Este 2009 se cumplen 100 años
del natalicio de Onetti,
ocasión para revalorar su obra
Protagonista de una leyenda negra, el uruguayo tenía como lema: “Que me dejen en paz”
Sólo le interesaba leer y escribir para él: “lo hago para mí, para mi vicio, para mi placer, para mi dulce condenación, y lo hago estupendamente”
Falleció en 1994 en Madrid
Arturo García Hernández
El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti no ha alcanzado todavía la celebridad universal que por la calidad de su obra merece. Pero sus lectores –en gradual aumento–, sus colegas más renombrados en lengua española y la crítica especializada lo colocan, sin duda alguna, junto a Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, como uno de los mayores maestros de las letras hispanoamericanas. Los 100 años de su nacimiento, que se cumplen este 2009, son buena ocasión para invitar al disfrute de su prosa: singular, vigorosa, refinada, precisa, eficaz, sugerente.
Cierto, a Onetti eso de la competencia y las comparaciones no le iba ni le venía. Al diablo con ellas. Su lema era: “Que me dejen en paz”. Sólo le importaba leer y, obviamente, escribir, antes que nada para sí mismo, y hacerlo bien, muy bien. Huraño como era, áspero en el trato, lúcido, mordaz, escéptico, acaso misántropo, reacio a la publicidad, dueño de una presunta leyenda negra que no se esforzaba mucho por desmentir, Onetti no se preocupaba por quedar bien con nadie.
La página oficial de Onetti en Internet, avalada y auspiciada por sus herederos, reúne fragmentos de distintas entrevistas en las que se plasman nítidamente la personalidad y las ideas del autor de novelas como Astillero, Juntacadáveres, Dejemos hablar al viento. En seguida reproducimos algunas significativas.
–¿Por qué escribe?
–Porque sí, porque me gusta contar.
–¿Cuándo se origina su vocación?
–No sé. Quizá en la infancia o en la adolescencia, seguramente como reacción al mundo de los mayores. Por ejemplo, aquí escucho hablar varias horas diarias sobre futbol. Entonces, al escribir me desquito de esa realidad. Más que sufrirla yo, la sufren los personajes.
–La sufren por usted.
–Quizá.
–Usted fue revalorado por el surgimiento del boom, al que se le incorporó un poco retrospectivamente, pues su primer libro es de 1939. Durante ese tiempo, sin lectores casi, ¿para quién escribió? Dicho de otra manera: ¿necesita lectores? ¿Para quién escribe?
–Le contesto lo que una vez Joyce respondió a alguien que lo entrevistó. “Me siento en un extremo del escritorio –decía–, y escribo a la persona que está en el otro extremo.” En el otro extremo está James Joyce.
(Fuente citada en la página oficial: Alfredo Barnechea. Entrevista a Juan Carlos Onetti. El Mundo, 10 de agosto de 2001. Realizada en Montevideo, en 1973, y publicada en el libro Peregrinos de la lengua.)
Pasión de laboratorista
–Si estuviera en mi lugar, reporteando a Onetti, ¿qué le preguntaría sobre la literatura uruguaya?
–Una monstruosidad.
–¿Y usted qué contestaría?
–Que no es elegante hablar de los colegas.
–No me imagino al protagonista de una leyenda negra contestar eso.
–Ahí esta el error, no tengo nada que ver con esa leyenda.
–¿Cómo? ¿Entonces usted no es el laboratorista que toma a la gente como conejillo de Indias? ¿Una especie de experimentador sin escrúpulos, retorcido, a quien imputan las peores maldades?
–No, no soy. Ni siquiera soy el alcoholista mujeriego de quien habla el capítulo segundo de la leyenda.
–Sin embargo, se casó cuatro veces y desde que llegué se tomó sus buenos tres vasos de vino.
–Sólo con vino puedo aguantar los reportajes.
–Gracias.
–En cuanto a mi pasión por experimentar, no pasa de la cuota normal. Usted misma me ha querido enfrentar a otro autor nacional para divertirse.
–¿Le parece comparable? Lo he visto reunir ex amantes cada uno con sus nuevos amores para observar sus reacciones. Todo con la expresión más inocente.
–¿Tengo la culpa de ser un maestro? Sé armar bien las cosas, no tengo la culpa de que otros las armen mal. La única diferencia es ésa. No soy culpable, señora, no soy. Dios me ha hecho así, sólo me resta cumplir. La leyenda, en lo fundamental: calumnias. Ignorancia, desconocimiento de los hechos. Sigo viviendo y la leyenda crece. Cada día soy más malo.
–¿Usted no cree que la leyenda tiene buen pie en su literatura?
–No, mi literatura es de bondad. El que no lo ve es un burro.
–¿Por qué escribe?
–Escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio. Para mi dulce condenación.
–¿Cómo escribe?
–Estupendamente.
–Conteste con seriedad.
–Sí, señora. No entendí la pregunta.
–Bueno, quiero decir si escribe con un plan que elabora previamente. Si sabe exactamente adónde va a llegar.
–Sé qué va a pasar. No sé cómo va pasar. Si supiera cómo va a pasar no lo escribiría.
–¿Quiere decir que verdaderamente escribe para usted? ¿Que en una isla desierta escribiría?
–Escribiría.
(María Esther Gilio, Un monstruo sagrado y su cara de bondad,