El Viernes Santo

 

El Viernes Santo 

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo.  

El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos.  

Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia.  

Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados. 

Van vestidos de rojo, el color de los mártires 

La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza con un rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del día.   

Lectura del Profeta Isaías 52, 13-53, 12 

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. 

Como muchos se espantaron de Él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante Él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. 

¿Quién creyó nuestro anuncio?  

¿A quién se reveló el brazo del Señor?  

Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. 

Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos; ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. 

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestro crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre Él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes.  

Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. 

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. 

¿Quién meditó en su destino?  

Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. 

Le dieron sepultura con los malhechores, porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. 

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, Con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos. 

Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en los despojos, porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.  

Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25. 

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. 

A Ti, Señor, me acojo: no quede Yo nunca defraudado; Tú que eres justo, ponme a salvo. A tus manos encomiendo mi espíritu: Tú, el Dios leal, me librarás. 

Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de Mí. Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil. 

Pero Yo confío en Ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios». En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen. 

Haz brillar tu Rostro sobre tu Siervo, sálvame por tu misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor. 

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9. 

Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los Cielos -Jesús el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, al fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno. 

Pues Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruego y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. 

Adoración de La Santa Cruz 

«Pueblo mío, ¿qué te he hecho…?» «Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza…» «Victoria, tú reinarás…»  

Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación: 

Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID AADORARLO», y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:   

Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces – sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.  

       El Viernes Santo, hablando en lenguaje litúrgico, amanece sombrío y melancólico, como barruntando algo siniestro que en él va a suceder.         

       Jesús ha pasado la noche entre la chusma, siendo el escarnio de la soldadesca, acosada, se diría, por el mismísimo Satanás. Azotado y escupido, desollado y coronado de espinas y cargado con el pesado madero, el divino Nazareno atraviesa las calles de Jerusalén. Va al Calvario a extender sus brazos y a abrir sus labios para abrazar y besar con un solo ademán a toda la humanidad. La naturaleza lo ve, y se horroriza; y anochece el día lo mismo que había amanecido, sombrío y melancólico. Por lo mismo la liturgia de esta dolorosa jornada se celebra toda ella en la penumbra y con todo el aparato fúnebre: pocos cirios y amarillos, ornamentos negros, cantos lúgubres, matracas, «improperios» o quejas de amargura…; y las «Tinieblas», que equivalen a las exequias del Redentor. 

  

En tres partes pueden distribuirse los Oficios  de hoy: 

a) las Lecturas y Oraciones; 

b) el Descubrimiento y adoración de la cruz, y 

c) la Misa de Presantificados. 

a)       Lecturas y Oraciones. b)        

c)       — El altar está del todo desnudo, y las velas apagadas. Los ministros sagrados, al llegar al presbiterio, se postran complejamente en tierra, en cuya posición humilde permanecen unos minutos, durante los cuales los acólitos cubren con un solo mantel la mesa del altar. 

  

 No hay palabras, cánticos, ni gestos que puedan expresar más intensamente el abatimiento que embarga hoy a la Iglesia a la vista de Jesús Crucificado.  

Este silencio aterrador y esta larga postración, adorando y condoliendo al Divino Redentor, es el primero, y quizá el más elocuente, de los ritos de hoy. 

   Puestos de pie los ministros, cántase, sin título ni anuncio de ninguna clase y en tono de profecía, un pasaje del profeta Oseas (c. VI) proclamando la próxima resurrección y triunfo del Crucificado, al que sigue un Tracto y una Colecta, haciendo resaltar, en esta última, el contraste entre el castigo de Judas y el premio del buen Ladrón.  

Una segunda lectura tomada del Éxodo (c. XII) relata las circunstancias con que los israelitas sacrificaban y comían el Cordero pascual. Por fin, se canta la historia de la Pasión, según S. Juan, en la misma forma que los días anteriores. 

   Concluida la Pasión, cántase una serie de Oraciones por la Iglesia, por el Papa, por todos los ministros de la jerarquía eclasiástica, por las vírgenes, por las viudas, y por los catecúmenos; por la desaparición de los errores, pestes, guerras y hambres; por los enfermos, por los encarcelados, por los viajeros, por los marineros; por la conversión de los herejes; por los «pérfidos» judíos, «para que Dios levante el velo que cubre su corazón y así también ellos conozcan a Jesucristo», y por los paganos. 

   De nadie se olvida la Iglesia en este día de perdón universal.  

A cada Oración precede un anuncio solemne de la misma, y para mover más a Dios, una genuflexión general de toda la asamblea. En la oración, por los judíos se omite la genuflexión para no recordar — dice algún Ordo romano — la que por befa hicieron ellos delante de Jesús vestido de púrpura y coronado de espinas; ni tampoco se usa del canto sino sólo de un recitado a media voz, quizá para evitar el que los primitivos cristianos, justamente indignados contra aquel pueblo deicida, se enterasen de este rasgo de condescendencia de la Iglesia. 

