Mercados, sociedad civil y estados
Miguel Concha
Hace años que el economista Franz Hinkelammert publicó en Costa Rica un brillante ensayo titulado Nuestro proyecto de nueva sociedad, con el significativo subtítulo “El papel del Estado y la función reguladora del mercado”, en el que después de desenmascarar, entre otras cosas, el presunto debilitamiento del Estado en favor del mercado, como su real refuncionalización en beneficio de la acumulación del capital monopólico y trasnacional en el sistema, propone un nuevo orden de la sociedad, integrado por la articulación de tres instancias fundamentales para garantizar la equidad y la estabilidad social: el mercado, la sociedad civil y el Estado.
Un Estado que, por el contrario, regula el mercado para que cumpla ventajosamente con su finalidad y responsabilidad de satisfacer las necesidades de todos, y una sociedad que reivindica frente al Estado sus derechos, en particular los que él llama derechos de la vida. Su crítica, llevada a cabo con perspectiva histórica, y teniendo en cuenta el análisis de los postulados y principios del capitalismo clásico y moderno, puso desde entonces en guardia sobre los perniciosos efectos del neoliberalismo y abrió la puerta a la investigación de nuevas alternativas posibles.
Con el propósito de implementar soluciones más eficaces al problema urgente del desarrollo, con sus planteamientos parece coincidir ahora el papa Benedicto XVI en su mensaje con ocasión del próximo primero del año, que también lleva como significativo subtítulo “Combatir la pobreza, construir la paz”. Al considerar, en efecto, al final de su texto la obligación ética de situar hoy a los pobres en el centro de la búsqueda de nuevas alternativas para el desarrollo, en el contexto de la desproporción cultural, política, moral y espiritual existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que se adoptan para afrontarlos, el Papa afirma que ello comporta “que se les dé un espacio adecuado para una ‘correcta lógica económica’ de los agentes del mercado internacional, una ‘correcta lógica política’ de los responsables institucionales y una ‘correcta lógica participativa’, capaz de valorar a la sociedad civil local e internacional”.
Que esto es así, aunque sea desde otros enfoques, parecen aclararlo las siguientes frases del Papa, en las que afirma: “La historia del desarrollo económico del siglo XX enseña cómo buenas políticas de desarrollo se han confiado a la responsabilidad de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y Estados. En particular –considera–, la sociedad civil asume un papel crucial en el proceso de desarrollo, ya que éste es esencialmente un fenómeno cultural, y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil”.
Por aquellos años comenzaron también a aparecer muchos análisis que denunciaban en todos los tonos como distorsiones del sistema la sustitución del capitalismo productivo por la voracidad insaciable del capitalismo especulativo. Con ellos parece también coincidir ahora Benedicto XVI cuando en su mensaje se refiere a la crisis financiera que en la actualidad se padece, propiciada por la mundialización tecnológica y las políticas de liberalización de los flujos de dinero entre los diversos países. “La función objetivamente más importante de las finanzas –sentencia–, sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros –en el plano nacional y global– basado en una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las actividades financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas formas de riesgo.
“La reciente crisis –precisa– demuestra también que la actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente autorreferenciales, sin consideración del bien común a largo plazo. La reducción de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo plazo de tiempo –concluye– reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo.”
En su mensaje, el Papa se refiere igualmente a la actual crisis alimentaria, y tiene razón cuando afirma que se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las dificultades de acceder a ellos, por fenómenos especulativos y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y las emergencias. También apunta a la ambivalencia presente en el actual comercio internacional, sobre todo en perjuicio de países de renta baja, cuyo crecimiento se ha visto resentido en las recientes décadas por la rápida disminución de los precios de las materias primas.
Según Benedicto XVI, la pobreza es causa y efecto de la violencia, y bajo cualquier forma es inadmisible si no es aceptada de manera voluntaria. Para combatirla, es preciso considerar atentamente lo que él llama el fenómeno complejo de la globalización, para lo cual es indispensable tener en cuenta metodológicamente el fruto de las investigaciones realizadas sobre tantos de sus aspectos por los economistas y sociólogos. Lo que no se puede es considerar a los pobres como un fardo, o como molestos e inoportunos, ávidos de consumir lo que no han producido.