Escapularios y cascabeles…

 

León Felipe,

escapularios y cascabeles

José Félix Zavala

Fue uno de los mejores intérpretes del sentimiento español, humano, que supo transmitir intensamente en su poesía, como lo hizo su contemporáneo el peruano César Vallejo en España aparta de mí este cáliz. Sin embargo, a León Felipe no se le ha llegado a reconocer el innegable valor de su obra.

Por un lado, se le sitúa a caballo entre la Generación del 98 y la del 27, sin darle plenas credenciales en ninguna de las dos. Por otro, su origen burgués hizo que algunos lo encasillaran bajo la etiqueta de «señorito de provincias» aunque, como hemos visto, él rechazara desde su juventud tal condición.

Su largo exilio republicano en México impidió que los críticos que permanecieron en la España franquista le prestaran atención: Vicente Gaos, en su obra Claves de la literatura española (Ediciones Guadarrama. Madrid, 1971) sólo lo menciona en cinco líneas y para incluirlo en un grupo de poetas que el autor considera de «segundo orden».

Su obra fue respetada, valorada y querida (que sería lo más importante para él) por sus compañeros de exilio y por la crítica mexicana.

Juan Ramón Jiménez, con una poesía tan alejada de la de León Felipe, no fue muy generoso con él, en 1953 lo considera injustamente «el mejor de los de menos importancia».

Es ahora que se vuelve sobre la poesía de este duro poeta leonés, sobre su grito terrible contra y a favor del mundo, de la «España desmembrada, del hacha, del llanto y la discordia.» Poesía, a veces ruda, que se levanta en clara rebeldía contra la injusticia, el abuso y la insolidaridad:


Está muerta. ¡Miradla!
Los que habéis vivido siempre arañando su piel,
removiendo sus llagas,
vistiendo sus harapos
llevando a los mercados negros terciopelos y lentejuelas,
escapularios y cascabeles…
y luego no habéis sabido conservar este viejo negocio
que os daba pan y gloria,
quisierais que viviera eternamente.
Pero está muerta.
Miradla todos…


  

Se rebela contra el pedazo de mundo que le tocó vivir.

La razón le muestra las dos españas, por un lado la oscura y pertinazmente fanática, descendiente de Torquemada, y por el otro la quevediana, escéptica y comprensiva con el débil, la que considera al ser humano como sujeto capaz de amar y ser amado.  

Las dos españas mezcladas desde tiempos remotos en el mismo barro, que en su momento se llevó a América. Pero en el corazón de León Felipe se funden en una sola, maldita y fraticida: 

¡Qué viejo veneno lleva el río
y el viento,
y el pan de tu meseta,
que emponzoña la sangre,
alimenta la envidia,
da ley al fratricidio
y asesina el honor y la esperanza!
 

Y esa única España es la que ha sido destruida por la guerra, de ella ya no queda nada:

¿Por qué habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvo?
 

Y desde su perspectiva profundamente humana levanta la voz y no la lanza contra el odio que invadió la península en el año 36 con balas e ideología de fabricación germana. La guerra fue para él la síntesis monstruosa de todas las injusticias humanas: 

Un hacha que cae siempre,
siempre,
siempre,
implacable y sin descanso…
 

León Felipe no duda en meterse a las trincheras de la poesía, con Miguel Hernández y Alberti, otros luchadores de la palabra, sin la espada en la mano, pero con la palabra quemándole el cielo de la boca y el de una España en llamas:  

Porque yo fui el que dijo:
«Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros,
id a las fraguas,
que os pongan en la frente el sello de la Justicia..
 

En su poesía aflora su anticlericalismo místico, porque Dios, en esta tierra maldita, ha sido manipulado por generales y obispos:  

Dios que lo sabe todo
es un ingenuo
y ahora está secuestrado
por unos arzobispos bandoleros
que le hacen decir desde la radio:
«Hallo! Hallo! Estoy aquí con ellos.»

Más no quiere decir que está a su lado
sino que está allí prisionero.
 

El poeta zamorano, por su talante radical, no se ha librado del tópico del quijotismo español. La contradictoria imagen del caballero de la Triste Figura fue utilizada literariamente por casi todos los escritores de principios de siglo, pero León Felipe no ve en don Quijote al hidalgo iracundo en posesión de la verdad dispuesto a arremeter contra todo el que le lleve la contraria, sino al ingenioso caballero que en un salto al futuro habla con Sancho de la paloma de Picazo, Alberti o Francisco Pino:

-Todos andan buscando, Sancho, una paloma por el mundo y nadie la encuentra.
-Pero ¿qué paloma es la que buscan?
-Es una paloma blanca que lleva en el pico
el último rayo amoroso de luz
que queda ya sobre la tierra.

        

Él mismo quiso dejar clara su postura respecto al Quijote:  

La gente suele decir, los americanos,
los norte-americanos suelen decir:
León Felipe es un «Don Quijote».
No tanto, gentleman, no tanto.
Sostengo al héroe nada más…
y sí, puedo decir…
y me gusta decir:
que yo soy Rocinante.

Los escritores de la generación del 98 encerraron al Cid bajo siete llaves, para desenterrar a un estrafalario manchego, «monomaníaco», según Menéndez y Pelayo, como prototipo del carácter español. León Felipe no se identificaba ni con el hidalgo justiciero unamuniano, ni con sus seguidores del 98:

Miradla
los mastines del 98, que en cuanto ganasteis la antesala, dejasteis de ladrar, pactasteis con el mayordomo, y ahora en el destierro no podéis vivir sin el collar pulido de las academias.

Tal vez entre sus versos más logrados se encuentre esta malaventura que le echa a Franco, el gran responsable de la guerra:

Tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡Mudo!

¿Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

León Felipe es un poeta lírico que puso su verbo al servicio de una épica personal de lucha contra la opresión y la injusticia. Su conciencia social, a la que siempre subordinó su canto, nos privó a los lectores, desgraciadamente, de más poemas como éste:

PIEDRA DE SAL Tú estabas dormida
como el agua que duerme en la alberca…
y yo llegué a ti
como llega
hasta el agua que duerme
la piedra.

Turbé tu remanso y en ondas de amor te quebraste
como en ondas el agua que duerme se quiebra
cuando
llega
a turbar su remanso dormida
la piedra.
Piedra fui para ti, piedra soy
y piedra quiero ser, pero piedra
blanda de sal
que al llegar a ti se disuelva
y en tu cuerpo se quede
y sea
como una levadura de tu carne
y como el hierro de la sangre en tus venas.
Y en tu alma deje una sed infinita
de amarlo todo… y una sed de belleza
insaciable…
eterna…

Su obra:

 

Versos y oraciones de Caminante (i) (1919-20)

Versos y oraciones de Caminante (II) (1929)

Drop a Star (1933)

La insignia (1936)

El payaso de las bofetadas (1938)

Pescador de caña (1938)

El hacha (1939)

Español del éxodo y el llanto (1039)

El gran responsable (1940)

Ganarás la luz (1943)

España e hispanidad (1947)

Llamadme publicano (1950)

El ciervo (1954)

Oh, este viejo y solo violín (1968) 

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