Hugo Gutiérrez Vega y sus peregrinaciones
Lucinda Ruiz y Hugo en Bellas Artes.
Foto Jesús Morales.
Diario de Querétaro
Carlos Monsiváis
A lo largo de estos años la poesía de Hugo Gutiérrez Vega ha ido encontrando el público lector que merece. Grave y festiva, crítica y autocrítica, conversada y retórica (en el mejor sentido), es la poesía de un convencido de la trascendencia igualmente presente en el agitar de la corbata de Oliver Hardy y en la noción de locura como el gran vínculo interno de la sociedad. Sólo un requisito: Buscado amor a Peregrinaciones. Poesía reunida (1965-1999) Lecturas, navegaciones y naufragios, demandan?como las obras de Rubén Bonifaz Nuño o de Eduardo Lizalde? de la «lectura en voz alta» mental que evidencia un conocimiento de la tradición.
Gutiérrez Vega no extrae su poesía de las experiencias cotidianas. Ha creado un personaje entrañable que, coincida o no con las características del propio autor, es radicalmente autónomo en su espacio poético. Este personaje es irónico sin ser profesionalmente sarcástico, es despiadado consigo mismo para equilibrar la actitud narcisista, y es generoso al distribuir su idea de la realidad, tan fragmentaria, tan melancólica. No busca representar a los lectores, ni universalizar sus deseos y miedos, pero, inexorablemente, cree que sólo en la poesía alcanza el punto de fusión entre lo imaginado y lo vivido.
Al cabo de muchos viajes, añoranzas, destierros y arraigamientos psicológicos, entre sedimentaciones amistosas y culturales, Gutiérrez Vega renuncia aunque no del todo a su personaje, el de México-Charenton, el de la burla de sí y la alabanza del autoflagelo involuntario de los otros, y se consagra al perenne descubrimiento del paisaje y al canto a la fragilidad y perdurabilidad del instante. Renuncia, digo, pero no del todo, porque la melancolía jamás conseguirá prescindir de la ironía.
Soy un versero viejo
y a veces no sé
qué hacer con mis versos.
Ni siquiera sé
porqué los hago, sin embargo,
la obligación de disparatar
debe cumplirse
aunque al final del camino
sólo nos espere el silencio:
esa mujer velada
vista de lejos
en la media luz
de los aeropuertos.
Libro tras libro, lo que gana es la apropiación de la experiencia múltiple (del paso de la vida, de los paisajes cuya esencia jamás apresaremos, de las enfermedades, de la cuantía de lo que ya no nos fue dado conocer, del gozo de adquirir revelaciones a cambio de metáforas). Gutiérrez Vega procede a través de golpes de vista, de relatos que hila y deshilvana el gusto del idioma, de impresiones finísimas:
El cielo de Itabuna fosforece.
Es tan húmedo el aire,
el calor tan espeso.
Diríase que a esta noche
van a brotarle orquídeas.
«El tufo de flores en desgracia». En esta línea admirable condensa Gutiérrez Vega parte del sentido de su contemplación: en el aroma de lo que desaparece se deposita en última instancia el sentido de lo irrecuperable. Si se me permite la interpretación abusiva, a Nuevas peregrinaciones lo marca por el enfrentamiento, tan complementario, entre lo fugaz y lo permanente. Lo fugaz es la mezcla indescifrable en cada minuto, en cada segundo, del dolor y la dicha; lo permanente es la capacidad de darle un sentido unitario a lo fugaz:
Quiero que sepas, amada persona,
que toda la noche cayó la nieve
en la montaña lejana de sí misma;
una nieve espesa, triste, pero, a veces,
cuando la miré con el recuerdo de tus ojos,
se volvió casi azul, de un azul tenuemente alegre.