   El texto de estas Oraciones y el modo de hacerlas son antiquísimos, y recuerda el tenor de las usadas en las primeras reuniones religiosas y hasta en las Sinagogas judías.  

Es la Oración litánica que antiguamente seguía a la invitación «Oremus» que precede inmediatamente al Ofertorio de la Misa. 

   b) Descubrimiento y Adoración de la Cruz, — A las ocho de la mañana, refiere la peregrina Etheria, se celebraba en Jerusalén, en la Capilla de la Santa Cruz, la adoración del Lignum Crucis, por el obispo, el clero y todos los fieles, ceremonia que duraba hasta el mediodía. Para satisfacer la piedad de todos los cristianos del mundo, esta devoción pasó de Jerusalén a algunas iglesias privilegia das y por fin, a todas las de la cristiandad. 

   Como el Crucifijo está tapado desde el sábado anterior al Domingo de Pasión, el celebrante empieza por descubrirlo, en esta forma: despójase de la casulla, en señal de humildad, y tomando el Crucifijo lo descubre en tres veces: la primera vez, la parte superior, cantando en voz baja la antífona «ecce Lignum Crucis», al mismo tiempo que la muestra al pueblo; la segunda, la cabeza, cantando en tono más elevado; y la tercera, todo lo restante del Crucifijo, cantando ya a plena voz, y desde el medio del altar.  

   Parece ser que con este descubrir progresivo de la Cruz y la elevación, por tonos, de la voz, quiere significar la liturgia la triple etapa por que pasó la predicación del misterio de la Cruz: la primera como al oído, tímidamente, y sólo entre los adeptos del Crucificado; la segunda, ya después de Pentecostés, pública y varonilmente, y a todos los judíos; y la tercera, a todo el mundo, y con toda la fuerza de la palabra. 

   La Adoración la hacen todos los fieles, empezando el celebrante y el clero; éstos, en señal de humildad, con los pies descalzos. Antes de acercarse a la Cruz, hacen todos, a convenientes distancias, tres genuflexiones de ambas rodillas; en la última, la adoran besándola. Entre tanto los cantores cantan con conmovedoras melodías el «Trisagio», en griego y en latín; los «Improperios» o reproches amargos de Dios al Ingrato. pueblo judío, y, en su persona, a los malos cristianos de todos los siglos; y el hermoso himno de Fortunato «Pange Lingua», en honor de la Cruz. 

   En adelante la Cruz presidirá los oficios religiosos y, como un homenaje singular, aun el clero, al pasar delante de ella, la saludará con una genuflexión. 

d)       Misa de «Presantificados». — Al final de la Adoración de la Cruz, se encienden las velas del altar, se extiende sobre él el corporal, y se organiza, lo mismo que ayer, una solemne procesión al » Monumento «, para tomar la Hostia allí reservada. Con esta Hostia consagrada ayer, o «presantificada», se celebra el rito que el Misal denomina Misa de Presantificados y los antiguos llamaban «misa seca», porque en ella no hay consagración, sino solamente comunión del celebrante con la Hostia previamente consagrada. e)        

f)         El recuerdo del Sacrificio sangriento del Calvario embarga hoy de tal modo a la Iglesia, que renuncia a la inmolación incruenta de cada día. 

  

El rito se desarrolla en esta forma: Sacada la Hostia del cáliz y puesta sobre el corporal, el celebrante pone vino y agua en el cáliz, que no consagra; inciensa la oblata y el altar, como en las misas ordinarias; eleva la Hostia; canta el «Pater noster»; recita en voz alta la oración «Libera nos» que le sigue; luego, en silencio, otra, como preparación a la Comunión, y comulga únicamente bajo la especie de pan, tomando a continuación, a» guisa de abluciones, el vino del cáliz. Los fieles no pueden comulgar hoy  [1] a no ser en peligro de muerte, por Viático. 

   A continuación se rezan las Vísperas en tono lúgubre, como ayer; y por la tarde celébrase el Oficio de Tinieblas, al estilo de los días anteriores. 

   En Jerusalén —según la mencionada peregrina Etheria— al terminarse la adoración de la Cruz, que era ya el medio día, comenzaba una serie de lecturas e himnos como para venerar el sagrado madero, durante los cuales a menudo se oían suspiros y sollozos de los fieles. A las tres, se leía la historia de la Pasión según S. Juan, y a continuación se rezaba Nona, y como anochecía pronto, no habla ya Vigilias, si bien muchos fieles pasaban la noche entera delante de la Cruz. 

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