2 de octubre de 1968
“Las voces de Tlatelolco”, por José Emilio Pacheco, con los textos reunidos por Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco (Era, 1971). Poema fechado el 2 de octubre de 1978: diez años después. Ahora, cuarenta y treinta años después de ambos hechos reproducimos la versión de Pacheco sobre la triste noche de Tlatelolco para los jóvenes y maduros lectores de Diálogo Queretano y de El oficio de historiar.
Como desgraciadamente los textos de poesía se reproducen muy mal en el blog, lo extendemos aquí en forma de prosa con las correspondientes diagonales que indican cada verso en su forma vertical original. El relato especular del suceso es espeluznante. Es la sombra y la luz de la memoria sobre la ola negra de sangre que cubre a México desde
Las voces de Tlatelolco
[1968-2008]
Por José Emilio Pacheco
apoyado en Elena Poniatowska
Eran las seis y diez. Un helicóptero / sobrevoló la plaza. / Sentí miedo.
Cuatro bengalas verdes.
Los soldados / cerraron las salidas.
Vestidos de civil, los integrantes / del Batallón Olimpia / –mano cubierta por un guante blanco– / iniciaron el fuego.
En todas direcciones / se abrió fuego a mansalva.
Desde las azoteas / dispararon los hombres de guante blanco. / Disparó también el helicóptero.
Se veían las rayas grises.
Como pinzas / se desplegaron los soldados. / Se inició el pánico.
La multitud corrió hacia las salidas / y encontró bayonetas. / En realidad no había salidas: / la plaza entera se volvió una trampa.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia. / Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Las descargas se hicieron aún más intensas. / Sesenta y dos minutos duró el fuego.
–¿Quién ordenó todo esto?
Los tanques arrojaron sus proyectiles. / Comenzó a arder el edificio Chihuahua.
Los cristales volaron hechos añicos. / De las ruinas saltaban piedras.
Los gritos, los aullidos, las plegarias / bajo el continuo estruendo de las armas.
Con los dedos pegados a los gatillos / le disparan a todo lo que se mueva. / Y muchas balas dan en el blanco.
–Quédate quieto, quédate quieto: / si nos movemos nos disparan.
–¿Por qué no me contestas? / ¿Estás muerto?
–Voy a morir, voy a morir. / Me duele. / Me está saliendo mucha sangre. / Aquél también se está desangrando.
–¿Quién, quién ordenó todo esto?
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–Hay muchos muertos. / Hay muchos muertos.
–Asesinos, cobardes, asesinos.
–Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia. / Los muertos bocarriba junto a la iglesia. / Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas, / niños con la cabeza destrozada, / transeúntes acribillados.
Muchachas y muchachos por todas partes. / Los zapatos llenos de sangre. / Los zapatos sin nadie llenos de sangre. / Y todo Tlateloco respira sangre.
–Vi en la pared la sangre.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–¿Quién, quién ordenó todo esto?
–Nuestros hijos están arriba. / Nuestros hijos, queremos verlos.
–Hemos visto cómo asesinan. / Miren la sangre. / Vean nuestra sangre.
En la escalera del edificio Chihuahua / sollozaban dos niños / junto al cadáver de su madre.
–Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared, / una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era / de una tranquilidad horrible, insultante.
–¿Qué va a pasar ahora, qué va a pasar?
(Texto tomado de José Emilio Pacheco, Tarde o temprano (poemas 1958-2000), México, Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión, 2002, pp. 68-71).