La Biblia en el corazón de la historia
Una de las formas más antiguas de comentario de la Sagrada Escritura en la tradición judía consiste en explicarla mostrando la actualidad del texto sagrado, según un método que inmediatamente se siguió en ámbito cristiano. En efecto, se encuentra ya en los textos de Qumrán y Jesús mismo lo utilizó.
Precisamente esto es lo que hizo Benedicto XVI al inaugurar la Asamblea del Sínodo, primero en la basílica de San Pablo extramuros, cuando en la homilía comentó la imagen bíblica de la viña, utilizada con frecuencia por los profetas, y luego en la apertura de los trabajos, cuando comentó algunos versículos del salmo más largo, el que habla de la Palabra de Dios; lo hizo así para subrayar que esta Palabra es siempre actual, porque está en la historia humana y la explica, y porque se trata de la única realidad que cuenta realmente.
Como suele hacer, el Papa habla con un lenguaje y unos ejemplos que todos pueden comprender. Así, la viña descrita por los profetas ya no se interpreta dentro de la historia judía sino que, de forma coherente con el método exegético de actualización surgido en el judaísmo antiguo, recuerda las vicisitudes de comunidades cristianas en otro tiempo florecientes, que luego desaparecieron y quedaron únicamente registradas en los libros: se alude sobre todo a las Iglesias de Asia de tradición paulina y joánica, pero también al cristianismo africano de los primeros siglos, el de Tertuliano, san Cipriano y san Agustín.
Benedicto XVI no se queda en los libros -pues también estos pasan, como dijo en la última homilía antes de entrar en el cónclave que lo elegiría Papa-, sino que dirige su mirada al presente. ¿No podría acontecer hoy también lo que sucedió a aquellas antiguas comunidades? «Naciones que en otro tiempo eran ricas en fe y en vocaciones ahora están perdiendo su identidad bajo el influjo deletéreo y destructor de una cierta cultura moderna». Con todo, el Papa no es pesimista, porque Jesús prometió que «la viña del Señor no será destruida» y, al final, a pesar de todo, el mal y la muerte no tendrán la última palabra.
Esta concepción de la historia, revelada por la Sagrada Escritura, realista y al mismo tiempo abierta al futuro, va acompañada por la lectura de acontecimientos muy recientes para recordar que realidades visibles y tangibles, como el éxito y el dinero, un día pasarán. «Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada». La meditación de Benedicto XVI no es abstracta o tópica, sino que pide a cada uno que se interrogue, con la razón abierta a Dios: «Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad». En pocas palabras, Dios y su Palabra son las únicas realidades que cuentan, porque permanecerán, a diferencia de todo el resto. Por eso -afirma el Papa- debemos tenerlas en cuenta si queremos ser verdaderamente realistas.
Explicando la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma subrayó una vez más cuán central es la Palabra de Dios en la vida y en el corazón de todo ser humano, pues indica el lugar que debe ocupar Dios mismo. Esto es precisamente lo que ha de dilucidar la Asamblea del Sínodo en los próximos días, teniendo presente el judaísmo y la especificidad de su testimonio, como hizo el mismo Benedicto XVI en su viaje a Francia; y sobre todo mirando al futuro y a la única realidad que no tendrá fin.