By Jaime Septién |
¿Qué pensaría usted de un padre de familia que regaña y castiga fuertemente a sus hijos cuando sacan buenas calificaciones en la escuela? ¿Qué me diría de un entrenador de futbol que no alinea en la final a su mejor goleador, por miedo a que meta los tantos que le darían a su equipo el campeonato? Seguro que usted pensaría y me diría, sin sombra de duda, que ese padre de familia o ese entrenador están locos.
Pues, justamente, eso es lo que ha hecho el Estado mexicano desde hace un buen número de años, sin importar quién esté en la presidencia de la República o quién tenga mayoría en las cámaras legislativas: poner obstáculos a la Iglesia y a los católicos para que ejerzan su acción solidaria por los demás, en especial, por los más pobres.
La tesis es como de cuento chino: siendo la Iglesia y los católicos los que mayor actividad solidaria realizan, y siendo la solidaridad un bien para la sociedad mexicana, lo mejor que podemos hacer —dicen tres o cuatro atolondrados— es impedir que la Iglesia y los católicos se expresen en la vida pública y construyan comunidad. ¿Cómo? Arrinconándolos, impidiéndoles que tengan canales de comunicación, haciéndoles entender que por andar viendo a Cristo en el rostro del otro, la nación no progresa…
El libro México Solidario, que es nota principal de este número de El Observador, da sustento científico a lo que todo el mundo (menos algunos legisladores y los partidos políticos) sabe: que la Iglesia católica es un enorme bastión de capital social, de recursos para la esperanza, y que si México quiere construir una civilización solidaria, tiene que contar con ella; tiene que facilitar su labor; tiene que quitarse de encima las anteojeras ideológicas de hace siglo y medio, para que la ayuda social tenga sentido de trascendencia y constancia en el tiempo. Ni el Estado liberal de Juárez, ni el socialista de Cárdenas, ni el nacionalismo revolucionario del PRI, el neoliberalismo de mercado del PAN o el populismo estatista del PRD han logrado sustituir la acción solidaria de la Iglesia católica. Tampoco lo lograrán. Porque la Iglesia mira a la vida eterna y estos amigos a las próximas elecciones. Pequeña diferencia.