Lo mestizo, el barroco y la fe

conca.jpg 

La síntesis barroca de América Card. Tarcisio Bertone 

Esta paideia cristiana dio lugar en México a una nueva síntesis cultural, que ha marcado su identidad. La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla, se calificó esta síntesis como “mestiza” (13).  

Tanto este término como el vocablo “barroco” son dos palabras que no gozan de buena fama en nuestros días, y son vistas concierto desprecio. Nosotros, sin embargo, podemos reclamarlas con orgullo como un título de honra, precisamente como la aportación específica a la cultura universal que México comparte con los pueblos latinoamericanos. 

El ethos barroco es fundamentalmente una experiencia de mestizaje y si bien éste constituye un hecho incontestable, no todos aceptan que se convierta en el rasgo esencial de la identidad nacional, por lo que es rechazado desde diversas perspectivas ideológicas. Una cierta lectura de la historia, buscando preservar a toda costa la identidad indígena, denuncia el mestizaje como una forma de contaminación por parte de los pueblos europeos. De modo inverso, la lectura europeísta, queriendo salvar el carácter europeo de la cultura iberoamericana, ve en el contacto con las culturas amerindias y afroamericanas un mero episodio accidental, sin efectos sobre la cultura europea, más allá de un vago toque exótico. Ambas interpretaciones se ven obligadas a plantear la tesis del “desencuentro” entre europeos y amerindios o afroamericanos, para salvar la identidad de cada uno. 

Habría que decir, sin embargo, que lo mestizo es la novedad del encuentro, el producto de la transformación de las culturas, que no son ya ni plenamente europeas ni puramente indígenas. Por ello, la categoría de mestizaje en México, como en el resto de América Latina, debería ser originaria y constitutiva, hasta tal punto que cuando se la olvida o explícitamente se la rechaza, con ella se abandona también el fundamento de la identidad, debiendo cada generación plantearse nuevamente el mismo problema. Acaso se halle aquí, en esta negación del mestizaje, tanto desde la perspectiva europeísta como indigenista, la causa de esa tendencia a vivir mirando hacia el pasado y discutiendo en permanente conflicto acerca de la propia identidad. 

En este contexto, la extraordinaria devoción mariana de México, que llega a su culmen en las apariciones guadalupanas, me parece importantísima por el alcance que tiene, no sólo desde el punto de vista religioso sino también cultural, como verdadera clave de interpretación del barroco americano. En efecto, no existiendo una historia común que compartir entre los pueblos indígenas y europeos, la figura de María significó la posibilidad de autocompadecerse y de entender lo que estaba sucediendo. La imagen de la Santísima Virgen representa la posibilidad de reconocer la unicidad de la condición humana más allá de sus limitaciones históricas y culturales, y su común origen, la pertenencia a la historia universal. En ella se venera también el encuentro entre Dios y en hombre, y se descubre en sus brazos la Palabra encarnada que se hace pan, que se congrega a todos sin exclusión y satisface las necesidades de los hombres. El rostro mestizo de Nuestra Señora de Guadalupe resume en perfecta síntesis la esperanza de un futuro mejor, en la imagen de una mujer vestida de sol, a punto de dar a luz a un Dios cercano, y al mismo tiempo la dignidad de su condición y de su origen, que no se remonta a enseñanzas históricas de héroes legendarios, sino a la experiencia de encuentro entre pueblos y personas diversas. De ahí que el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II escribiera «el rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe fue ya desde el inicio en el Continente un símbolo de la inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía. Con su intercesión poderosa la evangelización podrá penetrar el corazón de los hombres y mujeres de América, e impregnar sus culturas trasformándolas  desde dentro». 

Santa María de Guadalupe, por tanto, representa un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada. Más aún, podríamos decir que, así como la Biblia es el gran código de la cultura occidental, que puede servir de terreno común de entendimiento a los creyentes y no creyentes, en cierto sentido, la imagen de la Virgen de Guadalupe constituye como él código simbólico de la cultura mexicana, como expresión de su identidad. Un símbolo que podría ser aceptable también para quienes no creen y, sin embargo, ven plasmada en aquella imagen el prontuario de valores en lo que fundar una comunidad de destino.  Parte del dicurso pronunciado este 19 de enero del 2009, en el Teatro de La repúbluca en la ciudadde Querétaro