El Monasterio de «Jesús María»

Jesús María  

Ángeles González Gamio 

 

La Jornada  

No sin dificultades logró el primer arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga, la aceptación real para que se fundara en la Nueva España un convento de monjas. Fueron cuatro religiosas concepcionistas las que llegaron finalmente en los años 40 del siglo XVI a fundar el primer convento, cuya iglesia aun existe, en la calle de Belisario Domínguez. De ahí salieron religiosas para fundar muchos de los otros monasterios; uno de ellos fue el de Jesús María, que nació por la iniciativa de don Gregorio Pesquera, acaudalado individuo, cuyo propósito fue fundar un convento para descendientes de conquistadores que pudieran casarse sin otorgar dote. Generosamente ofreció cuatro mil pesos para que se iniciase la obra; con este capital y lo que se recabó de limosnas y donaciones, en 1578, se estableció en una casa cercana a la parroquia de la Santa Veracruz, a un costado de la Alameda. 

Al poco tiempo las flamantes monjas se quejaron de que el lugar era húmedo y estaba a las afueras de la traza de la ciudad, por lo que pedían autorización para comprar unas casas en la esquina de la Acequia Real; poco a poco fueron comprando las de los alrededores, hasta que llegaron a poseer prácticamente toda la manzana, en donde edificaron un convento y templo adyacente. El proyecto contó con el apoyo total del rey Felipe II e inclusive les concedió “especiales gracias y privilegios”. El fondo del asunto era que ahí colocaron a una hija natural suya, quien llegó a México a los dos años de edad con el arzobispo Moya de Contreras. En ese sitio permaneció hasta su muerte por demencia, cuando contaba con sólo 13 años. 

A pesar de ello los inicios no fueron fáciles, ya que la ambiciosa construcción proyectada tuvo que suspenderse por falta de fondos. Las tenaces monjas estaban en la labor de conseguirlos cuando en 1611, las obras realizadas se vinieron abajo a consecuencias de un temblor. Sin desanimarse consiguieron que Felipe III les diera una cuantiosa suma, y le encargara al arquitecto Alonso Martín López la reconstrucción. Finalmente, en 1621, el templo fue abierto al culto, ya decorado con bellos retablos barrocos, el del altar mayor con pinturas de Luis Juárez. Esta maravilla fue sustituida en el siglo XIX por uno estilo neoclásico, obra de Manuel Velázquez, director de arquitectura de la Academia de San Carlos.

En ese mismo siglo se reformó la fachada de la calle, ya llamada Jesús María, nombre que conserva a la fecha. Lo más sobresaliente fueron las portadas gemelas, que caracterizan los conventos de monjas y que fueron obra de Manuel Tolsá. Las puertas de madera talladas con grandes girasoles también tienen lo suyo. Extrañamente, hace pocos años, colocaron sobre la banqueta unas esculturas religiosas en color blanco, de grandes dimensiones, que alteran la imagen de la hermosa fachada neoclásica. 

Tras la aplicación de las leyes de Reforma, el soberbio convento que les fue quitado a las religiosas, tras varios usos, se convirtió en el famoso cine Mundial, del que aún queda la decoración del vestíbulo, con grandes esculturas tipo griego y en el plafón que cubre el inmenso patio, sobrevivió una graciosa ornamentación de la época. Después fue una tienda de cadena comercial. 

Este soberbio inmueble propiedad de la nación, está urgido de que se le rescate, valioso desde todo punto de vista, su restauración indudablemente repercutiría en toda la zona que lo rodea, que ya luce flamante pavimento, banquetas y fachadas pintaditas, que se pueden apreciar gracias a la reubicación de los vendedores ambulantes. 

¿No andan con antojo de unos ostioncitos en su concha para comenzar y un pescado fresco rebozado, para finalizar? Como estamos a media quincena, si el bolsillo está magro, vamos a la ostionería Guaymas, en Uruguay 31, a sentarnos en su barra decorada con conchas de abulón. Si se administró bien y quiere mas lujín, vaya al tradicional Danubio, en el número 3 y saboreé la sopa verde de mariscos, ¡inigualable! 

gonzalezgamio@gmail.com