Colorido, escenarios que van modulando los estados de ánimo, pesadumbre de la sonrisa. En Gutiérrez Vega no hay en el sentido aparatoso del término influencias. Sí, y ampliamente, afinidades selectivas: Carlos Pellicer, César Vallejo, Darío (a la distancia, trepado sobre la oratoria), Rilke, Antonio Machado, la poesía anglosajona, Cavafis, Seferis. Y la cauda de paisajes, el implacable contexto de la poesía de Gutiérrez Vega. Todo es paisaje, la Acrópolis, Salvador de Bahía, Tebas, Georgetown, Praga… y el gato de Mistras, que me lleva inexorablemente e recordar a Lezama Lima: «Y el viento, el viento gracioso, se extiende como un gato para dejarse definir». Escribe Gutiérrez Vega:
El gato observó todo el afán: chocaban las armas, grita-
ban las mujeres, y los sacerdotes en las esquinas anun-
ciaban el fin del mundo. El gato lamió su rabo tranquilo
y entrecerró los ojos. Acostado en una terraza del pa-
lacio del Despotado su figura contradecía la agitación
creciente. Pensó en ríos de leche, sardinas plateadas,
chimeneas encendidas, tardes de oro, suaves alfombras,
y las manos de su dueña recorriendo el lomo goloso. El
mundo es nada más esto, dijo, y se dedicó al aseo de su
mano derecha. El presente ignora el futuro y el pasado
es leche tibia, sol alto y manos suaves dando calma y
placer. Así es la vida…
El poema versicular a lo Saint-John Perse o, si se quiere algo más moderno, de la Biblia, es para mi gusto actual, lo más importante de la obra de Hugo Gutiérrez Vega. No disminuyo la importancia de los poemas breves, magníficos en su condensación de atmósferas y sensaciones, en su transmisión de impresiones como hechos capitales de la autobiografía; sin embargo, en los poemas de «largo aliento» como se decía antes, encuentro que la técnica enunciativa de Gutiérrez Vega, su manera de leer los poemas como caminando por corredores de melancolía y sonoridad, es también el método para hallarse con la respiración poética que más le importa. Gutiérrez Vega es lector de los Salmos y de Claudel y de Pedro Salinas, pero es también el actor que ama los Siglos de Oro y Shakespeare y John Ford. No lo evita: identifico la plenitud de Hugo con los poemas de largo alcance, en donde lo enumerativo y lo descriptivo trasciende las impresiones. Oírlo no sólo es saber cómo se lee poesía, sino cómo él, internamente, lee su poesía.
¿Cómo se puede hacer una poesía doméstica (temas, amistades, los paisajes autistas de sus entornos) que es al mismo tiempo una poesía nómada o peregrina? Se puede, porque para él «el movimiento es una misteriosa forma de la quietud», y sin paradoja alguna, Gutiérrez Vega se siente igualmente en territorio propio en la observación de un gato o la conversión de los paisajes en estados de ánimo que duplican la acción de la Naturaleza.
El credo poético de Gutiérrez Vega le exige la fidelidad a su personaje excéntrico, marginal, enamorado de las palabras, irónico, practicante de la religión de la amistad (casi en sus términos, podría decirse que para Gutiérrez Vega un amigo es aquel que os lee a pesar del trato constante), crítico de los horrores de su tiempo, partidario de la belleza de las transgresiones no violentas, lector colmado de admiraciones.
La poesía lucha contra el olvido, y en medio de la desolación, pedimos que alguien nos recuerde, pues somos en los otros, «lo demás es soledad de soledades, vanidades de vanidades que dijo el Eclesiastés», afirmaba Machado. Gutiérrez Vega asume a fondo tal premisa y escribe para ser y estar en los otros, para acompañar en cada poema o ensayo al escritor y al ser en los otros, para acompañar en cada ensayo al escritor y al lector, proponer poemas, establecer el valor de las actitudes, refrendar emociones y transformarlas en la página.
Gutiérrez Vega integra su obra con suavidad, inteligencia, ironía, placer de los alimentos terrestres, devoción por la literatura, fe en lo inadvertido (así por ejemplo, una columna rota entrega los secretos de una ciudad), ganas de contemplar a cada una de sus amistades como a una película de los cuarentas (tragicomedias por lo común), elegías donde el lirismo universaliza la pérdida (las dedicadas a Manuel Puig e Ignacio Arriola por ejemplo), retratos que son nostalgia de la narrativa. Todo ángel es terrible, sí pero la vida ha tenido piedad del amor y lo ha cuidado. Y el amor en la poesía de Gutiérrez Vega, es todo menos la experiencia directa. Gutiérrez Vega sigue creyendo, no obstante su depuración coloquial, en la utilización noble de la retórica, y en el uso francamente ortodoxo de las grandes palabras poéticas. Y esta alianza de sencillez y complejidad adquiere su sentido más preciso al leer el propio Gutiérrez Vega sus poemas (Él pone de relieve las sonoridades que uno, victimado por la prosa periodística, ya no le aporta a la lectura silenciosa de los poemas). Él ante todo un hombre de letras, envía su amor a la forma a otras regiones: la amistad, el viaje, la tarea diplomática, y la manera de decir «Buenos días» como si saludase a la patria íntima.