Los muros tienen la palabra
Bajan de las montañas, como filas de mariposas.
Foto: Diario de Xalapa
Diario de Xalapa
Melchor Peredo*
Una obra de arte se construye con arcilla, cincelando la piedra o armonizando colores. Un ser humano puede ser una obra de arte o una mamarrachada. En particular, la mujer suele encontrarse en calidad de obra de arte. No quiero referirme a las que por el artificio de los cosméticos y de los caprichos de los modistas se convierten en arquetipos de cursilería, quiero referirme a aquellas que saben pintar la grandeza con sus sacrificios, bondad, valentía y dignidad.
Pero sobre todo, quiero referirme ahora a esas muchachas que desde las cumbres de Chiapas, o de Puebla, o del Estado de Veracruz, llegan a las ciudades manteniendo la dignidad de su traje regional, sin olvidar las famosas «marías» que van a vender al Distrito Federal, quiero señalar a las de Chiapas que vienen a vender sobre todo al puerto de Veracruz.
Bajan de las montañas de su estado natal en filas como de mariposas con sus blusas de encaje y cintas primorosamente tejidas. Resultan inconfundibles por su físico esbelto y la gracia y dulzura de sus rostros, por el cuidado de sus peinados, por la limpieza de su ropa. La mayoría son jóvenes, algunas cargan ya con el producto de un desafortunado o afortunado enlace.
Si bien, a juzgar por la dulzura, también de los jóvenes consortes, la aventura comercial de estas emprendedoras parejas las mantiene en una sólida unión. A diferencia de la mujer mestiza que carga el baldón del machismo hispano, estas mujeres nativas, ya sean zapotecas o «tehuanas» o «marías,» no dependen del varón y esta igualdad productiva las libera del complejo estatus de la dependencia, sinónimo de inferioridad funcional y raíz de tantas desigualdades que llegan a crear un estado fársico en las parejas. Estas mujeres que vienen de Chiapas, y estos jóvenes, constituyen un ejemplo de voluntad de sobrevivencia a la crisis laboral permanente que padece nuestro país Estos muchachos no emigran de su patria.
No podemos obviar este espíritu en las mujeres que llegan a Xalapa con sus hermosos vestidos de raigambre ancestral que vienen a vender flores y que viajan desde las estribaciones de Orizaba.
En nuestro caótico desorden cultural en el que la identidad está en una licuadora, la presencia de estas mujeres en nuestras ciudades merecería no la agresividad de los alcaldes, que como los de la ciudad de Veracruz la hostiliza y la humilla, sino las mayores consideraciones y apoyo.
Es una lástima que los esfuerzos por dar a la ciudad de Veracruz una imagen agradable para el turismo resulten frustrados cuando entre tanta luz y alegría programadas el visitante se encuentra con la estúpida crueldad de los inspectores.
Observando a uno de estos esbirros con celular que repetidas veces había expulsado de la plancha del malecón a una joven vendedora el que farfullaba: ¡es una necia, hasta que no…
Le interrogué sobre su proceder y me dijo que no podían tender la mercancía sobre tal vía, aunque la joven según observamos no cometió dicha falta. Respondió con mentiras y falsedades y se limitó a señalar hacia arriba indicando de dónde venían tales órdenes. En el sitio pululan vendedores de barcos en miniatura y de trompos luminosos que realmente ocupan lugar en el suelo, pues no bailan en el aire, y hasta un buen espacio es ocupado por dos esculturas vivientes ataviadas como pistoleros gringos
Otro inspector explicó que estas ambulantes compiten con los vendedores establecidos, lo cual es inexacto porque el bonito tipo de camisas que ellas venden son de estilo diferente del que comercian los afortunados que detentan la concesión de un sitio permanente de venta. ¡Estas no pagan impuestos!, completa el agente.
Razones mercantiles que deben resolver los alcaldes, uno como artista no puede menos que indignarse y demandar que estas mujeres sean comprendidas como verdaderas obras del arte. Por lo pronto, no nos queda a los ciudadanos más que vigilar a los vigilantes.