En el Pueblito
Dos santuarios
La Tenanchita
José Félix Zavala
Otontecutli preside en Tlachco. Desde hace más de mil quinientos años, la vida de este valle de Querétaro, donde los teotihuacanos primero y luego los toltecas dejaron sus huellas, los unos obsidianas y conchas marinas, los otros atlantes y chacmoles.
Uehueteotl y Amatecutli, han cuidado de este lugar permanentemente y el hombre a cambio levantó un monte, con sus propias manos, para de allí alcanzar los nueve cielos y tener un altar donde ofrecer los frutos de la guerra.
Los dioses encargaron a Cihuacoatl, que permaneciera en silencio junto a su pueblo, mientras ellos se reunían a discutir la forma de resistir al nuevo dios venido de lejos, el monte levantado por los hombres del lugar, se llenó de follaje, tratando de pasar desapercibido.
En el sitio donde se encuentra la gran pirámide o el llamado cerro pelón, el cerrito, existe un pueblo que antes de la invasión española se le nombraba Tlachco, luego se le llamó San Francisco Galileo y finalmente El Pueblito.
Existe este lugar desde hace muchos años, antes de la llegada del invasor europeo y sobre sus habitantes, residentes inmemoriales del lugar, ha recaído la responsabilidad de permanecer como pueblo y como cultura, pero sobre todo preservar
La cultura de Chupícuaro, por el año
Han tenido estas culturas, como común denominador, la veneración por la figura femenina, cuyas deidades han jugado un papel predominante en los pueblos mesoamericanos.
La pirámide que se encuentra allí levantada junto con la zona de
“Ignórase la fecha de su fundación en tiempos de la gentilidad, solo consta que esta población ya existía cuando Querétaro fue conquistado en 1531, por los caciques, Don Fernando De Tapia y Don Nicolás De San Luis de Montañés y que era un pueblo tributario del imperio Azteca”.
“A la parte norte y muy cerca de la población se yergue una pirámide monumental construída a mano por los idólatras aborígenes, a donde acudían a ofrecer sacrificios y a consultar sus oráculos”.
Lo anterior lo dijo el canónigo Cesáreo Munguía, sobre El Pueblito y sus habitantes, añadiendo: “Son estos indígenas profundamente religiosos”. Su decir apoya lo que los antropólogos han encontrado sobre el comportamiento de los habitantes del lugar y la arqueología ha encontrado en los vestigios encontrados en la zona.
La pirámide monumental que allí se encuentra, demuestra la importancia del intercambio y el asiento de dominio que sobre una extensa zona de la región se daba, debido a su fértil valle y a la sustentada actividad económica y social.
Esta pirámide tuvo dos èpocas de esplendor, una de ascendencia teotihuacana, por los siglos V, Vl, y Vll de la era cristiana y otra tolteca, por los siglos lX y X de la misma era.
Este pueblo que durante la época pre hispánica se le conoció como Tlachco, durante la colonia su nombre fue el de San Francisco Galileo y desde 1830 se le conoce como El Pueblito. Aquí se da un fenómeno especial con el culto, que desde niño se aprende a dar muy devocionalmente a
Para esta población, el culto es de una importancia decisiva, alguien dijo “por Ti principalmente es por quien Querétaro vale algo en presencia de los demás pueblos”.
La cumbre de este rito es en el mes de febrero, mas exactamente en el mes del calendario mesoamericano anthaxmé, son las fiestas del tascame y de Xocotl Uetzi, concordando, como fue la costumbre durante la conquista espiritual, con la pascua católica.
“Los indígenas de San Francisco Galileo, permanecían fieles a sus creencias tradicionales, aún los que habían sido bautizados y asistían al catecismo, al santo sacrificio de la misa y otras prácticas cristianas. Subían a la pirámide, llamada el gran cue a adorar sus dioses. Esta mezcla de costumbres religiosas se hallaba fuertemente arraigada en la población…”
“Los otomíes tenían tres sacerdotes, los cuales en algunos bosques espesos y desviados del pueblo, se juntaban de noche con sus discípulos y secuaces en tres jacales de paja o helechos, para celebrar las fiestas de los meses. Para estos días aderezaban las chozas, con juncia, ramos verdes, flores, ramilletes y esteras pintadas, en medio ponían una mesilla que se cubría con paños de algodón, un bracero con brazas, dos vasos en que echaban su bebida, además incienso y el papel, hecho de esteras muy pintadas…”. Dice Esteban García.
El fraile Franciscano Sebastián Gallegos, realizó en los albores del siglo XVll una imagen de
Cuenta los que saben. “Había llegado ya en aquel año casi a lo sumo el desconsuelo de su cura, el venerable padre fray Nicolás Zamora por no encontrar el remedio eficaz a tan grave daño, cuando entró por la puerta el reverendo y virtuoso padre fray Sebastián Gallegos, hijo de la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán y especialmente diestro en el arte de la escultura, con una imagen formada de su mano, de
El fraile Hermenegildo Vilaplana nos cuenta: “Que por los años de 1632 aún se hallaba aquel partido del Pueblito en tan infeliz estado, que permanecían inflexibles a sus idolatrías, manantial lastimoso de supersticiones y muladar abominable de ídolos. Frecuentísimas eran allí las congregaciones de los indios, en un cerrito fabricado a mano, que aún hoy en día se conserva, a consultar sus oráculos y a tributar incienso al demonio, conservando por este medio el tirano imperio del príncipe de las tinieblas y estorbando la dilatación del reino de Jesucristo…”.
