiles de la cultura nacional. La singularidad de Antonieta reside en el paso suplementario que siempre dio para rebasar la sola condición de mecenas generosa y desinteresada.