“Veía con tristeza que el Pueblito de San Francisco Galileo, tenía más de idólatra que de cristiano y con todo y su apostólico celo no había logrado mayor fruto en esos indómitos otomíes, pues sí es verdad que tenían una capilla levantada por los religiosos, en honor a su santo patriarca San Francisco de Asís, pero tenían también, de tiempo atrás, un montecillo con una cueva, único templo de los otomíes, centro de sus cultos idolátricos…”. Nos narra Jesús García.
“… Convergían al gran cue, por una calzada que los comunicaba con otros centros de población…”.
Para el año de 1632 el cura doctrinero de Querétaro colocó en las proximidades del gran cue la imagen de
El 18 de febrero de 1686 se funda la cofradía de indios, con la autorización del entonces Arzobispo de México Francisco de Aguiar y Seijas. Esta organización social implantada por los invasores les sirve a los indios para mantener cohesión y control sobre su cultura y permanencia.
La imagen de
En el año de 1714 fue trasladada a una ermita, levantada ex profeso en el panteón, donde duró 22 años a la veneración del pueblo, lugar escogido probablemente debido al gran culto mesoamericano a los antepasados y de gran ascendiente en la población y mientras se construía el templo, en el lugar donde se iniciara la veneración a
En el año de 1736 se inaugura el templo dedicado a
“Los padres franciscanos aprovecharon esta oportunidad para tomar por completo control en el culto que se tributaba a la santísima señora, ya que los naturales tenían una gran injerencia en él, al considerar la imagen como algo propio”.
“Para esto los frailes ofrecieron una réplica que fue aceptada con cierta resistencia, aunque posteriormente le tomaron un gran cariño”.
Estas citas de Esteban López F. Se unen a los muchos testimonios que sobre los dos cultos o cultos paralelos, se han venido dando desde que los frailes tomaron control sobre la veneración a
Los indios retomaron su costumbre y siguieron sus tradiciones teniendo como objeto de su devoción la nueva imagen, donde ellos pueden tener dominio, de tal suerte que permanece en la casa del presidente de la mayordomía de cada año, quien a su vez le improvisa una capilla en su domicilio y se preparan las fiestas que celebrarán durante el año.
En la “Relación de Querétaro”, de Hernando de Vargas dice refiriéndose a los indios del Pueblito: “Otras de sus fiestas principales era el inicio del año, correspondiente al mes de febrero de nuestro calendario. Por último tenían una fiesta principal que se llamaba del Tascame o del Pan Blanco, era muy antigua y de gran solemnidad, todos ofrecían en esta fiesta a la madre de los dioses, el diezmo de los frutos que cosechaban…”.
“Este duplicado es el que se conoce como
“También por esta época (1732),
Las citas anteriores que corresponden a Esteban López, han sido confirmadas por los indios del lugar, lamentándose de que a partir de la coronación pontificia de
El pueblo otomí, tenía varias fiestas principales, las fiestas ordinarias, eran cada veinte días, de acuerdo al calendario mesoamericano. Otra de sus fiestas importantes era la correspondiente al mes de febrero del calendario juliano y la del Tascame o fiesta del pan blanco, muy antigua y de gran solemnidad, dedicada a
Las fiestas principales de los indios actuales del Pueblito, siguen siendo en el mes de febrero y tienen una gran solemnidad y trascendencia social.
Los habitantes de Tlachco o el Pueblito celebran la entrada de la primavera con toda la riqueza cultural de sus antepasados, es la fiesta de la madre Vieja.
Se inicia con
Se prepara una Paranda o mesa hexagonal, con figuras de azúcar y bulbos de orquídeas, simulando vasos de chocolate y rebanadas de fruta, melón, sandía, caña. Que. Será entregada a la mayordomía entrante. Este es uno de los momentos importantes de la celebración
Existe dentro de las fiestas de febrero, una ceremonia llamada Tratoli, consistente en llamar a la puerta, tres veces, por parte del mayordomo saliente al mayordomo entrante, lo sahúma, mientras la banda de música toca y los cohetes, son lanzados al cielo.
A la ceremonia de cambio de mayordomía se le conoce como
Para la preparación de la fiesta existe un día llamado “Paseo del buey”, donde dos bueyes adornados con verdura, zanahoria, coles, ajos, cebolla y tortillas de colores, es paseado por el pueblo y después sacrificado para alimento de los festejados.
Todas estas ceremonias narradas sucintamente, forman parte de otras muchas ceremonias ya españolizadas o adheridas en los últimos tiempos, para celebrar las milenarias fiestas de febrero o del Pan Blanco o de
Ahora son dedicadas a
Puede considerarse al Pueblito o Tlachco, como síntesis de las manifestaciones culturales de la región, desarrolladas por la población regional vinculados a los grupos naturales de América antes de la llegada de los invasores.
Todo aquel espacio sobre la tierra que había más allá de aquella provincia, estaba ocupada por los bárbaros otomíes y chichimecas, los cuales no tenían ocupación, ni obedecían soberano alguno.